CUDE todos los años a su adorada Gernika, aquella que tuvo que abandonar con apenas unos meses de vida. Los 26 de abril son una cita ineludible para Emilio Aperribay. Pero este domingo no estará en el recuerdo a las víctimas de un trágico bombardeo que él vivió en primera persona. Un feroz ataque aéreo que le hizo marcharse de su pueblo, vivir durante años en La Rioja y volver a Euskadi para asentarse en Bilbao. Superada aquella dura prueba vital de la Guerra Civil, los supervivientes libran ahora otra batalla. Diferente, sin violencia de por medio, pero igualmente tan compleja como la del 37: ahora plantan cara al coronavirus.

Aperribay es gernikés de pura cepa. “De la céntrica calle Industria, en concreto”, relata. Nacido el 16 de agosto de 1936. Así que el bombardeo le pilló con pocos meses de vida. “Pero en casa siempre me contaron todo lo sucedido. No era más que un chiquillo... pero sé por lo que tuvimos que pasar”. Y lo narra sin dejarse detalles. “Mi ama me cogió en brazos y tiramos hacia Forua” nada más empezar el bombardeo. La familia se partió en dos, ya que su padre -Jesús- y su hermano -también Jesús- alcanzaron el refugio de Talleres de Guernica. “Unos a un lado y otros al otro”. Pero un mismo horror. “Ama siempre me contó que mientras corría conmigo en brazos los aviones ametrallaban a la gente. Las balas le pasaban silbando, e incluso hubo una tremenda explosión. Salvamos el pellejo de milagro”. La situación tampoco fue fácil dentro del búnker para sus otros dos familiares. “Estaban muy apretados, en oscuridad, cuando de repente decidieron moverse un poco para buscar algo más de espacio. Al de nada cayó una bomba del techo en el mismo sitio en el que estaban y aita recibió metralla por la espalda”. Se salvaron “de milagro”.

Como centenares de gernikarras, Emilio y su familia tuvieron que vérselas de cara con la muerte en forma de bombas que lanzaron la Luftwaffe nazi y la Aviazione Legionaria italiana. “Puedo decir que tuvimos suerte”, destaca. Eso sí, “nuestra casa quedó en nada, en escombros”. El reencuentro familiar se dio en Lumo, “desde el que vimos el estado en el que había quedado Gernika. Solo hay una palabra: devastado”. Dos días permanecieron allí, al abrigo de la seguridad que brinda la altura del barrio, “hasta que llegó una camioneta y tomamos todos dirección a La Rioja. Mi familia se dedicaba al almacenamiento y a la distribución de patatas. Aita en la zona de Urdaibai y mis tíos en la calle Urazurrutia, en Bilbao. De ahí nos marchamos directos a Santo Domingo de la Calzada en dos camionetas de la familia con la que se hacían antaño los repartos, ya que teníamos una finca en la zona. Allí pasamos la infancia”, resume.

Aperribay no volvió a Bilbao hasta que comenzó a estudiar la carrera. Fue entonces cuando pudo realizar “algunas visitas esporádicas” a su añorada localidad natal. “Estaba reconstruido, diferente al del pasado, todo nuevo”. De hecho, pudo reencontrarse con algunos de los que trabajaron en la empresa familiar y recomponer poco a poco el puzzle histórico que dejó sin terminar de su pasado en la villa. Y pese al paso del tiempo, “83 años ya desde entonces”, reconoce seguir sintiéndose abrumado, “emocionado totalmente”, cuando el calendario marca cada 26 de abril. “Los recuerdos se agolpan y es imposible no sentir esas situaciones adentro que son tan nuestras”. Son los recuerdos de una generación “que no solo sufrimos los bombardeos de la guerra civil, sino una época de oscuridad tan larga”.

De la guerra a la pandemia

Los supervivientes están enfrascados ahora en otra batalla, diferente en sus características, contra el coronavirus. Aperribay lo hace junto a su mujer en casa, “aunque con ayuda de mi hija”. Se enfrentan a un virus invisible cuando en fueron blanco de las bombas. En unos refugios ahora reconvertidos en sus hogares. A soldados sin armas cuando 83 años atrás las portaban. Pero con un mismo espíritu: “Que de esta situación salga una sociedad mejor. Como lo conseguimos tras la destrucción y la pérdida de vidas humanas en Gernika”, asiente. “Esperanza y solidaridad”, en suma, esa misma receta que permitió que su misma generación se sobrepusiera a la guerra. Y que se sobreponga al covid-19.

Mientras fue llevado en brazos hacia Forua por su madre, el hermano y el padre de Aperribay se resguardaron en un búnker

Tras la reunificación de la familia en Lumo, y con Gernika aún en llamas, optaron por abandonar la villa para marchar a La Rioja

Este año no acudirá a Gernika, “como lo hago todos los años”, ya que los actos en recuerdo de las víctimas se realizarán sin público

“Esperanza y solidaridad”, resume este superviviente, son recetas para superar el covid-19; “al igual que hicimos tras el bombardeo”