Se cumplen hoy sesenta años de que nos dejara el primer Lehendakari, José Antonio Agirre y Lekube. Un gran líder para un trágico momento. Ese podría ser el resumen de su trayectoria. Murió joven, demasiado joven. Recién cumplidos 56 años. Siempre he pensado que su corazón estalló al no poder aguantar la traición y el abandono por parte de las potencias occidentales que ganaron la II Guerra Mundial. Traición y abandono de la causa del pueblo vasco y de la democracia en aras de lo que conocemos como 'realpolitik'. Sostener a un dictador de derechas era más 'productivo' en aquel momento de Guerra Fría con la URSS que apoyar un régimen democrático y buscar una solución propia para la Nación Vasca, que era el compromiso que los 'aliados' habían adquirido con Agirre.

El Lehendakari no podía aceptar la traición. Era una palabra que no estaba en su diccionario, como tampoco lo estaban la rendición, el desánimo, la negatividad. José Antonio Agirre fue un hombre vital y positivo, lleno siempre de esperanza e ilusión. A pesar de que su vida política siempre se desarrolló en medio de la tormenta. Mientras fue alcalde o diputado en Madrid, peleando contra el muro de una República española bastante sectaria y nada amiga de dar la autonomía a Euskadi. Ya cuando fue elegido Lehendakari en Gernika, con el ruido de los cañones y las bombas golpistas y franquistas en la muga entre Bizkaia y Gipuzkoa. Después, un largo exilio, en forma de odisea que le llevó incluso a vivir de incógnito en Berlín en medio de la más feroz ofensiva de Hitler. Toda la policía española y la Gestapo alemana estuvieron tras sus pasos para detenerle y darle el mismo fin que a su amigo, el president Lluís Companys, fusilado en Montjuïc. No lo consiguieron. Como tampoco consiguieron borrar su legado: el Autogobierno vasco, sus Instituciones y el concepto de libertad y justicia social que defendió toda su vida. Él no pudo ver que su obra volvía a germinar cuarenta años después, tras pasar el negro túnel de la dictadura. Ni que su Lehendakaritza, su Gobierno Vasco, el Parlamento y las Instituciones forales revivían y nos dotaban de una gran capacidad para gobernarnos, para crear una sanidad, una educación, una seguridad propia en su País.

Todas esas instituciones son las que hoy nos están guiando y gobernando en un momento también trágico. Un momento de confinamiento y temor distinto, pero en algunos extremos parecido al que sintieron miles y miles de vascas y vascos cuando la guerra. Un momento en el que hay que tomar decisiones drásticas y valientes frente a un virus que amenaza a nuestra sociedad de manera masiva. Decisiones como las que tuvo que tomar el Lehendakari Agirre en su tiempo. Hoy, sesenta años después, nos queda el 'ejemplo Agirre', su método vital de encarar las desgracias y los contratiempos.

Junto a su legado político, ese ejemplo nos debe infundir ánimo, esperanza y confianza en nuestras Instituciones y en nuestras propias fuerzas para seguir adelante. Hoy también estamos en buenas manos. En las manos de un Lehendakari y todo su Gobierno que nos guiarán por el buen camino. Y, sobre todo, en las manos expertas de nuestras y nuestros profesionales sanitarios, de ertzainas y personal de emergencias. Agirre no vio la luz al final del túnel, pero sabía que allí estaba y que volverían buenos tiempos para nuestro País. Como volverán ahora si hacemos lo que tenemos que hacer. Hoy, como ayer, tenemos confianza plena en nuestras Instituciones y en el compromiso del Pueblo Vasco. Además de ser lo correcto, es el mejor homenaje que podemos hacer a personas como el Lehendakari Agirre, que dejaron su vida en conseguir lo que hoy nosotros y nosotras tenemos, aunque sea 'en confinamiento'. Animo! Eutsi goiari! Lortuko dugu!