Bilbao - “Un abertzale de los pies a la cabeza”, “un etarra frustrado llamado Arzalluz”. La primera afirmación corresponde a un compañero de partido, Iñaki Anasagasti, y la segunda corresponde al autodenominado historiador César Vidal.

Arzalluz, en su condición de presidente del EBB del PNV, fue clave en el Pacto de Lizarra-Garazi, acuerdo suscrito en septiembre de 1998 por los partidos políticos, entre ellos PNV, Herri Batasuna y Eusko Alkartasuna; sindicatos como ELA y LAB; y organizaciones sociales como Gogoa, Gestoras Pro-Amnistía, Senideak, Bakea Orain, Elkarri, Egizan, Herria 2000 Eliza, Gernika Batzordea y Autodeterminazioaren Biltzarrak.

Si las conversaciones de Txiberta se convirtieron en un primer intento de convergencia de las fuerzas vascas, intento que se frustró sin echar a andar siquiera, el segundo gran paso con el que se pretendía alcanzar un panorama de paz, tuvo como escenario la Casa de Fray Diego en Lizarra. Se trataba de aplicar a Euskadi el proceso de paz llevado a cabo en Irlanda del Norte, teniendo en cuenta los rasgos específicos de Euskal Herria. Así, se señalaba que “siendo distintas las concepciones que existen sobre la raíz y permanencia del conflicto, expresadas en la territorialidad, el sujeto de decisión y la soberanía política, éstos se constituyen en el núcleo de cuestiones fundamentales a resolver”. El proceso que para la resolución del conflicto se especificaba en el Pacto de Lizarra tenía varios pasos. En la fase preliminar se señalaba que en el proceso de diálogo y negociación no se exijieran condiciones previas infranqueables para los agentes implicados.

La negociación debía ser global, en el sentido de abordar y dar respuestas a todas las cuestiones que constituyen el conflicto así como a las que son consecuencia de éste. Y por lo que respecta a la fase resolutoria, el acuerdo señalaba que “el proceso de negociación y resolución propiamente dicho, que lleva implícitos la voluntad y el compromiso de abordar las causas del conflicto, se realizaría en unas condiciones de ausencia permanente de todas las expresiones de violencia del conflicto”. O sea, sin lucha armada.

La firma del acuerdo de Lizarra propició un alto el fuego por parte de ETA, una tregua que se alargó por espacio de un año. Sin embargo, en noviembre de 1999, la organización armada abría de nuevo todos sus frentes y acusaba al PNV y a Eusko Alkartasuna de haber mostrado más interés en acabar con la actividad armada que en luchar en favor del soberanismo en Euskal Herria. El 21 de enero de 2000 ETA volvió a atentar. Asesinó mediante la colocación de un coche bomba al teniente coronel Pedro Antonio Blanco en Madrid y rompía de este modo 14 meses sin atentados. La ruptura de la tregua supuso también a la postre la ruptura de Udalbiltza como asociación de electos municipales que se había constituido en enero de 1999. En un principio estaba integrada por electos de PNV. Eusko Alkartasuna y Herri Batasuna, pero tras la ruptura de la tregua por parte de ETA solo los electos afines a la izquierda abertzale continuaron en Udalbiltza.

Egibar: “fue determinante” La cara visible de PNV en Lizarra fue Joseba Egibar, un hombre muy ligado a Arzalluz. El presidente del GBB recuerda todos los pasos de Arzalluz en favor de la paz. “En Txiberta, aunque fueron otros los que ostentaron la representación, Arzalluz fue determinante. La idea era clara, aunque la democracia que se abría era imperfecta, había que darle una oportunidad a la paz”. Dos décadas después, al igual que fracasó Txiberta, fracasó Lizarra Garazi. Egibar lo tiene claro. “El acuerdo daba protagonismo a la política e implicaba la desaparición de ETA, y ETA no estaba por la labor. Quería seguir tutelando a los vascos y por eso rompió Lizarra”, afirma

Para Tasio Erkizia, histórico militante de la izquierda abertzale, hay dos Arzalluz, “el del Pacto de Ajuria Enea y el del Pacto de Lizarra”. Con respecto a lo sucedido en Lizarra, señala que “por parte de él sí que había una voluntad clara de abordar el conflicto en todos sus parámetros, pero tuvo muchas reticencias dentro del propio partido”. Erkizia considera que Arzalluz tenía claro que había que abordar un escenario de paz. “Estábamos en las antípodas el PNV y nosotros, pero se buscaba lo mejor”, zanja.