La política española sigue subiendo de tono. El juicio a los y las políticas catalanas; las voces cada vez más salidas de tono de la derecha; la defensa de facto de la dictadura y el follón de sacar al dictador del lugar en el que se le honra con la ayuda inestimable de la orden religiosa alojada allí; el Senado contra el Estatuto vasco y hasta el rey español dando lecciones de democracia, son muestras de una visión y manera de hacer política a la tremenda, sin respeto, engañosa y, por supuesto, no democrática, si a democracia le llamamos entender que el bien común es el objetivo, en una convivencia ordenada política y socialmente.

La relación entre el demos y el kratós -el pueblo y su gobierno -está bastante tocada en una España en la que impera el lío y el discurso cada vez más peligroso de la derecha alineada en posiciones ultras y contrarias, por definición, a la democracia. Lo terrible es que está coincidiendo con lo que sucede en otros estados del mundo y también de la Unión Europea. Entre ello, los ataques a cementerios y personas judías que nos retrotraen a unos tiempos de gran bajeza moral y política.

Se me dirá que el triunvirato de la derecha española es otra cosa, que defienden con fervor la democracia y que lo suyo es libertad de opinión. Ya, ya sabemos. Mientras, criminalizan a quienes practican democracia de verdad preguntando al pueblo y siempre con la disculpa de los nacionalismos vasco y catalán.

La mentira organizada y planificada para provocar enfrentamiento social y la permisividad ante los intentos de esos desmanes en nombre de España nos colocan en un escenario cada vez más incierto y difícil de soportar.

Otros momentos de la Historia ya nos enseñaron hasta dónde son capaces de llegar quienes radicalizan de esa manera su discurso, abandonando la razón y el respeto. Debemos recordar que en ello participó gente de muy distinta condición social, económica e intelectual que, envalentonada con sus banderas rojigualdas al viento, escondía la cerrazón ciega y violenta de una pretendida superioridad moral que ocultaba otros intereses y miserias.

La aprobación en el Senado de una moción contra el traspaso de competencias a la CAV es una muestra clara de adónde quieren llegar. Ya sabemos que una moción no obliga al gobierno pero es una declaración de intenciones de PP, C’s y UPN al defender una ilegalidad contra una ley orgánica como es el Estatuto de Gernika. Detrás de tanta paparruchada y argumentos falsarios se esconde la verdadera intención de subvertir el orden social democrático.

El salto es fácil de dar. Llevarse después las manos a la cabeza no servirá para nada. Y de aquí a pedir que alguien ponga orden queda poco trecho (y eso siempre conlleva autoritarismo).

El rey español también ha entrado en este juego. Su defensa de la ley en abstracto es palabrería fácil de contrarrestar. Que existan leyes no significa que estén asegurados los derechos. Ni mucho menos: en el franquismo hubo leyes, en Arabia Saudí, Marruecos, Venezuela y tantos otros lugares hay leyes. Pero promulgadas para vulnerar los derechos de la ciudadanía.

La unidad de España no debería estar por encima de la democracia.

El juicio al procés es la fotografía en la que debemos mirarnos. A destacar la intervención del conseller Jordi Turull que, con atinados argumentos, gran dignidad y elegancia, puso en un brete a un tribunal que ya ha escrito la sentencia. Somos muchísimas las personas que pensamos como él: votar nunca puede ser ilícito en una democracia.