La relación entre China y Estados Unidos no ha sido nunca en la historia muy estrecha pero hoy atraviesa uno de sus peores momentos a raíz de la pandemia de coronavirus. El presidente chino, Xi Jinping, y el estadounidense, Donald Trump, llevan protagonizando los últimos meses un pulso que se ha visto incrementado por la actual crisis.

El miércoles, Trump volvió a insistir en que China podría haber detenido el coronavirus, al tiempo que afirmó que el covid-19 es “peor que Pearl Harbor” y “peor que el 11-S”. En este sentido, incidió en que “nunca ha habido un ataque como este” y calificó el brote como “el peor ataque” que ha sufrido el país norteamericano.

Su secretario de Estado, Mike Pompeo, fue mucho más directo cuando este domingo acusó directamente a un laboratorio de investigación de Wuhan de haber desarrollado el coronavirus, a pesar de que la mayor parte de las agencias de inteligencia estadounidenses y los expertos en virología defienden que el virus “no ha sido elaborado ni genéticamente modificado” por el hombre.

Algunos asesores de la Casa Blanca han empujado al presidente a enviar una orden ejecutiva con el objetivo de bloquear un fondo gubernamental destinado a invertir en empresas chinas, y el viernes Trump anunció que restringiría el uso de equipo relacionado con “un adversario extranjero” en la red eléctrica estadounidense, una advertencia velada a China.

Sin embargo, China niega vehementemente que el virus se originase en el laboratorio. El director de The Global Times, periódico estatal controlado por el Partido Comunista Chino, ha criticado públicamente a EE.UU. por acusarlos sin evidencias. “Que no digan que hay pruebas incontestables; que se las enseñe Pompeo al mundo”, retó el director, Hu Xijin. “Con las peticiones de investigar el laboratorio de Wuhan están intentando alimentar la polémica y poner el foco en nosotros para manipular”.

La académica china Jude Blanchette, miembro del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIC en sus siglas en inglés), radicado en Washington, advierte que más que una evolución de las anteriores relaciones entre EE.UU. y China, “hemos entrado en una fase completamente nueva, que se define por un aumento de los puntos de conflicto, la entrada en una espiral descendente de hostilidad, la dinámica del pensamiento de suma cero y la ruptura con las instituciones de mediación”.