después de 18 años de guerra en Afganistán, EE.UU. parece hoy tan lejos de conseguir una victoria militar como ideológica sobre los talibanes, mientras que las ideas de este grupo de radicales islámicos parecen implantarse en la vida política norteamericana. No se trata aquí, a diferencia del Afganistán, de motivos religiosos, sino de una intolerancia política creciente que ha pasado de la negativa a dialogar a los ataques contra el patrimonio artístico del país.

Los talibanes destruyeron las imágenes de Buda en Afganistán, mientras que los radicales del Estado Islámico acababan Isis con la antigua ciudad de Nimrud en Siria, Khorsabad o los museos de Mosul en Irak. El mundo lo siguió con horror, pero la realidad aquí tiene alguna semejanza, excepto que los monumentos eliminados en Estados Unidos no siempre son destruidos, además de ser mucho más recientes.

Aquí, los monumentos no son víctimas de la fe religiosa, sino de activistas políticos norteamericanos cuyo desacuerdo con la situación política, actual o anterior, les lleva a eliminar o destruir obras de arte que representan conceptos con los que están en desacuerdo. Se trata de un proceso paulatino, pero creciente. Desde hace un par de años empezaron por retirar estatuas de personajes históricos cuyas acciones, admiradas en su momento, no encajan con las ideas modernas.

Guerra de Secesión Los primeros objetivos fueron los perdedores de la Guerra de Secesión, cuyos líderes son vistos hoy como racistas y defensores de la esclavitud. Estatuas de personajes como el general Lee, comandante de las fuerzas del Sur durante esta guerra, o el también general Stonewall Jackson, fueron las primeras en desaparecer. Siguieron luego las de Jefferson Davis, presidente de los estados sureños.

En la mayoría de los casos, estas estatuas fueron a almacenes donde yacen olvidadas de todos, o bien a museos que recogen la historia del país. Han ganado mucha compañía, porque ahora han empezado a quitar también imágenes de soldados desconocidos sureños, considerados ahora todos como racistas.

El movimiento ha tomado mayor auge y ahora se ha extendido a la destrucción de obras de arte cuyo valor histórico o artístico queda supeditado a las reivindicaciones de grupos que tratan de corregir pasados entuertos. La última iniciativa salió de San Francisco, donde una escuela ha decidido eliminar unas pinturas murales por considerarlas ofensivas para grupos minoritarios como negros o americanos de origen indio. Les parece inaceptable que estas pinturas representen a miembros de estas minorías junto al presidente Washington, por mucho que algunos señalen que su autor, un emigrante comunista ucraniano que fue llevado ante los tribunales hace un siglo por sus simpatías políticas, precisamente quería poner de relieve la importancia de estos grupos minoritarios en el desarrollo del país. A diferencia de las estatuas, en este caso los murales están llamados a desaparecer porque los activistas simplemente quieren cubrirlos con pintura.

La lista de personajes censurables va creciendo y ya apunta a figuras como Thomas Jefferson o George Washington, nada menos que el autor de la Declaración de Independencia y el comandante de las fuerzas norteamericanas contra los ingleses, convertido después en el primer presidente del nuevo país.

EE.UU. tiene una historia corta, y no solo comparada a la de los países europeos o asiáticos, sino incluso a sus vecinos hemisféricos colonizados por España siglo y medio antes. Su breve historia, ensalzada y repetida, ha servido para incitar el patriotismo que, a su vez, ha unificado a una sociedad dispar que ha ido incorporando inmigrantes de todo el mundo, con diferentes idiomas, culturas y religiones Pero hoy la desunión parece el lema de la sociedad norteamericana, sin que de momento se pueda adivinar si las divisiones se deben a la falta de una herencia comunmente aceptada, o si son estas divisiones las que han dado al traste con el breve acervo de sus dos siglos y medio de historia.