Quienes han estudiado la figura del lehendakari Leizaola valoran que fue el hombre del PNV que se quedaba hasta el final cuando el resto de la ciudadanía ya había buscado destino a salvo: exilio o vuelta al hogar. En esa circunstancia, él resistía. Lo vivió en Bilbao ante la inminente ocupación franquista de la villa y lo repitió en París, a pesar del aliento exterminador de los nazis. Esperó, asimismo, con la serenidad que le caracterizaba al día de retorno a Euskadi sur: el 15 de diciembre de 1979.

La prensa nacionalista de la época se hizo eco del momento histórico con suplementos especiales. Tanto el periódico DEIA como la entonces revista Euzkadi. El lehendakari zarra retornaba tras 15.000 días de exilio, es decir, 43 años y nueve semanas. Continuando con cifras, el donostiarra recordaba que tenía 40 años cuando dejó Hegoalde y Aguirre, 32. “Fue el último en salir y el último en regresar”, le reconocía en los medios Mikel Isasi, consejero del Gobierno de Euskadi en el exilio.

Leizaola ansiaba con resignación el momento para volver a disfrutar de lo cotidiano. “Pronto llegará el día en que podré volver y pasear tranquilamente por donde quiera”, admitía en una entrevista concedida a este diario. Y la jornada llegó.

El entonces aeropuerto de Sondika se quedó pequeño para absorber a miles de vascos que “se estrujaron con el lehendakari”. Y hubo también a quien molestó su reaparición e intentó boicotearla. Así, se debió desalojar el aeródromo por una falsa amenaza de bomba. La hemeroteca cita otras curiosidades como que el avión en el que viajaba Jordi Pujol (Convergència i Unió) dio vueltas sobre la pista y volvió a Catalunya. Argumentaron que las condiciones de aterrizaje eran desfavorables, al tiempo que otros aparatos sí tomaban tierra.

Carlos Garaikoetxea aplaudió el retorno de Leizaola y valoró su persona con una reflexión: “No se suele echar en falta a la persona que nunca ha estado”. Hacía referencia a aquel hombre que nació el 7 de septiembre de 1896 en la Bella Easo y que moriría el 16 de marzo de 1989, hace ahora 30 años, tan solo una década después de su regreso. Señalaba al abogado y político del PNV guipuzcoano, al segundo lehendakari del Gobierno de Euskadi en el exilio tras la muerte repentina de José Antonio Aguirre.

A su recibimiento en Sondika le siguieron los homenajes en el histórico San Mamés, en el emblemático Hotel Carlton, en la casa de Juntas de Gernika. La mente de Leizaola, por otro lado, conocía con ojos abiertos la, para él, nueva Bizkaia. “Si hubiese sabido que un cargo me iba a durar lo que ha durado, hubiese puesto muchos obstáculos. Estaba mejor de segundo, porque, por ejemplo, podía estudiar”, anteponía tan solo en pensamiento y aseguraba no haber perdido el tiempo para seguir creciendo en sapiencia, otra seña de su talante. “En París, iba a la Biblioteca Nacional a investigar. Ahí está el documento más antiguo que se conoce donde está escrito la palabra vascones”, manifestaba a la revista Euzkadi quien con anterioridad había sido Ministro de Justicia de Aguirre.

El socialista Ramón Rubial se mostró más distante en la respuesta que la publicación Euzkadi solicitó a diferentes autoridades. De los consultados, fue el único que no quiso hacer una semblanza sobre Leizaola. Sin embargo, sí le reconoció una cualidad: “Aparte de su consideración ideológica, es un hombre profundamente humano”.

A 180 grados, Arantzazu Ametzaga dedicaba un extenso artículo de opinión sobre su figura bajo el título Al Gobierno de Euzkadi lo han sostenido los patriotas vascos. Leizaola se sentía tal. Aquí un ejemplo: “No he estado siempre exiliado porque a una tierra vasca -por Iparralde- he podido acudir en libertad. Eso ha hecho que nunca me haya sentido fuera de la patria”. A renglón seguido de esta entrevista, el histórico Manuel de Irujo analizaba que “ahora empieza la vida normal”, o eso ansiaba el navarro.

Los editoriales por su regreso se sucedían día sí y otro también. “Leizaola es un líder fiel a sus ideas, honesto, sobrio en su estilo y sacrificado en sus actuaciones”. A su llegada al Hotel Carlton, que fue sede del Gobierno vasco, Mikel Isasi le ensalzaba esa labor de ser el hombre que se quedaba hasta el final. “No quería nunca irse. Quiso quedarse en Bilbao más o menos camuflado. Lo convencieron a última hora. Y después con la ocupación nazi de Francia se quedó en Tarbes en días de persecución alemana en busca de Aguirre y de detención de Companys. Siempre ha tenido confianza ante los problemas”.

Y esa confianza fue reconocida y agradecida en cada párrafo de los medios jeltzales. “Con la vuelta del lehendakari, Euzkadi recupera su dignidad histórica”, publicaba Euzkadi en su especial, divulgación que costaba 30 pesetas en aquel 1979. Y, sobre todo, una persona se emocionaba al escribir sobre la figura del docto, sosegado, antimarxista, defensor de los derechos humanos, Leizaola. Era el capitán de gudaris del batallón Saseta y comandante del ejército republicano en Catalunya, Joseba Elosegi. “Vuelve un hombre de gran relieve, intelectual y patriótico, situado en las antípodas de la frivolidad. Mantuvo el difícil equilibrio de la justicia. No fue hombre de guerra, pero siempre un curioso de la estrategia militar”, diferenciaba quien se quemó a lo bonzo contra Franco. “Siempre tuvo la esperanza de defender la capital. Tuvo que rendirse aun no queriéndolo, tanto en Bilbao como en París”, apostillaba quien veía un paralelismo entre el sombrero de fieltro que distinguía a Leizaola y su patria, Euzkadi.

“Su sombrero simboliza alcurnia y ruina, perseverancia y austeridad. Como Euzkadi, un viejo pueblo ruinoso en su estructura, pero orgulloso de su ser, y esperanzado en el logro de su identidad”, reflexionaba. Elosegi afrontaba de este modo la txanpa final de su argumento: “Al terminar ahora su labor ante los suyos, entrega el testigo de su relevo, como símbolo de su buen hacer. Encontrará el calor que le ha faltado tras su sacrificio y dignidad. Son demasiados años para esperar en la oscuridad, en la privación, en la tristeza. Como su sombrero de fieltro”.