Durango. Ayer fueron despedidos en acto religioso cristiano la vida y obra del sacerdote de Durango Félix Zabala Lana, uno "de los pocos jesuitas que han sido músicos", como él mismo consideraba tras los estudios de investigación realizados por su persona al respecto. Fue organista oficial de la basílica de Loiola y llevó la batuta del Archivo Musical del Padre Nemesio Otaño de el santuario guipuzcoano hasta el año pasado que cayó enfermó. Falleció el pasado domingo a los 91 años de edad tras haber sido destinado a Loiola en 1986. Siete años después comenzó la informatización de los fondos del Archivo Musical del que Zabala fue guarda custodio. Entre sus trabajos que dejó escritos están Músicos jesuitas a lo largo de la historia (Ediciones Mensajero) o Cantoral religioso de Loiola.
Zabala Lana nació el 20 de noviembre de 1921 en Durango. Su tío Juan, capellán y organista de la iglesia San Pedro de Tabira, fue quien le inició en el mundo musical aportándole los primeros conocimientos. Vivían en un mismo inmueble y cuando el tío daba clases de piano y solfeo, el pequeño subía "a todo correr a la casa" de Juan, un piso más arriba. Así se lo explicó en su día a Nerea Ugarte a quien le solicitó que escribiera su biografía en el libro Músicos jesuitas a lo largo de la historia, obra de Zabala. A la muerte del familiar, en 1929, Félix continuó sus estudios musicales con el organista de la parroquia Cruz Gabiola, quien enseñaba solfeo al coro de tiples al que Zabala ya pertenecía.
Con 13 años, organista Estudió en los hermanos Maristas y como externo en los Jesuitas de Durango. Con 13 años ya sustituía al organista de la iglesia San José. El 15 de octubre de 1937, en plena Guerra Civil, entró en la Compañía de Jesús, en el noviciado en la casa de Loiola-Azpeitia. Perteneció al primer grupo de noviciado de la casa tras la expulsión de los jesuitas en la República. Siguió sus estudios de Filosofía y Teología, tras noviciado y juniorado, en el colegio Máximo de la localidad burgalesa de Oña. Fue el encargado de la música, organista y director del coro de filósofos. En ese tiempo ya compuso numerosas obras. En el teologado también tuvo cargos y fue cuando conoció al padre Nemesio Otaño de quien recibió formación musical que influyó "mucho" en la obra de Zabala. Allí ya publicó trabajos musicales y fundó la Academia de música.
Sus prácticas de Magisterio las llevó a cabo en el colegio Indautxu de Bilbao. Impartió Latín y Literatura. La tercera probación la cumplió en la valenciana Gandía, donde colaboró en emisoras de radio. En 1954 fue destinado a Orduña y a continuación a Burdeos, donde prosiguió su formación con el director de la catedral de dicha ciudad francesa.
Allí, además se encargaba de visitar a enfermos en hospitales, a familias necesitadas y pobres; trabajó en suburbios, dio catecismo a niños, trabajó con presos durante 18 años, abrió un centro de enseñanza para inmigrantes, fundó la congregación mariana llamada entonces Hijas de María. Creó la Asociación de padres y madres de familia con una revista... También fue durante un tiempo director de la Euskal Etxea local.
Regreso a Loiola en 1986 En 1986 le destinaron al santuario de Loiola, como organista titular de la basílica y responsable del Archivo Musical. "El destino estaba muy en consonancia con la vocación musical de Félix", valora la azpeitiarra Nerea Ugarte. Creó el Nemesio Otaño Abesbatza en recuerdo a su profesor. A su llegada a la comunidad encontró tres fondos y a día de hoy hay muchos más con hasta 80.000 fichas de partituras, libros, discos, vinilos, rollos de pianola, revistas...
Su aportación como compositor es prolífica. Era un autor al que le solicitaron obras de encargo para masas corales de renombre y fue galardonado con premios como el Bartolome Ertzilla -durangarra como él- o en la Federación de Coros de Euskal Herria. El Gobierno vasco le solicitó también un trabajo de investigación musical en torno a la figura de San Ignacio, con ocasión del quinto centenario del nacimiento del santo. En 1991 publicó el libro Música ignaciana. En un disco al respecto incluyó tres obras propias. También escribió salmos responsoriales en euskera con melodía, la mayoría de ellos, del padre Gabriel Lerchundi; cantos eucarísticos, cantos de Navidad, a la Virgen, de Cuaresma y Semana Santa, de Pascua, Pentecostés, Espíritu Santo; para diversos momentos de la liturgia, cantos a San Ignacio o acompañamiento de órgano de algunos números de Gora Jainkoa.
Desde su comunidad, ayer todo fueron beneplácitos para su persona. Se ensalzó su labor en el mundo musical; sin embargo, hubo quien puso por delante su persona. "Era muy cercano. Conviví con él unos años en la comunidad y me llamaba la atención ese detalle, que aún siendo yo más joven, un chaval, me trataba con mucho respeto... Más que su labor, yo destacaría esa delicadeza en el trato hacia las personas. Su compresión humana", subrayó Manu Arrue, responsable superior de Loiola Etxea, comunidad de acogida a personas que salen de prisión.
Desde la biblioteca del Santuario de Loiola, Olatz Berasategi, reivindicó su figura, así como su labor en el Archivo Musical Padre Otaño, visión que también comparte el investigador José Ignacio Alberdi Egaña, de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País Vasco: "Fue un hombre muy responsable, consciente de su visión de jesuita. Cuidaba muy bien los repertorios, era muy litúrgico. Apreciaba la colaboración del feligrés en los cantos. El siempre decía que un pueblo que canta se acerca a Dios".