LO del Benito Villamarín ofrece abundante material para el análisis. Demasiados aspectos negativos concentrados en una sola actuación: desde el resultado, pasando por la imagen colectiva y una serie de aportaciones decepcionantes en el plano individual, hasta la pérdida de efectivos para próximos compromisos. Queda a la consideración de cada cual centrarse en alguno de los aspectos apuntados o en otros distintos, pero todo el mundo estará de acuerdo en que lo peor de este partido es su inoportunidad.

Aunque todavía sea imposible conocer si acarreará consecuencias y de qué calibre, resulta innegable que ha llegado en un momento crucial de la temporada. Por lo tanto, justo cuando más daño puede causar. Empezar a dudar a estas alturas de un equipo que ha cumplido con creces desde agosto porque haya sufrido una derrota (la primera en un mes largo), acaso carezca de una base sólida. Sin embargo, de repente se abre un espacio para las dudas y los temores, simplemente porque el revés ha tenido lugar en vísperas de jugarse una plaza en la final de Copa. Ello, a pesar de que dicha cita será en San Mamés, escenario que el Athletic ha transformado en una fortaleza.

La pequeña gran diferencia de la presente campaña en relación a las anteriores, descansa en el rendimiento. No existe ningún otro secreto escondido detrás de las sensaciones que ha captado el público viendo a sus jugadores desenvolverse en la inmensa mayoría de las ocasiones. Se ha asistido a un fútbol convincente, eficaz, atractivo, incomparable en nivel al del último lustro largo, caracterizado por el quiero y no puedo de proyectos que apuntaban alto para terminar con el equipo varado en tierra de nadie. Este recuerdo imborrable, por reciente y reiterado, ahora vuelve cual pesadilla a la mente del personal, que creía haber dado carpetazo a la resignación.

Hace tres semanas, el Athletic regresó del Metropolitano con un marcador tan valioso como afortunado. Se consumó la proeza, nadie antes había sido capaz de asaltar el campo del Atlético de Madrid. Un gol de ventaja se antojaba entonces el preludio ideal para vivir una noche mágica, en concreto la del próximo jueves. Que conste que ese gol mantiene su vigencia, pero hoy su importancia se habría devaluado. Ya no está tan claro que vaya a ser suficiente para acceder a la final.

La culpa de este cambio de perspectiva le corresponde al Athletic. Ni siquiera está conectado a la imagen que vienen transmitiendo los de Simeone, que tampoco andan boyantes. No, preocupa el Athletic debido a que de un tiempo a esta parte en su comportamiento han ido ganando terreno indicios de flojera. Como si estuviese experimentando una paulatina pérdida de energía que le impide desarrollar su idea con la continuidad y el brillo a los que nos había acostumbrado.

Seguramente, el bajón no deja de ser una realidad perfectamente asumible, que aflora en algún tramo de la temporada y suele afectar a todos los equipos. Las piernas y la mente se van cargando, los futbolistas van notando los rigores de un calendario bastante avanzado, las lesiones se producen con más asiduidad (Vesga, Galarreta, Sancet, Herrera, Nico Williams, Lekue, Yeray, Yuri, etc). En suma, la plantilla acusa la exigencia de un modo más evidente y, lógicamente, los puntos se encarecen.

En el caso del Athletic, bastaría con fijarse en cómo jugaron los Williams y Sancet hasta navidades y cómo desde navidades, para hacerse una composición de lugar y obtener una explicación, tan elemental como potente, de un decaimiento paulatino que, mira qué casualidad, el pasado domingo tuvo su reflejo más rotundo.

El Athletic viajó a Sevilla con la intención de demostrarse a sí mismo que está listo para lo que venga y volvió escarmentado. A partir de ahí, el miedo es libre; al igual que la fe, sinónimo de convicción, una virtud que distingue al equipo.