El lema de cabecera de cada temporada en cualquier equipo versa sobre la superación. El deseo e intención de mejorar imagen y resultados, en el Athletic es un anhelo que objetivamente choca con la inercia de años presididos por el quiero y no puedo. En tres de las últimas cinco ligas, incluida la más reciente, ha terminado octavo, su mejor posición, siendo décimo y undécimo en las dos restantes. Casi siempre por encima de los 50 puntos y por tanto relativamente próximo a una plaza europea, que no es capaz de conquistar desde la 2016-17.

Aquel período en que viajar por el continente se convirtió en hábito, generó unas expectativas que no han dejado de perder fuerza. Hoy el club vive inmerso en una dinámica frustrante, acentuada la pasada campaña. El retorno de Ernesto Valverde no interrumpió la sequía, dejando un regusto que contrastó en exceso con la ilusión inicial, cuyos efectos se fueron desvaneciendo tras la celebración de Mundial. El técnico que ostenta el récord de partidos en el banquillo de San Mamés aparecía como el timonel idóneo en ese contexto tan especial que crea un relevo en el Palacio de Ibaigane, pero las aguas acabaron por engullir su proyecto.

De nuevo, el Athletic se quedó con las ganas. Su comportamiento en vez de sorprender recordó mucho al de otros cursos donde acusó el discurrir de los meses. Volvió a fallar en el tramo decisivo, también en una edición copera que pintaba de maravilla para plantarse en la final, con la particularidad de que los análisis coincidieron en resaltar que nunca el billete a Europa estuvo tan barato. Esta conclusión no encierra animosidad alguna, simplemente la refuerza que el equipo se mantuviese con opciones hasta la conclusión del campeonato pese a la irregularidad que exhibió desde enero. La tendencia a la baja se agudizó en la recta final: cinco puntos sumados sobre 24.

OBJETIVO Y VALORACIÓN

Hace justo un año, el 10 de agosto, la directiva convocó a los medios para establecer el objetivo deportivo. Jon Uriarte, escoltado por Valverde y el capitán Iker Muniain, dijo que la ocurrencia obedecía a una promesa electoral. Resulta obvio que dicha iniciativa no sirvió para allanar un terreno que sí dulcificó el calendario liguero. El Athletic explotó el factor campo y el discreto nivel de los rivales de agosto y septiembre para colarse en zona Champions.

Parece que el mencionado acto no se va a repetir. Al margen del nulo interés mostrado por Valverde, este lunes el club comunicó que “tras el arranque de la competición y el cierre del mercado de fichajes de verano, se hará una valoración deportiva global de inicio de temporada”.

Esto supone que los responsables aguardarán a conocer el signo de las cuatro jornadas que abren la liga para efectuar un pronunciamiento oficial. En las mismas, el Athletic se mide a Real Madrid, Osasuna, Betis y Mallorca. Se asume pues que la puesta en escena condicionará el mensaje. Un detalle que denotaría cierta inseguridad o, cuando menos, el influjo de las dudas provocadas por el balance del ejercicio anterior.

Tanta prudencia converge con la corriente de escepticismo que se palpa en la calle. El “rock and roll”, el canto permanente a los intangibles, el autobombo y la prematura renovación de Valverde, tienen difícil encaje en el planteamiento escogido ahora por la directiva, que además sugiere la incorporación de algún refuerzo. Tal cosa se deduce del enunciado de la nota, si bien la salud financiera de la entidad asoma como un obstáculo demasiado elevado para apuntalar con garantías la plantilla.

Y puestos a buscar un fichaje de fuste, instintivamente la mirada se dirige a la defensa, que registra una baja más que sensible. El adiós de Iñigo Martínez plantea un problema inmediato en una faceta clave del desempeño del equipo, abocado a blindar su portería a fin de compensar su impericia en el área contraria. Un asunto viejo que no ha habido manera de enderezar, por lo que en primer lugar habrá que encomendarse al crecimiento de Sancet y Nico Williams.

La juventud y calidad de esta pareja llamada a acaparar un mayor peso específico en el fútbol rojiblanco, constituye el reclamo más atractivo de un grupo que continúa anclado en el pasado. Basta con repasar el amplio cupo de treintañeros que no ha dejado de acceder a la titularidad con una elevada frecuencia en la pizarra de Valverde y de sus antecesores. En general se trata de hombres que ya tocaron techo, por lo que no cabe esperar que en adelante emulen su mejor versión.

Lo expuesto no niega la validez de los veteranos, el oficio es una baza interesante siempre, pero se echa de menos decisión, valentía, en la promoción de los recambios. La facilidad con que el club se desprende de valores propios, como acaba de suceder con Zarraga y Vencedor, refleja hasta qué punto el cortoplacismo ha arraigado en la gestión del primer equipo.

Las dos adquisiciones en el mercado de la actual directiva cuentan con 33 y 30 años. Esta segunda es la edad de Ruiz de Galarreta, sobre quien lógicamente se han posado todas las miradas. Como será la cosa que los goles de Martón, al que la Real dejó ir libre, o algún detalle de Unai Gómez, inédito en las ocho veces que estuvo en la lista de Valverde, han servido para amenizar una pretemporada huérfana de noticias positivas.

Hablando de materia prima, el Athletic acaso se beneficie de cómo está el mercado: las limitaciones para la captación de piezas relevantes, así como las bajas de tipos contrastados que han volado a otras ligas, componen una realidad incuestionable que afectaría a bastantes rivales.