E perdido la cuenta de las columnas que he dedicado a los sucesivos récords del precio de la electricidad. Sí creo recordar que la última fue en septiembre. Por entonces, el tantarantán en el recibo se cotizaba a algo menos de doscientos euros por megawatio a la hora. Bien sabrán ustedes que ayer superamos los 300 y hoy todavía daremos un saltito más. Imaginen dónde podemos ponernos dentro de unos días, en las fechas señaladas.

Y miren, no me voy a encaramar a la liana demagógica. Daré por bueno que es la releche de complicado meter en vereda a las eléctricas para que abaraten el recibo. Seguro que hay un congo de motivos endiablados para esta subida de proporciones cósmicas. Me consta igualmente que en buena parte de Europa se padece idéntica jodienda; bien que se están cuidando los medios amigos, esos castos y puros, de ilustrarnos con gráficas de la carestía. Pulpo, animal de compañía.

Ahora, lo que no puede ser es que nos llamen imbéciles a la jeta. Todos recordamos al presidente español, Pedro Sánchez, jurarnos hace tres meses que pese a los hachazos encadenados, acabaríamos este año pagando menos que en 2018. Ya es bastante sulfurante que tal frase haya resultado una mentira gorda y que, llegado el momento de la comprobación, el autor de la profecía fallida no nos haya pedido perdón. Pero lo que definitivamente no tiene nombre es que la ministra del ramo, Teresa Ribera, tenga el cuajo de tratar de convencernos de que la factura de 2021 será, efectivamente, menor que la del mentado 2018, como si no hubiéramos sufrido la diferencia en nuestros propios bolsillos.