No todo vale - Evidentemente, la del titular es una pregunta con trampa. Por desgracia, desde el mismo instante en que trascendió la noticia, quedó bastante claro que fue la propia Verónica Forqué quien decidió no seguir viviendo. Batiendo récords de amarillismo e impudicia, algún medio se apresuró a dar pelos y señales del método escogido por la actriz para abandonar este mundo cruel. Y no faltó tampoco quien difundió la imagen de su cuerpo trasladado como un puñetero fardo. La gran paradoja de su muerte escogida libremente es que ha rendido y sigue rindiendo excelentes réditos de audiencia, no solo en los vomitaderos de morbo habituales, sino también en las cabeceras que se tienen por serias del copón. Me alivia comprobar que en mi casa, donde se ha informado con abundancia de datos sobre lo que indiscutiblemente es un hecho de enorme interés, se diera la pronta instrucción de no cruzar las líneas rojas. Probablemente, hemos perdido unos miles de clics en nuestras webs, pero no nos hemos dejado la decencia por el camino.

Simplismo de aluvión - Si hemos actuado así es porque, incluso bordeando el filo, tenemos perfectamente claro que, como me dijo anteayer Adela González en estas misma páginas, se pueden hacer algunas concesiones por la audiencia, pero no todo vale. No vale, para empezar, ese simplismo haragán que lleva al personal a pontificar, como si hubiera estado dentro de la cabeza de Forqué, sobre los motivos que le llevaron a preferir no seguir respirando. Qué enorme hipocresía, qué ramplonería sin límite es establecer la causa-efecto sin lugar a dudas en su participación en cierto concurso de televisión que a mí también me parece obsceno, pero al que los participantes, famosos o aspirantes a serlo, acuden por su propio pie. Eso, sin pasar por alto que pese a su horario imposible (¡termina de madrugada!), obtiene unos registros de audiencia (ya estamos otra vez) estratosféricos. ¿Quién tiene mayor culpa, el que peca por la paga o el que paga por pecar?

Sobran las lecciones - No contesten. De nuevo era una trampa. Solo quiero decirles que ni ustedes ni yo estamos en condiciones de juzgar qué puede llevar a cualquiera que no conocemos a apearse de la vida en marcha. Mucho cuidado, por lo demás, con elevar el hecho concreto a categoría y empezar a dar lecciones sobre la salud mental y el suicidio. Ni nos corresponde a los profanos ni a esos expertos que tienen el cuajo de ir de tele en tele a hablar de un caso del que apenas tienen un titular. Sí, lo sé, vuelvo a predicar en el desierto.