De aquellos polvos... - Me declaro culpable. El titular es un plagio. Más exactamente, un autoplagio. Es el que empleé hace siete años y pico en la columna que siguió a la abdicación de Don Campechano primero de las Hispanias. Quería decir entonces que, a lo Lampedusa, el cambio era para que nada cambiase. La dinastía repuesta por el bajito de Ferrol tenía continuidad. El pecador múltiple pillado cien veces en renuncio se iba al banquillo y lo sustituía su impoluto y preparadísimo zagal. ¿Todo bien? Sí, o sea, pulpo, animal de compañía. Desde su forzada renuncia, el soberano viejo no ha dejado de ser un dolor de gónadas. Cuando no era por la bragueta, era por la codicia insaciable. O por las dos cosas al mismo tiempo. El manto de silencio corleonesco impuesto a los medios dejó de funcionar. Ya no bastaban el yerno y la hija como chivos expiatorios. El foco apuntaba al patriarca y hubo que cortar por lo sano: patada en el tafanario y exilio dorado pero jodido en Abu Dhabi. El golfo al Golfo Pérsico. Dónde si no.

Toneladas de indicios - Pero el bolero falló. La distancia no fue el olvido. Mientras el crápula se daba a la vida diletante a la sombra de los jeques, se fueron sucediendo a chorretones los titulares que daban cuenta de sus innumerables marrones. El cerco se iba estrechando, a tal punto, que no le quedó más remedio que -convenientemente avisado por la Fiscalía- apoquinar un pastizal para regularizar, qué bonito verbo, una parte mínima de lo tangado. Hablamos de una fortuna oculta en paraísos fiscales de cien millones de euros. No era una maledicencia antimonárquica sino un hecho que se ha ido documentando fehacientemente. Aquí mismo escribí hace apenas un mes a que todos los caminos de las pesquisas parecían conducir al banquillo.

¡Inocente, inocente! - “Pero ni ustedes ni yo nos sorprenderemos si no es así”, apostillé, conociendo el paño. Hoy es el día en que, efectivamente, está a punto de certificarse que la Fiscalía va a dar carpetazo a las tres investigaciones sobre los pufos del individuo. Ojo: queda claro que hubo delito. Si el gachó se libra es por los comodines de la inviolabilidad y la prescripción. Los medios y los partidos cortesanos, que tienen unos colgajos que se los pisan, andan proclamando que todo ha sido una persecución del rojerío y exigen la vuelta con honores del vergonzante prófugo. Como la única justicia a la que podemos aspirar es la poética, la pelota está ahora en el tejado de Zarzuela, morada de su hijo. Él fue el que, traicionando a su sangre, como cualquier Borbón, se quitó de encima al viejo. A ver qué hace.