RTVC, gran cobertura - El pasado domingo, cuando el volcán Cumbre Vieja reventó a la hora que habían vaticinado los expertos con precisión milimétrica, la televisión pública de Canarias estaba allí. Durante toda la tarde su excepcional equipo humano desafió las infernales condiciones ambientales y las carencias técnicas para darnos cuenta al minuto de un fenómeno literalmente extraordinario. De hecho, hacía medio siglo de la última erupción volcánica en las islas, la del Teneguía, también en La Palma. Con incredulidad, con una brutal sensación de irrealidad entreverada de pésimos presagios, asistimos a algo que sin lugar a la menor duda constituía un acontecimiento informativo de primerísimo orden. Se trataba, y a día de hoy sigue tratándose, de un acontecimiento que merece ser calificado como histórico. Sin acabar de reponernos a la mezcla de fascinación y horror, pero sin poder apartar los ojos de la pantalla, fuimos muchos los que aplaudimos esa cobertura de la cadena institucional del archipiélago.

El desembarco - No tardó en desembarcar en La Palma un ejército de reporteros. Eso, visto en el vacío, no era malo. Al contrario: implicaba que íbamos a tener más fuentes y más puntos de vista. Así ha sido en muchos casos, no lo niego. Profesionales de medios diversos nos han ido descubriendo una infinidad de historias de incuestionable interés humano y, con la ayuda de los expertos adecuados, también nos han ido aportando el necesario contexto científico sobre lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo que cabía esperar que pasase. Nada que objetar. Todo que agradecer y aplaudir.

Los amarillos - Sin embargo, y tal y como desgraciadamente cabía temer porque hay un millón de precedentes, no pasó mucho tiempo antes de que el morbo más descarado y rastrero se impusiera a la sana y necesaria información. Empezamos a ver plumillas fingiendo que corrían despavoridos, aunque luego se paraban a recoger ceremoniosamente cenizas. Casi una pequeña travesura, al lado de las persecuciones de las personas que lo han perdido todo o que estaban a punto de hacerlo a la búsqueda del tan telegénico llanto desgarrado. Qué decir de los intrépidos tribuletes que entorpecían los intentos de los desesperados residentes por salvar sus enseres. O de los engorilados conductores de programaciones especiales metiéndose a vulcanólogos del copón y anunciando unas espectaculares imágenes de destrucción para después de la pausa publicitaria. ¿De verdad no hay otro modo de hacerlo?