LA cohesión social de la que hace gala Euskadi con respecto al sur no se corresponde con la realidad diaria de la comunidad gitana. Su protagonismo en la vida pública andaluza, donde vive más de la mitad de los gitanos que residen en el Estado, no guarda relación con su presencia casi marginal en Euskadi, que les relega a un rincón social, convirtiendo a las mujeres en un colectivo prácticamente invisible. “No se pierde la identidad gitana por tener estudios y llegar a ser médico o ingeniera. Nuestro lugar en el mundo no es la marginación. De hecho, cuanta más educación y conocimiento tengamos, dispondremos de más herramientas para ser libres”. Resuenan así las palabras de la cineasta Pilar Távora, “una luchadora nata” que no ha perdido el tiempo, como muestra su vasto currículo. Además de directora, productora y guionista de cine, teatro y televisión, es también una de las primeras mujeres en crear una productora propia. Con todo ese bagaje participó en el encuentro Mujeres Gitanas, proyectando Igualdad, organizado por la Comisión de Mujeres Gitanas de Euskadi.
Les advirtió de que “hay que evolucionar”, que renuncien a asumir un papel secundario en sus vidas, que no sigan ese guion preestablecido que les aboca a casarse demasiado jóvenes, tener hijos a partir a de los 15 o 17 años, entregadas a una vida anónima, al cuidado de sus hijos, perpetuando un estilo de vida que se remonta a la noche de los tiempos. “Hay que romper esos núcleos cerrados sin horizonte. La evolución no es seguir viviendo como hace siglos. El cambio se tiene que producir ya, hoy mismo, cada una en la medida de sus posibilidades. No se es más gitana por tener cuatro hijos con 17 años”, dijo.
Le acompañó la actriz y cantante gitana Celia Montoya, cuyo recorrido artístico le ha llevado a encarnar personajes del cabaré y del cuplé más clásico y frívolo para llegar a Bernarda Alba, profunda y desgarradora, así como Madam Colette o la Pisabién en Luces de Bohemia, de Valle Inclán. “Si voy alcanzando metas en mi vida es porque siempre me he dejado seducir por mis sueños. De niña, cuando supe que las personas de etnia gitana proveníamos de India, quise conocer mis orígenes. Luego quise ser periodista? Escribía narraciones que solo leía a mis primas, pero siempre en silencio, ese silencio que ha marcado a fuego a tantas gitanas”. Como Távora, pronto supo que no quería asumir aquel papel que parecía venirle asignado, y con 18 años se fue de casa. Su marcha fue una hecatombe familiar “pero yo seguía soñando, y si lo haces mucho y alto, y si trabajas por ello, al final vas alcanzando tus metas. ¿Por qué hay que limitarse en la vida?”
El testimonio de Távora y Montoya quiso despertar conciencias. “Con que haya calado el mensaje en una sola mujer ya es mucho”, dijo la cineasta. Ambas profesionales demostraron que el prestigio y la gitaneidad de la que hacen gala pueden ser primas hermanas. La directora denunció las piedras en el camino que se siguen encontrando en la sociedad. Habló del flaco favor que hacen programas de televisión como Los Gimpsy Kings, siguiendo la vida de cuatro familias gitanas: los Salazar, los Maya, los Fernández Navarro y los Jiménez. “Se están reproduciendo valores terribles, alimentando unos estereotipos que nos desintegran, como en su día lo hicieron tantas leyes. Depende de lo que hagamos hoy, construiremos el futuro. Sacad esa rebeldía que tenéis. No permitáis que vuestros hijos e hijas sigan repitiendo clichés”, clamó Távora, activista también antifranquista, por los derechos humanos y las causas de las personas desfavorecidas.