ESTE paseo comienza por las entrañas del puente levadizo de Deusto, construido bajo la inspiración del puente de la Avenida Michigan, obra de los ingenieros Bennett, Pihlfeldt y Young, construido en 1920. Su construcción se produjo por encargo del alcalde Federico Moyua para dar rienda suelta al tráfico fluvial de Bilbao, que en el primer tercio del siglo XX era una suerte de Mississippi industrial por el que navegaban barcos de gran calado hasta el puerto de Bilbao, enclavado en aquel entonces en lo que hoy es uno de los corazones de la ciudad. Las entrañas -la sala de máquinas, digo- evoca una escena cualquiera de los tiempos modernos de Charles Chaplin aunque la maquinaria interior del puente ya no late. Es una estampa mecánica, habida cuenta de que el puente ya no puede levantarse. La última vez que lo hizo fue hace ya una década, en 2008, para honrar el paso de la regata que enfrenta a Ingenieros con la Universidad de Deusto desde 1981. La última vez que se alzaron las hojas del puente para dejar paso a un barco fue el 4 de mayo de 1995 para que surcase, bajo la osamenta del puente el buque Hoo Ckres de la naviera Pinillos. El viejo Bilbao industrial ya era casi cadáver por aquel entonces.

Sobre sus lomos se había librado, una década antes, la última gran batalla que conoció Bilbao: la terrible batalla de Euskalduna. En 1984, durante el primer Gobierno de Felipe González, la llamada reconversión industrial llegó a los astilleros vizcainos públicos Euskalduna, amenazando con dejar a miles de familias en la calle. Los trabajadores plantaron cara enérgicamente en defensa de sus puestos de trabajo y los planes del INI estaban en el aire. Apareció en escena entonces la mano de hierro policial que impuso la política desindustrializadora de Solchaga y González, llegando a disparar a los trabajadores con fuego real. Además de decenas de heridos, Bilbao lloró la muerte del obrero Pablo González. La lluvia de tuercas y rodamientos sobre el propio puente también fue pertinaz. Era una guerra de guerrillas.

En aquel sangriento 1984 la mayoría de los trabajadores se unieron a una facción, en principio minoritaria y radical, que se enfrenta a las pelotas, las tanquetas y los botes de humo de la policía con tiragomas, barricadas y cócteles molotov. Tras varios meses de enfrentamientos durante 1984, acaba venciendo el Gobierno con ayuda de la Policía y la UGT, sindicato vinculado al PSOE. Los trabajadores terminan acogiéndose al Fondo de Protección de Empleo. Lo dicho: como quiera que el astillero herido de muerte estaba a los pies del puente, ése fue el campo de batalla.

Bajemos por los cauces de la historia hasta sus orígenes. Los ingenieros Ignacio de Rotaeche y José Ortiz de Artiñano, junto al arquitecto municipal Ricardo Bastida, firmaron el proyecto inicial en enero de 1930. Este proyecto se aprobó el 23 de julio de 1931 y se comenzó a construir en julio de 1932 bajo el mandato como alcalde de Ernesto Ercoreca. Antes, el 29 de marzo se habían adjudicado las obras a las empresa Entrecanales y Tavora, que se encargaría de la cimentación; Gamboa y Domingo, Retolaza y Anacabe, de la estructura de hormigón y Basconia-MAN de la estructura metálica.

La obra, entregada el 12 de diciembre de 1936 tras cuatro años de trabajos y dos modificaciones del proyecto, una el 8 de septiembre de 1932 a propuesta de la Junta de Obras del Puerto por afecciones al ferrocarril de Bilbao a Portugalete y otra el 8 de diciembre de 1933 por motivos similares. Fue la suya una primera vida breve. No en vano, durante uno de los ensayos propios de la época fue volado para la defensa de la ciudad por el batallón de ingenieros del ejército del Norte, que dinamitó el puente para ralentizar el avance nacional el 18 de junio de 1937 en plena Guerra Civil. Entre 1938 y 1939 fue reconstruido por las autoridades franquistas, reinaugurándose el 25 de octubre de 1939, con el nombre de puente del Generalísimo (en referencia a Francisco Franco), siendo alcalde José María Oriol y Urquijo. En 1979 volvió a tener su nombre anterior.

La fotografía que ilustra el texto está repleta de engranajes y mecanismos que reflejan la dificultad que tuvo la construcción de un punto que causó asombro en la ciudadanía la primera vez que extendió sus brazos al cielo de Bilbao. Más allá de la maravilla ingeniera y arquitectónica, hay que reseñar que la ciudad también abrió sus brazos para acogerlo. No en vano, hasta la fecha de su construcción la única manera de cruzar la ría era en barca o bien haciendo uso de un puente enclavado enfrente del ayuntamiento de Bilbao que hoy ya no existe, el célebre puente del Perrochico en el que había que pagar 5 céntimos por cruzar. Vamos, una perra chica.

Digamos que el verdadero nombre del citado puente era el de Pasadera Giratoria de Hierro. Más tarde tomaría el nombre de San Agustín por ser, su enclave, la zona del convento donde se edificó el Ayuntamiento de Bilbao, frente al que se sitúa y que se inaugura en el mismo año que aquel, en 1892. Pronto formó parte de la iconografía de Bilbao pero el hecho de que fuera sólo peatonal y la existencia del peaje ejercieron de acicate para que la corporación municipal, ante el imparable desarrollo del Ensanche, decidiera por fin acometer la construcción del Puente de Buenos Aires, un puente que inaugurado poco antes de la Guerra Civil, y tras una corta existencia, fue volado junto con el giratorio. Aquel mes de junio de 1937 finalizó la vida del único puente de iniciativa privada que ha tenido Bilbao en toda su historia.

De vuelta al puente de Deusto, es menester recordar que a la Junta de Obras del Puerto no le gustó el primer proyecto porque les quitaba luz natural a sus terrenos. Se repensó el método de apertura del puente proyectado inicialmente. El proyecto inicial hubiese necesitado dos operarios y dos cabinas mientras que al final solo fue necesario uno. El diseño del puente hubo de sortear otras dificultades: había que dejar espacio para que los ferrocarriles pasasen por debajo y, como bien se sabe, debía poder abrirse para permitir la entrada de los barcos de gran calado a Bilbao. Superó todas las pruebas. Hoy, cuando ya no hay posibilidad de que los grandes barcos surquen las agua bajo sus pies -el puente Euskalduna lo impide...- se sabe que no volverá a alzar sus brazos.