SE abre el telón del Friedrichstadt-Palast berlinés y un conjunto de seres enigmáticos comienza a moverse al ritmo de la música. Una mujer está envuelta como en un graffiti, incluso su sombrero; altos tacones, monstruos que se parecen a La Masa, cuerpos de mujer con cinco piernas, plumas, lentejuelas, colorido y prendas inauditas, jugando con una alta costura algo cubista. El cantante solista, Roman Lob, que conjunta una kilt con una chamarra de cuero negra, parece perdido en esta especie de sueño de Halloween. La música va in crescendo y los bailarines danzan exageradamente provocando al público.

Es algo así como un “aquí estamos” del exitoso diseñador Jean Paul Gaultier (Arcueil, 1952), quien desde la infancia soñaba con vestir un espectáculo distinto, que combinara el baile con la acrobacia, la música y el sabor francés de Revue. Le llamaron la atención en el colegio por evocar en sus incipientes dibujos a las bailarinas del Folies Bergère, con plumas y medias de red. Pero perseveró, y, después de ataviar a Madonna, Lady Gaga o Depeche Mode, además de ser una de las principales firmas en Alta Costura internacional, ha logrado su sueño: tras largos meses de brainstormings, pruebas y encuentros con coreógrafo, responsable de vestuario, bailarines, etc., el conjunto es como una bofetada que te despierta. Lo curioso es que Gaultier y su equipo han dado con la fórmula para agitar a los espectadores, para divertirles y para sorprenderles, combinando la extravagancia más ostentosa con momentos de una dulzura impecable. Es, por tanto, un espectáculo único: The One.

“No es exactamente como el Cirque du Soleil; es otro concepto, que incluye ballet clásico, revista...”, explica a DEIA Sylvia Zuhr, directora del Departamento de Vestuario del Palacio berlinés, quien ha trabajado con Gaultier todo este tiempo.

Es fácil recordar al brillante circo internacional cuando una bailarina, la canadiense Valérie Inertie, hace movimientos imposibles colgada de dos telas desde el techo, o cuando gira con un aro enorme por todo el escenario. Dos trapecistas (Ruslana y Taisiya Bazaliy) interrumpen el aparente desfile de moda para hacer números claramente circenses, y Les Farfadais hacen piruetas en el aire. En este espectáculo caben todos los géneros. “Él es muy rápido trabajando, y al principio disparaba ideas constantemente; lo quería hacer todo”, evoca Sylvia. “Entonces, yo le decía: Jean Paul, empecemos por un vestido y luego ya seguiremos con lo demás”, bromea la diseñadora en el backstage.

Sylvia ha trabajado durante muchos años vistiendo ballets, óperas y obras de teatro muy diversas, y forma parte del staff del Palast desde hace cuatro años. “Es todo un reto este proyecto, tiene algo de milagro”, admite mientras muestra las fotos de los disfraces y modelos más complicados de realizar. A su lado, la joven modista Manja Knothe corrobora la dificultad: “Las ideas eran estupendas, pero surgían problemas y había que buscar soluciones. Por ejemplo, equilibrar este vestido con enaguas de alambre, que tuviera simetría”, destaca. Tras formarse y trabajar en Dresde, fue contratada por el teatro berlinés hace cinco años. “Fue emocionante saber que iba a formar parte del espectáculo de Gaultier. Porque, además, sobre la marcha hemos podido realizar cambios, ha sido muy flexible con lo que le decíamos. Ha sido muy enriquecedor”, describe, aunque confirma que llegar a tiempo con todo a punto fue una labor bastante titánica. No en vano son 500 modelos, para 100 artistas sobre las tablas y 11 millones de presupuesto: el espectáculo más lujoso de Europa.

De monstruos y hadas The One sorprende. No solo por los exuberantes vestidos y atuendos ideados por Gaultier, sino por los cambios tan opuestos de ambientación y ritmos. Tan pronto una hilera de bailarinas levanta las piernas como en el Moulin Rouge, como aparecen seres algo extraterrestres, se descubre la orquesta al fondo del escenario o bien la delicada bailarina y acróbata desaparece etérea sobre un lago de agua verde, fluorescente...

La imaginación del diseñador parisino y su equipo es extraordinaria. “Es un desafío diario”, describe la bailarina de chilena Miranda Bodenhöfer. Ella se formó en Chile, y luego estuvo cuatro años en la Compañía de Ballet de Dortmund. También participó en El baile de la victoria, de Fernando Trueba. “Decidí venirme a Europa, y estoy fascinada”, cuenta minutos antes de la función, en la sala de maquillaje. Entre pelucones, bailarines calentando, monstruos que van y vienen por los pasillos... el backstage está en plena ebullición antes de que el espectáculo comience. Miranda subraya que el show tiene una gran movilidad, de forma que se inunda de agua todo el escenario en la segunda parte o el cantante estrella corre por el escenario, en pos de un cielo estrellado,... La alegoría de un teatro de revista abandonado y tomado por una fiesta underground, bullía en la imaginación de Gaultier.