NO es un profesional de los concursos, pero casi. Ha participado en cerca de cuarenta y, aunque nunca ha “dado el pelotazo”, calcula que habrá ganado unos 80.000 euros, dos coches y varios viajes incluidos. “El premio mayor fue en el año 2006, en La ruleta de la suerte, con Jorge Fernández y Paloma López, donde gané 3.000 euros y un descapotable”, detalla Fernando Cerezo, un economista madrileño de 45 años al que le gusta ponerse a prueba. “Algunas veces los premios me han servido para tapar agujeros, pero siempre que he podido he tratado de disfrutarlos. Nada sabe mejor que irte de viaje a cuenta de lo que has ganado en un concurso”, dice con conocimiento de causa. Pero que nadie se emocione más de la cuenta. Él no cree que se pueda vivir de esto. La única excepción, apunta, sería la de Pasapalabra. “Los que han ganado más de un millón de euros pueden vivir durante unos años de esas rentas”.
Aunque en 1991 ya se postuló para El precio justo, Joaquín Prat no le llamó para concursar, así que no se estrenó “de verdad” hasta 1995 en Que ruede la pregunta, un pequeño espacio presentado por Terelu Campos. En él se enfrentó a una valenciana que no dio pie con bolo. “Me dio pena. Estaba tan nerviosa que no acertó ni una, la pobre, y al final se echó a llorar”, recuerda Fernando, quien en sus veinte años de andanzas televisivas ha visto “de todo, desde contrincantes de cartón piedra, tan nerviosos que no sabían ni su nombre, hasta grabaciones que se eternizaron por la impericia de los presentadores, como en El rival más débil, pasando por otros concursos en los que parece que están en el rincón del jubilado, como Saber y ganar, donde la media del equipo supera con creces los sesenta años”.
A estas alturas, pocas cosas le sorprenden, pero reconoce que “llama la atención lo pequeños que suelen ser los platós en relación a como aparecen en pantalla”. Últimamente, comenta, “se llevan los estudios de grabación dentro de polígonos industriales, lo cual le quita bastante glamour”. En cuanto a los presentadores, añade, “los hay de todo tipo. No es oro todo lo que brilla”. Sin embargo, sus mayores decepciones se las ha llevado consigo mismo. “Vinieron cuando no supe o pude estar a la altura y salí del plató como había llegado, de vacío. La última fue en Atrapa un millón, con Carlos Sobera. A pesar de todo, aquel viaje a Barcelona al lado de un primo mío fue muy divertido”, se consuela.
Sincero, Fernando reconoce que alguna vez recibió un chivatazo. “En La ruleta... escuché de refilón una de las respuestas del panel y en Pasapalabra una famosa me sopló otra que yo no veía”, cuenta entre risas. También ha habido alguna ocasión en la que algo en el plató le olía a chamusquina. “En el año 2000 un concursante logró completar la escaleta de quince preguntas en ¿Quién quiere ser millonario? Yo estuve en esa grabación y dio la sensación de que se lo pusieron fácil para que se llevase los 50 millones de pesetas, de cara a dar mayor publicidad al programa, cosa que consiguieron plenamente”, relata.
Dos libros y un blog Las primeras veces -echa la vista atrás- fue la pareja de Fernando quien escribió para que él participara. Tras los primeros éxitos, se aficionó, “pero no solo por la motivación económica, también con el afán de conocer mejor el medio televisivo y a gente interesante”. El balance ha sido tan positivo que recomienda “probar suerte, porque hay muchos tipos de concursos: de talento, culturales, realities, de pruebas divertidas? y siempre habrá alguno en el que podamos encajar”.
Autor del blog Los concursos de la tele y de sendos libros, donde ha volcado su experiencia y consejos, esboza el perfil de participantes que buscan en cada formato. “En los talent shows de cantar, de cocina, etc., lo que importa es que lo hagas muy bien. En los espacios culturales de alto nivel, como Pasapalabra o Saber y ganar, buscan gente que sepa mucho, sin importar que sean un poco siesos. Por último, en los pseudoculturales, tipo Ahora caigo, lo que se busca es gente simpática, que dé juego y no se arrugue, aunque su nivel cultural no sea alto”, explica. Una vez que uno ha sido seleccionado, prosigue, “lo más importante es ir a pasarlo bien, no agobiarnos con lo que podemos ganar o quién nos va a ver después en la tele. Eso sí, ir con afán de diversión no quiere decir que después no tratemos de dar lo mejor de nosotros”, aclara. Su hijo mayor, de 18 años, ya ha participado en tres concursos junto a él. De casta le viene al galgo.