Bilbao. Acaba de presentar, en el Teatro Campos Elíseos, el primer disco con su sello, Jazz Basque Country, nacido en un sitio de ensueño, el Jazz Cultural Theatre of Bilbao, que se trajo de su Manhattan natal para seguir con un sueño: el de su mentor, Barry Harris, uno de los grandes del jazz. El disco lleva por título Manhattan Bilbao Jazz-Zubia y contiene las voces de Lara y Ana Sagastizabal, la alboka de Ibon Goitia, la trompeta del cubano Manuel Machado, el chelo de Mesropian y alma de grandes músicos. Vino a Bilbao hace cuatro años tras un amor, una de las grandes fuerzas migratorias de la humanidad.

¡Cuánto talento junto!

El jazz es como la vida: mejor en equipo que en solitario. Yo provengo de una gran familia, muy vinculada a la música y el arte, y sé del valor del trabajo en conjunto.

¡Athletic Club Jazz!

Ja, ja, ja. Tiene que tener un espíritu colectivo. Requiere concentración y respeto al compañero y al público. Hoy salen muchos solistas que tocan rápido, muy rápido.

El lema de su casa es enseñanza, investigación y difusión. ¿Qué es lo más difícil de practicar?

Va todo unido. Apuesto por la enseñanza artesanal de un viejo oficio, de maestro a aprendiz antes que por la academia. Algo que invite a crecer con ilusión. Y eso está ligado a una investigación que se basa en un gran respeto al legado histórico que es lo que da sentido a la vida.

Venir con una maleta de jazz a ganarse la vida en Bilbao. Eso es tener...

Ja, ja, ja. Arriesgado, como la vida misma.

¿No se le quedaba pequeña la ciudad?

¿El tamaño no lo es todo, verdad? Bilbao tiene semejanzas con Manhattan. Es también ciudad de puentes, de unión. Y tiene energía, garra. Eso me atrae.

¿Cuál es la patria del jazz?

Siempre ha sido mestizaje, música popular y culta, música de baile y de la calle.

¡Adiós a su alma negra!

Tiene un origen afroamericano, africano, sí. Pero tiene la armonía europea y el ritmo africano. Y grandes compositores judíos, no se olvide.

Y militantes cultos...

Ese es su gran peligro, la gente que habla de un lenguaje secreto, de códigos y cosas así. Tiene que volver a lo natural, a lo orgánico. No podemos mantener una música elitista porque haya personas que quieran presumir.

¡Peligro!

El jazz se ha metido en un callejón rarísimo y equivocado. Hay que dar un gran espectáculo sin caer en lo chabacano, volver a las raíces.

Toda música necesita su público...

Eso es. Pero esto pasa mucho con el arte contemporáneo. Se quiere ser tan sofisticado que se pasan de rosca.

¿Y?

Yo he visto llorar en una sesión de jazz a un rockero empedernido.

¡Un converso ganado!

Ja, ja, ja. Necesitamos un público de verdad, que venga porque lo ama y no porque sea un snob.

Se oyen las dos versiones: ¿es una música triste o alegre?

Las dos cosas a la vez. Tiene muchos registros y también mucho humor. Lo importante es que tenga swing. Si una música no lo tiene no vale nada. Es una vieja ley a seguir. La música tiene que estar en conexión con los ancestros, removerte .

También da clases a niños. La letra, ¿con música entra?

En la Antigua Grecia era una asignatura venerada. La música es una gran maestra. Aprendes coordinación, armonía, matemáticas, historia. A crear y a conectar el intelecto con la intuición. Es lo más grande que existe.

¿Qué le debe el jazz al cine y viceversa?

Yo no hablaría de deudas. Se han enriquecido mutuamente. Y no solo con el cine, también con el teatro musical, ese que tiene un origen indish en aquel Nueva York de principios del siglo XX.