Bilbao. Tiene hilo directo con la parca. No en vano, Julio Gómez ha vivido de cerca el proceso de cerca de mil muertes, mil historias particulares a las que ha cuidado con esmero profesional y un corazón de talla XXL que le han dejado "alguna que otra cicatriz y un sinfín de amigos en toda Bizkaia, familiares que han agradecido esa compañía en los últimos instantes."
Entra usted, de repente, en vidas que están sentenciadas... ¡Menudo trabajo!
Sí, ¿verdad? Es apasionante. Si lo haces desde el respeto es más fácil que no te rechace.
No tiene que ser fácil aceptar que uno conoce la fecha de caducidad...
Cuando uno recibe la amenaza de la muerte pasa por diversas fases. Primero tienes un momento de negación, de pensar que los médicos se han equivocado.
¿Y cuando descubren que no es así?
Te enfadas. Te cabreas con los propios médicos, con el mundo, con Dios. Después aparece la tristeza: morirte te duele, no quieres, no sabes si te dará tiempo a despedirte y luego acaba con una fase de rendición.
¡Triste final!
No, no. Es distinto a tirar lo toalla. Uno sigue siendo sujeto de su propia vida y lo prepara todo bien para entregarse. En el cuadro de la Rendición de Breda se observa bien...
¿Como dice?
Los rendidos se engalanan y salen bien puestos a entregar las llaves de su ciudad. No quieren que se destruya.
¿A qué compromete los cuidados paliativos?
A hacer el último viaje juntos, a no abandonar al enfermo jamás. Hay casos que no son curables, pero todos son cuidables. Ése es el compromiso.
¿Qué ocurre cuando un enfermo terminal le dice ¡quiero morir!?
En realidad lo que te dice es que no quiere sufrir. Yo asumo que no voy a cortarle la vida, pero tampoco se la voy a prolongar de manera innecesaria. Si insiste lo asumo como un fracaso: no he acertado con los cuidados paliativos, no he conseguido apaciguarle ese dolor.
Hay enfermos postrados que no quieren semejante porvenir...
Es un debate, sí. Pero eso no es eutanasia, sino suicidio. No me gusta la vida que llevo, no la quiero.
¿Qué hacer?
Es un debate político; yo soy médico. Pero lo que sí veo es que si alguien se tira por la ventana y no se mata va al psiquiátrico, no a la cárcel.
Volvamos atrás. ¿Algún ejemplo de alguien que haya recuperado de esa postura de no quiero vivir más?
Una persona estaba en esa situación de "me quiero morir, me quiero morir ya. Decidimos que le cuidase un inmigrante con el que entabló cierta relación. Al de tres días, nos dijo que si él moría, su cuidador iba al paro. Y eso le dolía.
Hubo un tiempo en que la muerte era más visible. ¡Incluso desfilaban los féretros por la calle!
Roto el tabú del sexo, el tabú pendiente del siglo XXI es la muerte. No la vemos con naturalidad porque no queremos perder las posesiones. Incluso debiéremos celebrarla.
¡Qué me dice!
Celebrar la maravillosa vida compartida con la otra persona.
¡No quiero que se vaya!
Hay que dejarles irse, transmitirles la idea de que, aunque llore, me dejas bien.
Duele menos la muerte imprevista
Ni hablar. La muerte más feliz es la que llega con los deberes hechos.