DIEZ paladares, cinco mujeres y cinco hombres; diez cobayas humanas sometidas a un experimento. Que nadie se asuste, porque el riesgo, en esta prueba, es nulo. Casi placentero. Son algunos de los elegidos para un curioso experimento que está llevando a cabo la empresa Azti Tecnalia: descubrir si existe diferencia entre el pescado de piscifactoría y el criado en el mar. Ellos sólo tienen que probar los bastoncitos de producto que les entregan en asépticas cajas de aluminio, y puntuarlos del 1 al 10. Además, cobrarán 15 euros por realizar una prueba de una hora de duración.

El mismo laboratorio organiza también otras catas. La de chocolate es, por supuesto, una de las más solicitadas por los voluntarios catadores, pero también las hay de patatas fritas, de bebidas de cola... Este tipo de pruebas son muy importantes para conocer, por ejemplo, los gustos del consumidor final y así poder ajustar el producto.

Jonathan González, Gaizka Robles y Asier del Pozo, tres jóvenes de Santutxu, debutaban ayer en una prueba de este tipo. Entorno desconocido, gente con la que no habían cruzado ni una palabra y desconocimiento total de lo que van a comer. Para romper el hielo, Maruxa García, responsable del proyecto, acompaña a los catadores al laboratorio donde se hará la prueba; se ubican en mesas blancas de formica, sin ningún elemento que pueda distraer su atención. Sólo un vaso de plástico, a un lado, y un grifo, al otro; el agua es importante para poder diferenciar sabores. También un bolígrafo, para puntuar cada producto. Gaizka, Jonathan y Asier parecen concentrados y tranquilos, mientras esperan la llegada de los primeros trozos de pescado.

El alimento llega en seis envases de aluminio que no traen ninguna información más sobre lo que contienen. Lo que sí saben es que está cocinado al horno y que no lleva ningún tipo de aditivo, ni siquiera sal, para no desvirtuar su sabor. El orden de la degustación es distinto para cada catador, así no hay opción de que se crucen información. El objetivo de la prueba es saber cómo influye la información que se recibe de cada producto. En el estudio participan un total de 200 personas. "Sólo la mitad recibirá información del tipo de pescado que está comiendo", explica Maruxa García.

Las cobayas prueban los primeros trozos. Miran, muerden, paladean, tragan, apuntan y beben agua. Cada uno reacciona de una forma diferente dependiendo de si el producto es de su agrado o no. "Este me encanta", dice Jesús María Ramos, uno de los catadores. Llega el momento de puntuar, del 1 al 10. Asier se muestra generoso; a ninguno le otorga menos de un 5. "Había uno que sabía bastante fuerte", comenta Gaizka. García asegura que buscan personas con diferentes gustos, "para hacer una aproximación real al mercado".

Después, les toca relacionar cada porción con imágenes que les muestran. "Es difícil asociar un tipo de pescado a un personaje, yo he elegido por intuición", aseguraba Gaizka. Sólo al final pueden descubrir a qué peces correspondía cada porción: lubina, besugo, rodaballo y dorada.

Para participar, los interesados deben enviar un e-mail a Azti Tecnalia y rellenar un formulario señalando los alimentos que suelen consumir, si padecen alguna alergia o llevan alguna dieta especial para entrar en una base de datos. Es lo que hicieron Jonathan, Gaizka y Asier. Los tipos de pescado pasaron la prueba de su paladar; un paladar que no es experto pero que es el más importante: el del consumidor final.