el buen rollito ha regresado al seno de la selección española, donde Casillas vuelve a ser San Iker y Sara Carbonero, su guapa novia, en vez de desconcertarle ahora inspira sueños de grandeza al bravo meta internacional. El fervorín crece por la piel de toro con el ímpetu de la gripe A y hasta Manolo el del Bombo, exponente máximo del asunto patrio, que en un anuncio de hamburguesas atiza el mazo como si fuera un hisopo en plan arzobispo cañí, se ha recuperado del achuchón que le dio animando con pasión a la roja en la fría noche sudafricana.
La selección española, efectivamente, ha logrado clasificarse para las semifinales del Mundial por méritos propios, y no como dice Gerardo Martino, seleccionador de Paraguay, o como antes dijo Carlos Queiroz, técnico de Portugal, con la ayuda arbitral, envidiosos, que son unos envidiosos. No les hagan ni caso a estos fracasados, por mucho que Ángel María Villar sea, curiosamente, el responsable máximo en la FIFA de la grey arbitral y José María García Aranda sea, anecdóticamente, el responsable del departamento de arbitraje de dicha organización.
Son casualidades de la vida que, por desgracia, han servido para poner en solfa la gesta española: ¡en semifinales!, albricias.
El Mundial se encamina hacia su final y ha dejado por el camino ilustres cadáveres, como Kaká, Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney, Cannavaro, Ribery o Messi; propone nuevos héroes, como Müller, Özil, Schweinsteiger, Klose, Sneijder, Robben, Luis Suárez, Forlán, Villa, Iniesta o Xavi y está sirviendo para desmitificar a Diego Armando Maradona, aquel ilustre genio del balompié que aspiraba también a consagrarse como entrenador de escala sideral.
El monumental patinazo del Diego lleva consigo el desconsuelo de Leo Messi, y siento lástima por las lágrimas de cocodrilo con las que el muchacho regó su despedida. Como dijo el gran Alfredo di Stéfano, lo mejor del chico es que celebra los goles "con normalidad", es decir, sin incomodar a nadie, ni herir al derrotado por sus buenas artes.
Messi ha sido víctima de un dios falseado, y estoy por darle la razón a la teoría conspirativa que argumentó John Carlin, el autor de El factor humano: En realidad Maradona diseña al equipo argentino de tal forma que Messi no pueda lucir como lo hace en el Barça y, en consecuencia fracase, y jamás pueda igualarle en gracia futbolística a los ojos del pueblo argentino. Consumada la peor derrota de la albiceleste en los últimos 38 años, Maradona no se cuestiona la dimisión, sino más bien al contrario. Su carácter divino le impide reconocer lo reconocible, el error de sus disparatados planteamientos tácticos, puestos en evidencia por Alemania, el primer rival con empaque que se encontró en el Mundial, destruyendo un equipo monumental. Justo cuando Sudáfrica había prohibido a sus equipos de fútbol recurrir a brujos y santeros para influir en el resultado, y así les fue, aparece Maradona convertido en un exhibicionista. Ejerciendo de sumo sacerdote de una especie de secta, con su traje dominguero, agarrando una especie de rosario, y besando a sus jugadores como si fueran monaguillos en desamparo.
Maradona ha tenido la suerte de engañar hasta el embeleso con su arte futbolístico y vivir del cuento hasta el presente y más allá. Donde hubo una trampa digna de la mayor reprobación, ha pasado a la historia como la mano de dios. Se le ha perdonado sus extravagancias, su puterío, el derroche caprichoso y compulsivo de la plata que amasó; la droga, sus excesos verbales, la chabacanería ejercida con una altivez insoportable. Menos mal que el Mundial le ha echado por la puerta de atrás.