Después de un año de confinamiento, el cicloturismo se presenta como la opción ideal para volver a conectar con la naturaleza a través del deporte. Una experiencia que, con la llegada de la bicicleta eléctrica, puede adaptarse a todo tipo de edades y niveles.

En nuestro viaje por navarra visitamos Urbasa, Lekunberri y Baztan, en un recorrido inolvidable que permite conocer la zona sin prisas, con tiempo para degustar su gastronomía y deleitarse con cada rincón oculto entre sus verdes paisajes.

Las rutas cicloturistas viven un momento de auge en Navarra. La tierra que vio nacer a Miguel Induráin cuenta con unos parajes excelentes para disfrutar de la bicicleta, con la familia o con los amigos. Para todo tipo de edades y de niveles.

Tú haces tu propia experiencia. Y entre pedalada y pedalada, siempre hay tiempo para degustar la maravillosa gastronomía de la zona.

Con la llegada de la bicicleta eléctrica, puede adaptarse a todo tipo de edades y niveles.

Andar en bicicleta permite una conexión con el medioambiente inigualable. Mezcla el deporte con los paisajes y unas rutas maravillosas que se pueden adaptar a todo tipo de nivel y condición con la llegada de las bicicletas eléctricas.

Sin sufrimiento. Con el esfuerzo que tú quieras, adaptándolo a tu gusto con solo tocar un botón. Una auténtica gozada que permite a todo el mundo (familia y amigos) realizar rutas de más de 30 kilómetros con tan solo una ligera actividad física. Es el futuro de la movilidad y ha llegado para quedarse.

Tú haces tu propia experiencia. Y entre pedalada y pedalada, siempre hay tiempo para degustar la maravillosa gastronomía de la zona.

Navarra cuenta ya con una importante red de empresas cicloturistas que permiten explorar la comunidad y sus infinitos senderos de una forma única: entre pinchos y pedaladas.

Poco más se puede pedir para los amantes del deporte y la naturaleza que quieran recorrer Navarra sin prisas, con tiempo para degustar su gastronomía, conocer cada rincón oculto y sus gentes.

Después de un año de confinamiento, el cicloturismo se presenta como la opción ideal para volver a conectar con la naturaleza a través del deporte.

Esa es la oportunidad ofrecida recientemente a un grupo de periodistas por Turismo de Navarra para visitar la zona norte de la Comunidad Foral: tres días de bicicleta y buen comer por Urbasa, Lekunberri y Baztan. No os voy a engañar, el viaje lo comencé con el escepticismo propio de quien ya conoce la zona y no espera encontrar ninguna novedad.

¿Visitar Navarra siendo navarro? Si ya está todo visto, pensé. Típico error que muchas veces nos lleva a buscar destinos exóticos olvidando nuestro entorno más cercano.

He de reconocer que este viaje me permitió redescubrir mi tierra desde una perspectiva totalmente nueva. Una experiencia inolvidable en la que ejercité las piernas, el gusto, y sobre todo el corazón, conociendo a personas maravillosas que son sin duda el mejor emblema de Navarra.

Pamplona, camino de Santiago y ruta de los pinchos. Empezamos la ruta en Pamplona, donde podemos andar en bicicleta por el paseo del Arga, el Valle de Aranguren o hacer algún tramo del Camino de Santiago. Itziar, nuestra guía, nos enseña la historia de Pamplona, con la unificación de los tres burgos, y nos muestra el interior del Ayuntamiento.

Impresiona asomarse al balcón e imaginar de nuevo una plaza llena de pañuelos rojos. Lo volveremos a ver, pero toca esperar un poco más. Además de los Sanfermines, otro de los grandes atractivos de Pamplona es el Camino de Santiago.

Así, aprovechamos para visitar el nuevo centro Ultreia, situado en la calle Mayor, para conocer la historia de la ruta Jacobea y su paso por Pamplona.

Después de explorar la ciudad, llega el momento de catar su gastronomía. Optamos por cenar en el Iruñazarra, situado en la plaza de Mercaderes y uno de los restaurantes con mejores pinchos de la ciudad.

Degusto el Iruñanguilazarra (con crujiente de quinoa, guacamole, salmorejo, anguila ahumada, perlas de alga y flor de mandarina), premio de oro en la Semana del pincho de Navarra, una auténtica delicia. Sigo con una setera, puro sabor de la tierra también multipremiado, y termino con una excelente chuleta.

Urbasa, entre hayedos y cuevas encantadas. Después de dormir en el hotel Ciudadela nos desplazamos hasta Urbasa para realizar la primera ruta en bici eléctrica con la empresa Urederra e-Bike.

Guiados por Raúl, que lo mismo te arregla la cadena que te da lecciones de geología, subimos por Otsoportillo hasta adentrarnos en una preciosa zona boscosa en el interior de Urbasa. Con el monte Beriain asomándose erguido al frente, llegamos a un precioso mirador en la ermita de San Adrián, desde donde se contempla todo el valle de Sakana.

La bajada, con tramos técnicos y rápidos, la hacemos entre paradas para adentrarnos a curiosear en dos de las múltiples y desconocidas cuevas que se esconden en la zona: la de Lubierri y la de Urkoba. El espectacular paisaje que Urbasa enseña al viajero que camina por la superficie tiene su complemento, importante y asombroso, bajo tierra.

-¿Bajamos?- pregunta Raúl. No hay atisbo de duda. Iluminados por su linterna, nos introducimos como auténticos exploradores en las remotas cuevas. Lugares vírgenes, oscuros, solitarios, donde tan solo se oye el ruido de las gotas de agua al caer y chocar contra las crecientes estalagmitas.

Un remanso de paz, un agujero en la tierra que te permite huir del mundanal ruido por unos minutos. Un silencio y una oscuridad absolutas hoy casi imposibles de encontrar.

Volvemos a la luz y seguimos el descenso entre vacas, caballos y burros. Al final, casi tres horas de recorrido y 30 kilómetros muy llevaderos y cómodos (con algunas zonas un poco más técnicas) por un entorno maravilloso.

Una manera sorprendente de conocer el Parque Natural de Urbasa desde el sillín de la bicicleta, contemplando unos bosques que parecen sacados de un cuento infantil y unas cuevas que invitan a un viaje en el tiempo.

Como un tren por la Vía Verde del Plazaola desde Lekunberri. Después de pasar la noche en el camping de Urbasa, con un alojamiento y una alimentación excelentes, salimos hacia Lekunberri, donde afrontamos la segunda ruta cicloturista por la Vía Verde del Plazaola con la empresa Amairu Rental Bikes.

Por las calles de Lekunberri se respira ciclismo. Es un pueblo de apenas 1.500 habitantes, pero que ha sido meta de la Vuelta a España en 2020 y de la Clásica Féminas de Navarra en 2021. El espíritu de Marc Soler y de Van Vleuten me envuelve al montar en la bicicleta por sus calles, que ya son historia del ciclismo nacional y foral.

¿Visitar Navarra siendo navarro? Si ya está todo visto, pensé.

¿Visitar Navarra siendo navarro?Comenzamos la marcha por la Vía Verde del Plazaola, al lado del río Larraun. Aunque hay opción de ir con bici eléctrica, opto por una normal ante la comodidad del recorrido, totalmente llano, siguiendo la vía por la que circulaba el ferrocarril que unía Pamplona con San Sebastián entre 1914 y 1953.

No necesito ayuda. Voy como un tren por la agradable vía del Plazaola. 66 kilómetros (42 de ellos por territorio navarro) de plena conexión con la naturaleza. Un lugar ideal para andar con toda la familia debido a su sencillez y a la ausencia de tráfico.

Pero también es perfecto para los más valientes, que pueden intentar llegar hasta la playa de San Sebastián, un trayecto de 54 kilómetros. Nosotros optamos por hacer un recorrido sencillo, de poco más de cinco kilómetros, entre Lekunberri y Latasa. Los suficientes para conocer la belleza de la zona.

Siguiendo el río Larraun, llegamos a la cascada de Ixkier. De nuevo, un lugar de una belleza extraordinaria y que no conocía (maldita sea mi ignorancia sobre mi propia tierra). Después de salir del túnel bajo el monte Irui, uno de los 14 que articulan la Vía del Plazaola, comienzo a escuchar un aparatoso estruendo, casi como el que debió escuchar Don Quijote en su aventura de los batanes.

En este caso, el ruido también provenía del agua. La maravillosa cascada de Ixkier se alzaba a la derecha del camino, en un rincón con un singular encanto e ideal para el baño.

Regresamos a Lekunberri tras observar los puentes de Intzoa, Zubidenea y Beltzuntze, que parecían querer mirarse al espejo en el agua cristalina del río.

Una combinación de colores de una belleza extraordinaria entre el azul del río, el verde de los árboles y el marrón de la piedra. Toda una delicia para los sentidos.

Al terminar la ruta comemos en la Venta de Mugiro. Nos olvidamos de los geles y las barritas propias de los ciclistas y saboreamos un delicioso menú con una gran relación calidad precio.

En mi caso, opto por un plato de pasta con setas (siempre vienen bien los hidratos de carbono para recuperar) y un buen solomillo. Además, el director del equipo nos da permiso para cambiar los bidones de agua por un apetecible vino navarro. Sin duda, el premio era más que merecido después de la etapa.

Malerreka, la Toscana próxima a Baztan. La tercera parada de nuestro viaje fue en Malerreka, una pequeña comarca formada por 13 pueblos muy cerca de Baztan. Una zona de clima suave, excelente gastronomía e importante enclave histórico y cultural.

Pese a mis reiteradas visitas a Baztan, un valle ya archiconocido y hasta llevado a la literatura y al cine, y a Malerreka, nunca dejan de sorprenderme. Son la Toscana local, siempre con nuevos caminos por los que perderse entre sus caseríos y bosques, de los que uno sale como hechizado. Pura brujería, y su mayor conjuro es la hospitalidad de su gente.

Stephanie e Iñaki, de Northem Spain Travel, son los encargados de recibirnos con una sensacional cena en el asador Altxunea de Ituren. Cazuelica de espárrago con foie, canapé de hongos con huevos trufados, merluza a la parrilla, chuletón a la brasa y un surtido de postres para recargar energías.

En la velada nos acompaña el cantautor guipuzcoano Gorka Zabaleta, que no duda en deleitarnos tanto con canciones propias como con algunas de Mikel Laboa.

La empresa Northem incluye este tipo de experiencias en sus viajes, contando con la colaboración de cantautores, historiadores o arqueólogos de la zona para que los viajeros se puedan empapar de la cultura local. Una idea sensacional para crear una experiencia única.

Desde luego, yo nunca olvidaré la cálida voz de Gorka en ese maravilloso concierto íntimo.

Al día siguiente volvemos a ponernos el maillot para hacer la ruta en bici eléctrica por Malerreka, un auténtico paraíso rural con suaves colinas, campos verdes, regatas cristalinas, caseríos de piedra y sillares rosados.

Salimos de Elgorriaga y pasamos por diferentes localidades como Santesteban, Gaztelu y Donamaría hasta llegar a Oiz, donde nos encontramos por casualidad con un partido de laxoa, una de las modalidades más antiguas y espectaculares de la pelota vasca.

Continuamos dando la vuelta al valle, siempre con el monte Mendaur como imponente punto de referencia de un paisaje de postal. Afrontamos algunos tramos de cierta dificultad tanto de subidas como de bajadas, y en algunas ocasiones tenemos que bajarnos de la bicicleta para superar algún tramo peligroso.

El recorrido no es especialmente complicado, pero la zona permite subir la intensidad. Iñaki es consciente de ello y, tras un pequeño almuerzo en Ituren, decide incrementar el ritmo de la marcha.

-¿Queréis que vayamos un poco más rápido?- pregunta. Una mirada cómplice es suficiente para que el guía, que sabe adaptarse a todos los niveles, comience a trazar las curvas como Van der Poel en pleno mundial de ciclocross.

Bajamos el sillín de la bicicleta para ganar estabilidad y control y superamos zonas pedregosas e incluso alguna regata con velocidad. Pocas veces he disfrutado tanto encima de la bicicleta. Al final, una vuelta de unos 25 kilómetros en tres horas por el paisaje verde y arbolado de Malerreka hasta volver a Elgorriaga.

Allí nos esperaba el mejor de los premios después de una mañana de ejercicio: una sesión de spa en el Balneario de Elgorriaga. Primero un baño de agua helada, como hacen los profesionales después de una etapa dura, y después, a flotar el la piscina de agua salada.

Una relajación absoluta en el agua más salada de Europa, con una mayor densidad que el Mar Muerto.

Para finalizar el viaje, comemos en el restaurante Donamariako Benta, regentado por las hermanas Luzuriaga-Badiola y recomendado en la Guía Michelin gracias a su comida tradicional actualizada. Opto por un sabroso risotto con crema de espárragos y unas carrilleras de un sabor extraordinario.

Así, termino un viaje novedoso, sorprendente y atractivo en el que he unido la bicicleta con el buen comer y el buen vivir.

Una experiencia que me ha servido para conocer Navarra de una manera diferente, conectar con la naturaleza y sus paisajes a través del deporte y, como siempre, volver a maravillarme con su cultura y su gente. Una auténtica aventura entre pinchos y pedaladas. Y tú, ¿te atreves?