Según una creencia popular de la región austriaca de Salzkammergut, en la tarde de los sábados es cuando mejor se puede ver Hallstatt. Su origen hay que buscarlo en una leyenda que se pierde en el pasado, pero muy pasado, cuando se afirmaba que efectivamente Dios creó el mundo en seis días dejando la última tarde, la del sábado, para hacer su obra magna, este bellísimo pueblo perdido entre las montañas y que luce con todo merecimiento el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Hallstatt está cerca de Salzburgo, aunque políticamente no pertenece a ese land, sino a la inmediata Alta Austria, cuya capital es Linz. Lo que les une a esas dos ciudades no está sobre la faz de la tierra, sino en el subsuelo. Geológicamente hablando toda esa zona contiene la mina de sal gema más grande del mundo. De hecho, en traducción directa, Salzburgo significa en alemán castillo de sal, y Salzkammergut, buena cámara de sal. La sal es el eje de unión, lo que significa que en tiempos pretéritos se hicieron auténticas fortunas con su extracción.

Los grandes arzobispos de Salzburgo, que no solo tenían poder eclesiástico, sino también político y social, se hicieron de oro con la explotación de aquellas minas. Las localidades inmediatas también gozaron de privilegios, y Hallstatt particularmente se benefició activamente, ya que muchas de las bocas mineras estaban en su entorno.

Un tiempo minero

No pienses cuando leas esto que estamos ante la clásica población minera un tanto abandonada y cutre. Todo lo contrario. Estamos ante uno de los lugares más bellos de la Humanidad gracias al tesón de los austríacos por conseguirlo. Aquí todo es limpieza y detalle. Desde sus estrechas callejuelas, empinadas por la falda de la montaña y a las que asoman los floridos balcones de sus casas de madera, hasta sus remansos junto al lago Hallstätter, un verdadero paraíso para los submarinistas. Todo ello conforma un conjunto urbano de extraordinaria belleza.

Los habitantes de Hallstatt no siempre han sido tan abiertos en el trato como ahora, siempre con el Grüssgott en la boca por las mañanas a modo de saludo. Hubo un tiempo en que el pueblo estuvo poco menos que aislado por acción de la cadena montañosa que lo circunda. Téngase en cuenta que estamos hablando del primer establecimiento humano en Austria, cuando se desarrolló aquí la civilización de los ilirios mil años antes del nacimiento de Cristo. Antes, incluso, que los mismísimos celtas.

El yacimiento de sal se encuentra en el valle de Hall, una zona que hace millones de años estuvo cubierta por las aguas, como toda la región del Tirol. Hall precisamente era el nombre que los griegos daban a la sal. En las escuelas austriacas se les orienta a los niños en el sentido de que el propio nombre de Carintia, el land más sureño, debe su nombre a los ilirios, ya que su radical Kar significaba roca en aquella civilización.

Millares de sepulcros forman parte de una necrópolis de principios de la Edad de Hierro. Lo atestigua la cantidad de objetos que se han encontrado, tales como utensilios mineros, palas y picos principalmente, algunos de ellos intactos. Hay quien asegura que en 1734 se llegó a exhumar el cadáver de un minero de la protohistoria muy bien conservado gracias a la sal.

Todos estos datos se ofrecen a la curiosidad pública cuando se visita Salzwelten, una antigua mina de sal a cuya boca se accede en un funicular que permite de paso recrear la vista con un paisaje de una belleza como jamás ha podido sospechar. El interior es todo un mundo, como su mismo nombre indica, ya que ofrece la presencia de un lago salado subterráneo, buena parte del cual se puede ver cómodamente gracias a las ayudas puestas para que la visita sea placentera, como en realidad es.

La entrada de la mina lleva un nombre, Francisco José I, y una fecha en números romanos, 1856. La extrañeza de los datos se disipa con una simple explicación: en tiempos de la monarquía austro-húngara la extracción de la sal fue monopolio estatal. De hecho, en la actualidad las minas siguen siendo explotadas por el Estado. La producción total de las salinas austríacas supera las 125.000 toneladas anuales. La sal no se utiliza solamente para el consumo humano y animal, sino también sirve para la producción de cloro, sosa cáustica, celulosa y otros productos.

Aguas imperiales

Hay quien dice que aquí se alojó Francisco José I cuando tenía 23 años y aún no conocía a su adorada Sissí. En aquella ocasión, el soberano fue a Hallstatt para visitar aquellas minas de sal que tantos beneficios daban a la Corte. Fue el 19 de agosto de 1853, al día siguiente de su cumpleaños. Hacía un calor insoportable y el muchacho sorprendió a los habitantes que seguían su paso cuando se apeó ante una de las fuentes públicas del pueblo y hizo lo que diariamente hacían los vecinos: refrescarse con las cristalinas aguas que bajaban de los montes.

Las comadres de la localidad pronto atarían cabos y lanzarían su particular versión: aquellas aguas le dieron suerte y aquel sofocón fue presagio de lo que vendría al poco. Francisco José I marchó camino de Bad Ischl, donde conocería a la que luego sería su esposa, la famosa Isabel.

Huelga decir que hubo un tiempo en que los mozos del lugar se refrescaban en aquella fuente, incluso en pleno invierno, por si se repetía la suerte. Pero ya no.

Pasaron los siglos de la explotación de la sal y aquellos mineros fueron adaptándose a otros tiempos explotando su otra riqueza, los bosques. Se convirtieron en grandes madereros y almadieros, sin dejar de lado la vida campesina. Eso sí, jamás han renunciado a su apego por la tierra que les ha visto nacer. Característica de su personalidad es la tozudez de la que siempre hacen gala. Hay quien dice que, a día de hoy, la mantienen.

En este apartado rincón del mundo se conservan las viejas tradiciones. La pesca en los lagos es una actividad común. Lo hacen en piraguas y preferentemente ahúman de inmediato las piezas obtenidas. Me aseguran que las fiestas por Corpus son extraordinarias, sobre todo las brillantes procesiones a orillas del lago.

Sal para dar y tomar

Por supuesto que de sal se sigue hablando en cualquier rincón de Hallstatt, pero muy especialmente en el Restaurante Zauner, donde se puede almorzar sin sobresaltos. El tipo de construcción del edificio, con floridas terrazas desde donde se observa el lago mientras se degustan las viandas que sirve el personal ataviado con trajes regionales y al compás de la música local, es de lo más atractivo.

Testigo silencioso de nuestra admiración es el salero que preside la mesa ?no podía ser de otra forma? junto a los folletos que anuncian la proximidad de Bad Goisern, una estación termal con un manantial sulfuroso bromurado y la conveniencia de subir al Dachstein, el 3.000 metros más oriental de los Alpes, desde cuya cima se puede ver casi toda Austria. La subida puede hacerse en funicular con parada intermedia en Krippenstein, a los 2.100 metros, donde se encuentran las Cuevas de los Mamuts ocupadas por bloques de hielo. El espectáculo desde la cumbre necesariamente debe ser inolvidable.

La lectura es interrumpida por el servicio solicitado, una magnífica sopa de queso que abre el menú. Observo con admiración el paisaje desde el balcón donde se encuentra mi mesa, pero también las recias maderas del edificio, cuyo origen será difícil de fechar.

Hegemonía del ‘jodler’

Trato de alargar mi estancia en el lugar a sabiendas de que pocas veces más en la vida tendré semejante placer. Del repaso del menú una y otra vez eligiendo postre casero al ojeo de los folletos publicitarios que me ofrece una camarera ataviada, cómo no, con el clásico dirndl, ese vestido escotado y colorido que toda austríaca tiene dispuesto en su armario listo para lucirlo en grandes ocasiones.

Se produce un absoluto silencio cuando el conjunto musical anuncia su próxima interpretación. Se trata de un jodler, esa típica tonada que habitualmente llamamos tirolesa, titulado Erzherzog-Johann en recuerdo de una de las más carismáticas intérpretes que ha tenido este género, la gran Maria Hellwig, que hizo de ella toda una creación.

El continuador de los Zauner en la hostelería, Gerhard, ha sido uno de los submarinistas más famosos de la zona. El gran submarinista Cousteau fue gran amigo suyo, una amistad reconocida en todo el mundo y que sirvió para alimentar la leyenda de que nadie como él conoce lo que esconden los lagos de la región en el fondo. Me refiero en concreto al lago Toplitz, donde los nazis, cuando vieron que tenían la guerra perdida, arrojaron abundante documentación y planchas para la impresión de moneda falsa para inundar el mercado británico y crear así un grave conflicto en el Reino Unido. De hecho, en su establecimiento se pueden ver fotografías de sus descensos.

En sus inmersiones se consiguió localizar diversos tipos de armamento que sirvió para dar pábulo a numerosas historias en torno a tesoros que algunos alucinados esperan para cuando retorne su hora. El lago Hallstättersee, con casi nueve kilómetros cuadrados de extensión, no necesita ese tipo de morbo, ya que tiene un hechizo muy singular, el de su propia belleza.

Salarios pagados con sal

La palabra salario viene de sal, porque en tiempo de los césares a los legionarios romanos se les pagaba con el llamado oro blanco de la época. Dicen las crónicas que en Tombuctú, donde se encontraba el mayor mercado del mundo, se podía comprar un esclavo utilizando esta materia como moneda de cambio. Su precio era una placa de sal del tamaño de uno de sus pies.

Además de utilizarse como condimento alimenticio, la sal tuvo una enorme importancia en el pasado. Fue elemento fundamental para la salazón de carnes y pescados, el curtido de cueros, la alimentación del ganado, e incluso la medicina. La explotación de minas de sal enriqueció a monasterios y señores feudales, hasta el extremo de que las propias realezas pujaran por ellas.

¿Desbordado por el turismo?

Los datos hablan por sí solos: ¿por qué un pueblo de 800 habitantes recibe más un millón de turistas al año? Hallstatt fue declarado en 1997 Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco y en más de una ocasión ha sido incluido en diferentes listas de los pueblos más bonitos del mundo. A partir de ese momento el turismo empezó a crecer, pero siempre de forma controlada. Sin embargo, desde que se estrenó la película Frozen ?la primera parte en 2013 y la segunda el pasado mes de diciembre? parece que las cifras se han disparado. Al parecer, este pueblo austriaco situado entre la ladera de la montaña y la orilla del lago Hallstatter See, sirvió de fuente de inspiración para crear Arandelle, la localidad en la que transcurre la película de Disney.

Actualmente recibe cerca de 10.000 visitantes al día que llegan en coches, autobuses y cruceros, y el ayuntamiento ha decidido plantearse un sistema de regulación. Así, a partir del próximo 1 de mayo se limitará a 54 el número de autobuses que puedan acceder cada jornada al municipio para poder lograr un turismo de calidad.