LA diseñadora donostiarra Mónica Lavandera tiene clara la importancia de contar con una asociación en la que se integren los distintos agentes que intervienen en la cadena de la moda. Por ello, Ciklo, que aúna a una veintena de marcas y diseñadores, ha dado un paso hacia adelante apostando por la sostenibilidad. Lavandera se decantó por la “producción de cercanía” desde sus inicios como diseñadora, que no fue su primera opción laboral dado que se formó en Bellas Artes.

Ella tiene claro que “planeta solo hay uno” y que la industria de la moda debe trabajar para ir reduciendo la importante huella contaminante que deja. “Marcas como la mía que intentan seguir con un discurso coherente y responsable con el entorno tenemos una labor importante por hacer para comunicarlo al consumidor”, añade Lavandera que explica que en la actualidad esa mirada puesta en la sostenibilidad guía su trabajo en todas las etapas del mismo y llega también a la elección de los tejidos.

Apunta que hoy en día a los tejidos de fibras naturales y artificiales más convencionales, a los que se venían utilizando en el mercado de la moda, se les suman otras opciones. “Es claramente más sostenible usar una fibra recuperada de un poliéster reciclado que utilizar un poliéster nuevo. Se le da así una segunda vida”, apunta Lavandera, que argumenta que “los tejidos reciclados o con certificación orgánica son materiales más responsables”. Pero optar por este tipo de telas no es tarea sencilla ya que su producción no se encuentra muy extendida.

“En Europa sí hay proveedores pero en el Estado no es sencillo. Hay algunos en Catalunya, y en Euskadi está Eco Rek, que genera tejido a partir de botellas de plástico, pero que sobre todo produce revestimientos para coches. Con los tejidos para la moda todavía no han avanzado tanto”. Pero la dificultad no radica solo en la consecución de las telas. Una vez lanzadas las colecciones, queda estructurar una red de puntos de venta. “De Alemania para arriba están más concienciados. Aquí cuesta más introducir el discurso”.

Sus diseños se venden, a nivel estatal, sobre todo en Catalunya y Galicia. En el sur no ha entrado porque su ropa, asegura, “es más nórdica”. Hace dos años dio comienzo a un complicado proceso de internacionalizacion que le ha llevado a vender en Alemania, Bélgica, Holanda, Italia y en “un punto de venta on line en Francia”. ¿Y el precio? Pues es algo mayor pero no resulta desorbitado. “Mis prendas tienen un precio medio de cien euros y te estás comprando una prenda con un valor añadido”. “La cadena del textil es muy larga y pasas por muchos procesos hasta que la prenda sale a la venta”, y en ese proceso uno de los eslabones más complicados es lograr profesionales de la costura. “Yo en Euskadi no lo conseguí y estoy trabajándolo en Tarragona”, concluye.