Ya tenemos con nosotros al otoño y llega por tanto el momento de consumir productos con ese capítulo añadido y apetecible de la templez, por aquello de que la humanidad necesita, desde hace miles de años, comer algo caliente. Entre esos platos está la sopa, uno de los más antiguos y más compartidos del mundo.

Las sopas (esas que tanto odiaba Mafalda, alusión que viene a cuento ahora que acaba de fallecer Quino, su creador) son fáciles de preparar porque llevan pocos ingredientes. También son saludables, que es algo que pedimos cada vez más, porque contienen muchas propiedades beneficiosas para el cuerpo. Antes incluso constituían un plato de pobres, pero ahora ya no, porque hay sopas elegantes, ligeras y finas que han llegado a ocupar mesas de lujo.

Siempre se han utilizado, aunque dependiendo de las zonas, porque hay una divisoria de aguas que hace que vayan al Atlántico o al Mediterráneo según su composición.

La sopa se ha convertido en un plato maravilloso, dietética y nutricionalmente, un plato ligero que no deja de ser una comida completa. El secreto está en sus ingredientes, y también en que es importante utilizar caldos o fondos en lugar de agua, sobre todo ahora que podemos hacerlos el fin de semana en casa, como los caldos de carne, los fumet de pescado, los de verduritas pequeñas picadas o la utilización de las hierbas aromáticas.

Y es que la base de toda sopa son los caldos, como sucede con la sopa de ajo, que normalmente se hace con agua, pero sería mejor prepararla con un caldo de gallina o de carne previo, para luego usar en la sopa ese caldo -y claro, nada de ese pan de baguette golfo que lleva un tiempo colgado en una bolsa de plástico en el perchero de una puerta, sino por ejemplo un buen pan zopako de Garin, en Ordizia-.

Para esas sopas que utilizan caldo de verduras, de carne o de pescado, el famoso fumet, hoy podríamos permitirnos por urgencia hasta la utilización de caldos elaborados de forma industrial, aunque sabemos bien lo que hay detrás de los cubitos o de los extractos de carnes. Lo casero, en este caso, nada cuesta.

La temperatura suave es la clave

Hay que preparar caldos, y en cantidad, en una olla grande, y para ello siempre debemos tener clara la norma de cocinar a temperatura suave para que no se pierda ningún aroma, porque cuanto más suave se cueza el caldo, más aromático será. Nada de eso que vemos por ahí de hervir a borbotones, como en las calderas de Pedro Botero.

En este tiempo también podemos hacer cremas, que tanto tienen que ver con las sopas y que hoy resultan fáciles de preparar en una batidora o en la thermomix famosa -yo me atrevería a decir que vale con una simple batidora- y en algunos casos con un pasapurés, el gran olvidado. Y si queremos ser más elegantes podemos sacar la estameña -ay, qué hermosa palabra-.

Hacer sopa no implica quedarse un día entero delante del perol; lo que hay que hacer es usar ingredientes frescos y cocerlos lentamente, sobre un fondo para el que podemos usar simplemente un kilo de hortalizas y agua. Para las sopas podemos usar los tallos, sin ninguna duda, porque no hay que desaprovechar la mitad de la verdura por no limpiar el verde del puerro, y con esto no decimos que haya que usar hasta la punta, pero del blanco al final hay un tramo, además de que esa parte del puerro perfuma.

También tenemos que usar más hierbas de las que ya utilizamos. Afirmamos que Euskal Herria es un país sin hierbas ni especias, pero tenemos lo nuestro, y además en grandes cantidades, aparte de los consabidos y básicos ajo y perejil. Las hierbas hay que lavarlas en agua fría y secarlas sin romperlas, para a continuación con un trinchador, o con un buen cuchillo cebollero, picarlo todo.

Estamos en otoño y es tiempo de sopas, en cualquiera de sus variantes.