FUE un cura más apegado al suelo que a los cielos, un sacerdote más humano que divino. Les hablo de Jesús Garitaonandia, el hombre que hizo todo un apostolado de sonrisas desde la Basílica de Begoña, allá donde dejó huella. Sin pelos en la lengua y de mirada controvertida sobre la Iglesia jerárquica con la que no siempre comulgaba, Jesús dejó huella por su humanidad. El padre Garita, como así se le conocía, destacó por sus luchas: a favor de los más necesitados del pueblo, a corriente de las raíces de su pueblo, en nombre de la justicia por encima de la caridad.

Jesús Garitaonandia nació el 10 de octubre de 1937 en Durango, tan solo siete meses después de que la villa fuera bombardeada por los fascistas. Fue hijo del berriztarra Juan Garitaonandia, uno de los pocos dantzaris vascos que han bailado en el histórico teatro Royal Albert Hall, de Londres. Fue en 1930 cuando el grupo de la anteiglesia viajó a la capital británica. De aquella sangre heredó su compromiso con la cultura vasca y el euskera.

Fue ordenado cura el 23 de junio de 1963, y apenas llegó a las bodas de oro de su sacerdocio. Estudió Teología Dogmática en Comillas (Cantabria) y realizó su labor pastoral primero en Karrantza y más adelante en Ondarroa, donde sufrió la dictadura a través de los estragos de Cristo Rey (“me abrieron el labio con un pistoletazo y me azotaron con cadenas en una cocina”, se le oyó decir...), en Andra Mari de Amorebieta-Etxano y en la basílica de Begoña, donde fue párroco de 1996 a 2006, a petición de su antecesor Karmelo Etxenagusia.

A la hora del Angelus dijo adiós en enero de 2013, cuando ya gastaba 75 años. Ejercía de durangotarra de pro, hasta el punto de agrandarse en la broma cuando recordaba, entre txikitos, que “en Bilbao mandamos los de Durango” y a continuación desplegaba las alas de su argumento: “Yo, el párroco de la basílica Begoña; Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, y el también durangués Ángel Mari Unzueta es el vicario general de la Diócesis”. Bastaba con que el oyente pusiese cara de asombro para que estallase en carcajadas.

Cuentan las crónicas que aquel expresidente de Euskal Dantzarien Biltzarra, Iñaki Irigoien, junto a Jon Pertika, del grupo de dantzas Bei Jai Alai y el propio Garita, impulsaron que se bailara la ezpata-dantza en el interior de la basílica de Begoña el 15 de agosto y el 11 de octubre. Son los dos únicos días en los que a la hora de la consagración se baila con el obispo de lado, porque el baile está dedicado en exclusividad a la Amatxu.