Era la suya una pasión por París, aquel París de los Luises que con tanto fervor y frecuencia visitaba. Entra en escena Severino Achúcarro, arquitecto nacido en Bilbao hace ahora 180 años, en 1841 y hombre representativo de su época, dominada por el eclecticismo, con una evolución hacia el modernismo, y muy especialmente, el art nouveau. Por darles alguna información que corrobore esta carta de presentación les diré que, entre sus numerosas obras, mención aparte merece su trabajo en colaboración con el ingeniero Valentín Gorbeña en la estación de ferrocarril de La Concordia, finalizada en 1902, y en la que Achúcarro diseñó la magnífica fachada escenográfica que mira a la ría. Se trata, sin dudarlo, de uno de los emblemas más reconocibles de la ciudad.

Cuentan las biografías de su vida que se tituló en 1866 en la Escuela de Arquitectura de Madrid y que antes cursó estudios intermedios en Angoulême y en París. Le describen como un personaje de gran sensibilidad, hombre cultivado y viajero, al que se le vincula con la actividad cultural de la ciudad, habida cuenta que figura como miembro de numerosas sociedades. No en vano, fue designado para jurado en diversas exposiciones, nombrado académico correspondiente de San Fernando, vocal de la Comisión de Monumentos de Vizcaya y presidente del Centro de Arquitectos, dicho sea todo lo anterior con la grafía de la época.

Severino dejó una huella imborrable en Bilbao con su trabajo, alternado por el amor que profesaba a París, ciudad en la que moriría en 1910. Para entonces ya había reconstruido la torre y la fachada de la iglesia catedral de Santiago de estilo neogótico, así como la sede de la Sociedad El Sitio (actual biblioteca Bidebarrieta) y numerosas viviendas colectivas, algunas de las cuales no se conservan o han sido muy transformadas. Cabe destacar la casa doble para Alfredo Echevarría (actual Mutua General de Seguros) que ha sido declarada monumento por el Gobierno vasco.

Su empeño y la intensidad de su trabajo le llevó a firmar, como coautor, el esperado proyecto de ampliación de Bilbao junto a los ingenieros Pablo Alzola y Ernesto Hoffmeyer y participó activamente en la redacción de la Memoria del Proyecto de Ensanche de Bilbao de 1876. A diferencia del proyecto de ensanche anterior, el realizado por Amado de Lázaro en 1861 y que fue rechazado, éste de los tres bilbainos vino marcado por un fuerte pragmatismo que caló hondo. Los libros recuerdan que su decisión de meter el ferrocarril en la ciudad fue todo un acierto.

No es de extrañar, por tanto, que en el campo de la arquitectura, Achúcarro fuera una de las figuras más destacadas de la denominada primera generación del Ensanche , también de los llamados viejos maestros.

Achúcarro adoptó un importante protagonismo en la acelerada construcción de la ciudad que siguió a la aprobación del Ensanche y que coincidió con el despegue industrial de la ría y la llegada de una abundante inmigración. Por su parte, supo interpretar los deseos y aspiraciones de una potente burguesía local, convirtiéndose en uno de los arquitectos más solicitados. Entre sus obras más notables se recuerdan el edificio del Banco de Bilbao (de la plaza de San Nicolás, 4) con Eugéne Lavalle y Enrique de Epalza (1898), numerosas casas de vecindad como la de Sota en la Alameda Mazarredo, o la Casa Isidra del Cerro (1899) y Los Chelines (1902), en Castro Urdiales, entre otras, además del metropolitano Hotel Términus (1891), o el asilo de huérfanos de La Casilla (1891), así como la histórica Escuela de Ingenieros Industriales (1900), siendo, estas tres últimas, obras ya desaparecidas en la ciudad.