STÁS seguro de no haberte confundido?". Dicen que esa fue la pregunta que le lanzó su hermana a Jorge de Barandiaran cuando este aceptó la dirección el museo de Bellas Artes de Bilbao en 1983; los duros años de las inundaciones y la crisis industrial, los bellos años de los títulos del Athletic. Jorge era ingenieron industrial de formación y daba la impresión de que llegaba al museo a contracorriente. No era lo suyo, decían, equivocándose, sin duda.

La pintura es un "vicio" para Barandiaran, un vicio que inició siendo niño, cuando veía pintar a su padre en un pequeño estudio del Campo Volantín. "Tuve una galería, Lúzaro, con mi amigo Asís Aznar. Trajimos entonces, allá por 1972, pintores que se consideraban rarísimos: Andrés Nagel, Canogar, Feito... Pero nos cogió la crisis del arte", llegó a decir. En la intimidad de lo doméstico Jorge había alimentado una pasión de la que se desahogó en el museo donde dejó huella.

¿Desahogó? De alguna manera sí, aunque no pudo cumplir su gran sueño: la adquisición de un Velázquez. No encontró el momento en ninguna ocasión y le dolió, hasta el punto que se le oyó decir que si le ofrecieran un Velázquez, echaría el resto. "Es una carencia importante del Museo, pero Velázquez a la venta no hay. Si hubiera uno de algún particular, yo tendría la obligación de ir a por él", decía con cierto aire de melancolía.

Su trabajo, sin embargo, no fue en vano. El mandato de Jorge en el museo de Bellas Artes discurrió entre 1983 y 1996. Bajo su mandato, y con las novedosas ideas traídas de su anterior trabajo, la pinacoteca vizcaina creció como hasta entonces jamás lo había hecho. Con estrategias más propias de un entramado empresarial que de una pinacoteca sacó al museo de uno de sus peores momentos, en especial en el apartado económico. Pese a las deudas acumuladas antes de su llegada, Jorge de Barandiarán siempre defendió que "un museo tiene que invertir en obras de arte, tiene que gastar".

¿Lo hizo? ¡Claro que sí! Todos los museos tienen sus huecos, sus debilidades y en el caso del museo de Bellas Artes había un hueco evidente a la llegada de Jorge: el siglo XVI español, donde no había nada de pintura cortesana.A Jorge se le recordará por traer al museo de Bellas Artes de Bilbao dos de los cuadros estrella que adornan sus paredes y que llegaron con un corto espacio de tiempo entre ambos: El retrato de Felipe II, de Antonio Moro, y Doña Juana, princesa de Portugal, de Alonso Sánchez Coello. Para su adquisición, fue fundamental el dinero aportado por la Diputación Foral de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao.

"No me lo podía creer cuando me dieron luz verde para adquirir estas obras", no dudó en repetir en varias ocasiones el exdirector. Esto fue posible, en parte, gracias a la capacidad que tuvo Barandiarán para encontrar obras de renombre para cubrir ciertas lagunas que tenía su exposición en un momento en el que su valor estaba muy por debajo de lo que se habría pagado en la actualidad. Ojo clínico, se le llamaba a eso. Más allá de los cuadros estrella citados, también fue un hombre de negocios en el mundo del arte. Encargó la compra de un Bacon por 23 millones de pesetas y años después se tasaba en 350 millones. La compra del Murillo fue por 20 millones cuadruplicando su precioen apenas unos años. Fueron algunos de sus tiros al centro de la diana, ejemplos ambos de los aciertos por los que le había contratado para regenerar un museo que sobrevivía en horas bajas.

Ese afecto hacia la pintura antigua y, como les dije, en especial sobre la obra inasequible de Velázquez nunca lo tuvo respecto al arte contemporáneo, del que siempre receló de manera velada.

Ingeniero industrial de formación, su hermana llegó a preguntarle si estaba seguro de que no se había confundido

Compró dos cuadros estrella: El retrato de Felipe II, de Antonio Moro, y Doña Juana, de Alonso Sánchez Coello.