No seré yo el que reste valor a lo que esta tecnología de propósito general -la inteligencia artificial- puede aportar a nuestras vidas. Que las máquinas sean capaces de emular ciertos comportamientos y razonamientos humanos, evidentemente, aportará valor. Pero trato de huir de maximalismos como revolución, cambiar o transformar. Yo más bien creo, y siempre he defendido, que extenderá nuestras capacidades o las complementará.

Por ello, confieso que me entran escalofríos cuando encuentro estos términos en el campo de la educación. Que un asunto tan serio como la educación, que es uno de los mayores logros del Homo Sapiens (que ha sido capaz de sistematizar que aprendamos sobre lo que anteriormente se ha descubierto), se revolucione, no lo veo tan fácil. Ni tan accesible para cualquier tecnología, por potente que sea esta. Sin embargo, parece que las autoridades e instituciones en ocasiones olvidan que la educación es un asunto de todos y todas. Hace unos días la OCDE, en su cuenta de Twitter sobre educación, decía que la inteligencia artificial era capaz de analizar datos contextuales, fisiológicos y de comportamiento de los estudiantes para evaluar motivación, metacognición, emoción y conocimiento. Un muy peligroso discurso pseudocientífico que, para variar, ha tenido una buena acogida entre muchos y muchas.

Lo que ignoran estos informes y afirmaciones es lo que sí sabemos y la ciencia de la educación lleva años explicando. No tenemos evidencias reales de que haya desarrollos tecnológicos que inevitablemente debamos introducir en la educación para mejorar. Tampoco tenemos evidencia científica alguna de que el análisis biométrico nos permita identificar las capacidades de un estudiante o el estado emocional en el que se encuentra. Y tampoco sabemos aún a día de hoy lo que la inteligencia artificial puede aportar a una actividad eminentemente humana y relacional como es la educación.

Por si fuera poco, el comunicado de la OCDE también añade que es urgente que la inteligencia artificial sea controlada por humanos. Y que, introduciendo la tecnología en educación, y con buen gobierno de la misma, todo estará mejorado y controlado. Sin embargo, en ningún momento cuestiona siquiera si es conveniente introducirla (¿por qué no irnos a ese razonamiento base?) o si es posible incluso llegar a controlar tan poderosa tecnología. La cantidad de inercias discursivas que tiene este tema y sobre la que nadie niega la mayor, me parece cada vez más preocupante.

Más allá de estas cuestiones, lo que subyace a todo esto es un determinismo tecnológico preocupante. Confío en que tanto determinismo de las máquinas no termine con el humanismo que rodea a la educación y las visiones y opiniones que tenemos que seguir aportando. Más que Homo Sapiens, somos Homo Docens. La mayoría de las cosas que sabemos del mundo no nos son innatas. No llegamos al mundo con ellas, sino que las aprendemos. Y esos procesos de aprendizaje llevamos décadas tratando de entenderlos y mejorarlos. Nuestra capacidad para aprender puede incrementarse; y para eso nacieron las instituciones educativas, que son sistemas complejos para ayudarnos a mejorar.

Que una tecnología que no sabemos siquiera aún gobernar vaya a cambiar esta inercia, me parece ciertamente complicado. Pero lo que sí podemos hacer es moderar las expectativas y el discurso. Porque con la educación, todos somos profesores. Pasa como con el fútbol, que todos hacemos de entrenadores y tomamos mejores decisiones que el seleccionador o entrenador de turno, ignorando la ciencia que esconde por detrás.

No hay evidencias reales de que haya desarrollos tecnológicos que debamos introducir en la educación para poder mejorarla