Un artículo de The New York Times ha sido recientemente vendido por 478.573 euros. El primer mensaje en la red social Twitter que escribió uno de sus fundadores se vendió hace unos meses por 2.900.000 dólares. El criptoartista Beeple vendió en la galería Christie’s una obra de arte digital por 69.000.000 dólares. Nike patentó recientemente CryptoKick, la representación digital que autentifica la propiedad de unas zapatillas. Hace unos días salía a bolsa Topps, una empresa norteamericana de venta de cromos. Para entendernos, el Panini de EE.UU. Han valorado la empresa en 1.300.000.000 dólares. Quizás sorprenda que, en plena pandemia, una empresa así salga a bolsa y se la valore tan bien. Sin embargo, lo que ocurre es que esta empresa de cromos vende ya un 6% en activos digitales (cromos digitales).

¿Se imaginan pagar esas cantidades por tener en su ordenador un archivo más? Alguno estará pensando que son meros textos o imágenes. Pero, por detrás, hay mucho más que eso. Estamos hablando de los NFT: Non-fungible Tokens o token no fungible. Quizás en los últimos días haya escuchado hablar de ello. Lo que no tengo tan claro es que estemos entendiendo las dimensiones del cambio que pueden traer.

Ese acrónimo raro que pudiera ser la primera vez que lo escucha viene a representar una era en la que el arte se ha transformado digitalmente. Resumiéndolo mucho, se caracteriza por dos aspectos: (1) Es un token (su valor proviene de aquello que representa, como la foto de nuestros hijos/as); y (2) es no fungible (no puede ser reemplazado por un activo similar del mismo valor, como Las Meninas de Diego Velázquez, pero a diferencia de un billete de 10 €). Por lo tanto, se trata de un activo no reemplazable, algo que también caracteriza al arte tradicional.

Se trata, por lo tanto, de obras que no se pueden duplicar y que contienen información sobre su propietario. Esto evita buena parte de los problemas de derechos de autoría que han caracterizado a la era digital desde su irrupción. Esto es posible porque el activo digital se registra en una cadena de bloques (libro de contabilidad digital) y el dueño del mismo lo tiene en su monedero virtual, como si fueran criptomonedas. Como ven, tecnologías asociadas a la propiedad y la seguridad.

La obra

Todos los días: los primeros 5.000 días de Beeple que decíamos al comienzo representa una buena metáfora de todo este cambio. Es un lienzo de 21.069 x 21.069 píxeles encriptado con la firma infalsificable del artista e identificado de forma única en su cadena de bloques. Alguno, alguna, lo llamaría una “foto digital”; pero esto va mucho más allá. Lo más interesante de esta venta no es solo su cifra, sino las características de los que han apostado. El 58% eran millennials (nacidos entre 1981 y 1996) y el 6% generación Z (nacidos entre 1997 y 2012). Antes de esta subasta nunca habían estado en la galería Christie’s. Estos datos nos hacen pensar que estamos posiblemente ante una generación que tendrá antes un monedero virtual que una cuenta bancaria. Comprarán antes un token que una acción de una empresa. Valorará antes lo digital que lo físico. Cuando hablamos de cambios, creo que en esta nueva concepción de ciudadano o cliente tenemos un cambio realmente profundo que tarde o temprano deberemos entender para nuestros negocios y organizaciones.

La reflexión sobre el valor del arte es un clásico en la historia. Y lógicamente la era digital no iba a dejar pasar la oportunidad de cambiarlo. Concurren ahora muchas tendencias tecnológicas para facilitarlo. En un sector como el arte, con tantos problemas de falsificaciones, autorías e identidades, ¿podrían ser estas tecnologías digitales una solución para evitar las manipulaciones? El software se está comiendo al arte. O el arte está siendo combinado con el software. Los monederos virtuales lo describirán.