EN 1913 un hombre reparó en aquel muchacho y le ofreció un trabajo fijo de barman en Algeciras. Fueron los días en los que Elías Segovia descubrió el mar, que le dejó tan fascinado como le habían dejado las óperas de Verdi. ¿Dónde? En una taberna camino de Sol, allá en el Madrid de Arniches. Corría el año 1907 y acababa de cumplir once años. La taberna estaba situada frente al Canto Real y se quedaba fascinado cuando pasaba la carroza real. Cerca de la taberna estaba el Teatro Real donde acudía hacer los encargos y, entre acto y acto, quedó prendado por las arias de Verdi.

Cierto día decidió cruzar el mapa de punta a punta y llegó a San Sebastián, ciudad fronteriza, plagada de rumores e intrigas en plena guerra mundial. La ciudad, según recordaba Elías, “estaba llena de putas de lujo y renombre, espías de ida y vuelta y buena parte de la nobleza europea, que allí se habían refugiado”.

Tras trabajar un año en la donostiarra calle Garibay, recaló en Bilbao, su tercer y definitivo hallazgo tras el mar y la ópera. Aterrizó en la villa el año 1915. Se acababa de inaugurar la Sociedad Bilbaína y al paraje al que llegó con una recomendación de un representante de la casa Artiach se le conocía como los terrenos de La Concordia. Aquí se hallaba la famosa cestería de igual nombre; una hojalatería, La Bilbaina y el café de La Concordia. Tenía 19 años y pronto comenzó a trabajar a las órdenes de don Francisco Echezartu, titular del negocio.

No saldría de allí. Fue testigo de tres cuartos de siglo. De aquellos primeros días recordaba lo que pedían los clientes mas snobs, un vermouth. Por aquel entonces se consideraba un aperitivo extranjerizante y la copa costaba 10 céntimos. Elías Segovia y Alfredo Lozano aprendieron juntos el oficio en La Concordia. Alfredo se marchó a la Cafetería Toledo y Elías se convertía en el director del café, y, mejor aún en su alma, tocado siempre con una pajarita y una curiosidad inagotable. Al abrigo de una copa de vino blanco de Monopole, ostras imperial y las almendras tostadas fue haciéndose con una colección de amigos (Miguel Unamuno y su hermano sentados en un rincón del café; Gabriel Aresti, Gabriel Celaya, Luis de Castresana; el alcalde Joaquín Zugazagoitia, Indalecio Prieto; toreros como Antonio Márquez o el Cordobés, jugadores del Athletic, Concha Piquer o Perico Chicote entre otros) y de vasos que colocaba en vitrinas de cristal a la vista . Llegaron las flechas de los indígenas del Amazonas, recuerdos del mundial de Argentina de 1978, un ejemplar del libro rojo de Mao y mil y una curiosidades más.

Protagonista: Elías Segovia.

Gesta: Fue la suya, la de Elías, toda una vida picaresca. Salió de casa fascinado por el trajín de la Primera Guerra Mundial hasta la intrigante Donosti. A los 19 años llegó a Bilbao y se colocó tras la barra de La Concordia para convertirse en el más preciado y célebre barman que ha conocido Bilbao en su larga vida.