La reina nos recibe en sus despacho, sentada como de tres cuartos tras un escritorio, y las manos apoyadas sobre un taco de papeles, como si empezara a presentar las noticias del medio día de un momento a otro. Pero no, prefiere saludarnos. "Pase, pase, querido súbdito ¿Le apetece algo? ¿Un buchito de fabada? ¿Cachopo? ¿Sidrina? Tengo un stock tremendo de cuando fui princesa de Asturias". Le decimos que no, que a lo nuestro. "Son ustedes unos periodistas raros, queridos súbditos. No conozco plumillas que rechacen una comida gratis. Fíjense en mi. Me invitó a cenar una vez Felipón y... hasta hoy. Todo felicidad". Nos adelanta que no hablará una palabra del emérito. "De mi suegro no tengo nada que decir. Para eso ya está Corinna. Una buscavidas que quiso arreglarse el futuro pescando un rey. Eheee, borra esto último si no te importa".¿Cómo prefiere que la tratemos: doña, Leti, majestad€?

—Por favor, no soy nada de tratamientos rimbombantes. Basta con que me llaméis maji, que es el diminutivo de majestad que usamos en casa.

Vale, 'maji'. ¿Considera a la monarquía una institución vulnerable en este momento?

—Nada. Es una manía que les ha entrado a los de Unidas Podemos y esa banda de chandaleros. Pero a mi Felipón que no me lo toquen, que me conozco. Como sigan así, voy un día al Parlamento, le agarro a Iglesias de la coleta y le muevo el pelo. Menuda soy yo. Le arreo así, con la mano abierta, a ver si espabila. Sinvergüenza. Con la comida de la gente no se juega, sean patatas o caviar. Eh, y que no se me ponga brava la Montero, que también la agarro de la coleta. Que una está criando dos hijas bien hermosas para algo. Es que me caliento. ¿Eh?

Cálmese. ¿Cómo fueron sus primeros tiempos con Felipe?

—Muy bonitos. A veces venía a buscarme él, tan campechano en su coche, con 24 coraceros de la Guardia Real a caballo detrás. ¿Sabes la ilusión que le hacen a una chica esos detalles? Ningún novio me había sorprendido jamás de ese modo. Ni mi marido siquiera. Luego íbamos a un chino a cenar y a Pachá. Con los coraceros a caballo. Mi madre me decía: anoche Felipe te ha acompañado a casa. ¿Cómo lo sabes, mamá? Porque esta mañana estaba la calle llena de boñigas, decía. Fíjese usted cómo son las madres.

¿Algún recuerdo amargo de esos días?

—Pues cuando empezamos a acudir a actos de copetín. En algunos círculos trataban de molestarme: anunciando a Felipón como su alteza real y a mi como su flaqueza real. Qué mala sangre. Pero conmigo esas indirectas siempre han pinchado en hueso. Tengo un carácter que ya-ya. A mi no se me cae la cara de vergüenza, que para eso he pagado un dineral por ella.

¿Confirma sus retoques estéticos a base de cirugía?

—Claro. No niego nada. Unos retoquitos le vienen bien a todo el mundo. Fíjense, tengo 48 años ya y parece que acabo de cumplir 46. Claro que ahora con la pandemia no puedo lucir todo: la mascarilla tapa los labios, la punta de la nariz, parte de los pómulos, la dentadura. He pedido presupuesto para un agradecimiento de ojos, que eso sí que se ve. Hay que ser reina hasta con mascarilla, querido.

No había caído en esos detalles. ¿Cómo se plantean las cenas de Navidad de este año?

—Ese sí que es uno de los grandes problemas de España, no esa tabarra de República o Monarquía. Nosotros vamos a pedir un informe al Consejo de Estado. Porque no sabemos si conviene que vengan Urdangarin, Cristina y todos esos hijos tan grandotes y con tanto apetito que tienen a la Nochebuena; Elena, Froilán y Vicky es mejor que vengan a la comida de Navidad, que ya sabemos que en Nochevieja todo se les complica. Y mi suegra que se acerque todos los días, que ayuda a recoger los cubiertos, nos trae polvorones griegos, se queda sentadita en una esquina y no dice nada. Por cierto, les tengo que dejar para escribir el discurso de Navidad de Felipón.

Lo redacta usted, 'maji'?

—Ayyy€ ¿Qué os creéis? En esta casa una lo tiene que hacer todo. Que Felipe es un calzonazos.