S la mar que avanza tierra adentro porque sí, Bilbao tiene mar propia: la sagrada ría. No hago referencia a los tan temibles como comunes aguadutxus, aguadutxusque alguno que otro también dejó su huella por aquella zona. Está dicho más bien a la metáfora, habida cuenta que la mar -la ría, recuérdenlo...- fue el motor que impulsó la creación del muelle de Ripa. No por nada, en tiempos inmemoriales estuvo allí el astillero de Basurto de Acha, que posteriormente pasó a denominarse Ripa, versión castellana del euskera Erripa, por extensión del apellido de la casería de este nombre. Si se considera que el primer nombre que se conoce de aquellos parajes fue El Pedregal no parece complicado imaginarse cómo eran aquellos lares.

A caballo entre los siglos XIX y XX, en pleno desarrollo industrial, llegó su momento de mayor auge y esplendor y se convirtió en el eje de la economía vizcaina; disminuyó la navegación de los barcos de vela mientras los de vapor crecían vertiginosamente. El puerto necesitaba un tren para transportar los materiales hasta él, y allí se instalo el tren de la margen izquierda, que además se encargaba de llevar a cientos de trabajadores de los Altos Hornos.

Aquel universo se esfumó. Desde hace décadas ya no existe el trasiego de carga y descarga de los barcos mercantes y han desaparecido de la vista del Bilbao moderno aquellas vías desde las que partía el tren hacia la margen izquierda. Queda en el arranque de los dominios del muelle el edificio denominado Aviación y Comercioque ocupa una esquina del Ensanche próxima a la Ría del Nervión, con fachadas a la plaza Venezuela y al citado muelle de Ripa. Está destinado a uso mixto de oficinas y viviendas, con locales comerciales en la planta baja. Fue proyectado por el arquitecto Pedro Ispizua en 1944 y su esquina curva sigue llamando la atención como lo hizo por aquel entonces.

Fue, como les dije, un barrio marinero muy conectado con la minería que, tras décadas de decadencia y un final de siglo XX un tanto fúnebre y oscuro (algo extensible a todo el territorio...), renació coincidiendo con la llegada del nuevo milenio, convirtiendo la zona en una de las más céntricas y transitadas del Botxo. Resumiéndolo, digamos que por donde antaño merodeaban estibadores de bíceps fornidos como un búfalo, rudos marineros y mujeres de moral disoluta, hoy pasean y se saludan hipsters y toda clase de modernos. Ya nadie recuerda el viejo mundo del que apenas queda el nombre. En apenas 20 años la transformación ha sido absoluta.

Como si un singular triángulo de las Bermudas se hubiese posado allí mismo de manera sobrenatural, todo cambió. El eje que conforman las calles Villarías y Ripa, junto con la fraternal calle de la Amistad, se ha convertido en una de las zonas más animadas de Bilbao, sobre todo desde la peatonalización de la primera. Comercios tradicionales conviven con establecimientos poco convencionales: bares hipsters, tiendas de moda y accesorios, restaurantes veganos, anticuarios y tiendas de vinilos locales de piercing y de alquiler de bicis... En este retablo de épocas y estilos se ha creado una combinación única que otorga carácter de barrio a un enclave privilegiado de la capital de Bizkaia, al lado de la ría y con unas vistas incomparables: el Arenal, el Ayuntamiento y el teatro Arriaga, la santísima trinidad a la bilbaina.

Llamó la atención a la gente de cierta edad ver cómo en aquel universo hincó sus rodillas para siempre el cine Capitol, el último de los grandes en caer en la villa. Inició su andadura cinemátografica el 6 de abril de 1958 en la calle Villarias. Puntera en el momento de su construcción, la sala destacaba por su visibilidad y excelente calidad de sonido y proyección. La escalinata lateral y el reloj de diseño que lucía en su parte derecha la hacían única para quien la visitaba. En mayo de 1991, cerró sus puertas para ser convertido en cuatro multisalas, todas ellas con las últimas mejoras en tecnologia de imagen y sonido (Dolby Digital y Spectral Recording). Tras casi un año de obras, el complejo se inauguró el 28 de marzo de 1992. La lenta agonía de la taquilla lo mató y el edificio fue vendido a una conocida tienda de artículos deportivos, mientras todo su equipamiento fue trasladado a un cine... ¡de La Habana! El 15 de mayo de 2011 se vió en sus pantallas la última película.

Dejémonos de nostalgias. Hoy, con el muelle transformado en paseo y con la calle repleta de locales hosteleros que vienen a sumarse a las aledañas y peatonalizadas Villarías y Amistad, el entorno se había convertido en un espacio altamente recomendable a la hora de plantearse algo tan del gusto local como “ir de potes”, una senda del elefante modernizada donde se conservaba el espíritu del ayer pero con los ritmos y modos del mañana. Nada podía ensombrecerles... ¿He dicho? El estallido de la pandemia del covid-19 y las condicionesde reapertura tras un largo tiempo cerrados, con las imponentes restricciones que conllevaban, ha dejado esa peninsula en tierra de impás. Poco a poco los locales van animándose pero aún no se han recuperado todos los nombres y. ni mucho menos, aquel ambiente que había encandilado a la ciudad.

El espacio del que les hablo se entrecomilla con dos puentes, el del Ayuntamiento y el de El Arenal. Digamos que las escaleras que unen la calle Navarra con la calle Ripa, y antiguamente con el muelle, fueron la causa de que a la casa de Mazas se le conociese como Casa del Pasaje. El edificio que ocupa el número 6, obra de Tomás Bilbao, fue modelo racionalista de la posguerra y está considerado uno de los edificios notables de la villa. También está registrado que en esta calle falleció el 17 de marzo de 1986, Julián Echevarría Camarón después de una intensa vida bilbaina, en la que entre otras empresas, acometió la de director del Circo Amateur del Club Deportivo, organizador de concursos y escritor. Por sus actividades le concedieron la Cruz de Beneficencia de primera clase y La angula de oro. Son noticias del ayer que se entremezclan con locales como Galipo, un local retro y hipster; la tetería Baobad; el Kubrick que homenajea al realizador de La naranja mecánica y El resplandor, el Muelle, el restaurante Kantine que esperan un nuevo tiempo, pasado este desierto de pandemias, en el que todo vuelva a sonreír.