- La condición para realizar esta entrevista inventada ha sido que no revelemos el lugar en que Juan Carlos de Borbón (Roma, 1938) disfruta de su merecida jubilación. “Nadie tiene por qué saber que estoy en Xanxenxo, sobre todo la estirada de mi nuera, que me tiene mártir. Este es un lugar que reúne todo lo que me gusta: el mar, el marisco y las tres X ¿Me entiendes, no? Jua, jua, juaaa”. El emérito mantiene su buen humor a pesar de los achaques de la edad. “Después de LeoHarlem, soy el mejor monologuista de este país. ¿Te acuerdas de aquello de “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”? ¡Pues el guion lo escribí yo! Me quedó que ni para El Club de la Comedia. Jua, jua, juaaa. Algún día me lo reconocerán. Felipón es un soseras comparado conmigo”. Juan Carlos nos explica que él también ha tratado de escapar del contagio.

¿Cómo no se ha quedado en Madrid después de retirarse?

—Lo pensé. Madrid tiene una vida cultural que me ha interesado siempre mucho: puedes encontrar un cabaret abierto cualquier día y eso es muy de agradecer. Yo he conocido muchas ciudades por cosas de trabajo y, en la mayoría, si te quieres que tomar una copa entre semana en un lugar agradable...olvídate. En Suiza, por ejemplo, son unos siesos y, además, no tienen ni idea de poner una copa como mandan los cánones por mucho que la capital se llame Ginebra, que es una contradicción. Y ya de una buena corrida ni hablamos.

¿De toros?

—Por supuesto. ¿Qué estabas pensando, pájaroooo? Juaaaas.

Disculpe la duda. Entonces ¿por qué se marchó de Madrid?

—Fue una decisión de la Casa Real. Yo, al principio, me quedé. Pero las fricciones empezaron después del primer desfile del 12 de octubre tras la abdicación. Hice unos comentarios en el estrado de autoridades a Sofi, por lo bajini, pero me debieron de oír. En plan, el chaval no tiene ni idea de llevar el uniforme de Capitán General, fíjate cómo saluda... naaa, antes sí que saludábamos bien, con la mano en la gorra, bua, muy flojo lanzando los “vivas”….

Vamos, que hizo usted de jubilado de los que miran las obras.

—Más o menos. Que yo lo hacía con buena voluntad, en plan crítica constructiva. Pero ni Felipón ni Leti supieron encajar las críticas. Hubo una recepción a embajadores en la que comenté: “muy mal, ese besamanos muy mal”. Y ya me recomendaron que fuera a tomar por… Bueno, ya me entiendes, en casa siempre hemos sido muy campechanos en las expresiones, desde la tatarabuela Isabel, menuda era. Así que me vine a Xanxenxo y me estoy poniendo chato a lacón con grelos y ribeiro. Ya ves tú. Y me he ahorrado el coñazo de un montón de desfiles. Que se los chupe Felipón.

¿Cuál fue el día más duro de su reinado?

—El 23 F, sin duda. Me levantaron a las tantas de la madrugada, que estaba yo en casa de milagro. Oye, y con prisas. Ni que se estuviera acabando el mundo. Venga lávate la cara, ponte la casaca de mandamás de todos los ejércitos, con más chapas en el pecho que Don King y leete el discurso. Con gesto severo, decían las crónicas. ¿Gesto severo? Como que tenía un plato de callos con garbanzos y media de Rioja dándome vueltas en la barriga. Menos mal que era un discurso sentado, con mesita delante, porque no pude cerrarme el pantalón y lo hice en calzoncillos. Vaya rato. Ni el abuelo Alfonso cuando se tuvo que exiliar las pasó tan canutas. Qué nervios. Como que ya no me pude dormir y salí a dar una vueltita por Malasaña.

¿Qué tal lo ha pasado en el confinamiento?

—Pues hombre, aburrido. Han sido unos años en los que he tenido que mantenerme guardando las distancias, casi sin salir, por temor al contagio. Si llega a infectarme la cosa lo hubiera pasado muy mal.

¿Años? ¡Pero si la pandemia del coronavirus se declaró en marzo!

—¿Coronavirus? Yo hablo de algo mucho peor para mí: el corinnavirus. Si me contagia ese tema, pringo seguro. Por cierto, llaman a la puerta. Creo que serán los de Telecentolla, que me traen la cena. Hala, hasta más ver. Esta entrevista inventada me ha llenado de orgullo y satisfacción.