QUELLOS hombres del último tercio del siglo XIX buscaban una conexión de las empresas siderúrgicas europeas con las minas del criadero de Bizkaia con el fin de obtener, a precio ventajoso y, sobre todo, de manera segura y regular, el suministro del mineral de hierro sin fósforo que necesitaban para fabricar el lingote para acero Bessemer con el que alimentar sus convertidores recién implantados. Con ese fin surgieron en la época las empresas Bilbao Iron Ore, Luchana Mining y Franco-Belga. Quedan huellas, vestigios de aquel ayer férreo. El complejo de edificios de los Pabellones de Orconera son los restos que quedan del gran complejo de la empresa Orconera Iron Ore Campany Limited.

Esta empresa se constituyó el 17 de julio de 1873 en la ciudad de Londres y el capital social de dicha sociedad estaba participado por las siguientes cuatro empresas: Dowlains (británica), Consett (británica), Krupp (alemana) e Ybarra Hermanos y Compañía (vasca). En principio, el acuerdo inicial para constituir Orconera se pactó en 1872 entre Dowlais e Ybarra al 50%, pero finalmente se dio entrada a Consett y Krupp. Era el signo de los tiempos, cuando la siderurgia emergía como un ciclón, como la fuerza motriz que impulsaba a la vieja Europa hacia un porvenir provechoso y poderoso.

Fueron tres los pilares sobre los que se levantó ese futuro feliz, tres los elementos esenciales que componían la infraestructura de la sociedad. Por una parte destacaban las minas de Orconera, Carmen y POrconera, Carmenrevisión, así como otras de menor rango como Magdalena, Concha y la mitad de Magdalena, Concha César.César Para conseguir transportar ágilmente el mineral extraído de dichas minas se construyó el segundo elemento de la infraestructura: una línea de ferrocarril ligero que unía las minas con la margen izquierda del Nervión a la altura de Lutxana. Y por último estaba el elemento que posibilitaba que el mineral se cargase en los buques que estaban en la ría, se trata del cargadero de Orconera. Un cargadero de hormigón armado que ha llegado a nuestros días y que aún hoy se puede visitar como se visita, qué se yo, el Coliseo romano.

Desde 1876 se convino que cada socio extranjero recibiera 200.000 toneladas al año, y 100.000 el socio vasco para su fábrica de Barakaldo, al precio preferente de un chelín y 7 peniques -unas 2 pesetas- por encima del coste de producción. En 1882 los Ybarra traspasaron este contrato a Altos Hornos de Bilbao a cambio de media peseta por tonelada suministrada. He ahí un ejemplo de cómo se iba forjando aquella Bizkaia de hierro.

Era tiempo de oportunidades para la gente más avispada. Cuentan los archivos de la época que Orconera se creó también para adueñarse de la concesión de ferrocarril minero de los Ybarra. En este sentido, los tres socios de Ybarra Hermanos y Compañía, Juan y Gabriel Ybarra y Cosme Zubiría, premiaron a sus primogénitos varones dejando en sus manos el cumplimiento de los trámites que se requerían para obtener de las autoridades las concesiones de la vía férrea y de un cargadero de mineral en la ría del Nervión. De esta forma José Antonio Ybarra Arregui, Fernando Luis Ybarra Arámbarri y José María Zubiría Ybarra obtuvieron unos beneficios fabulosos con el solo esfuerzo que supuso realizar varios viajes a Madrid y Londres y, sobre todo, controlar los movimientos de las personas enviadas a la capital de España para lograr el permiso para el cargadero y la exención arancelaria del material ferroviario.

Hay que recordar que la línea férrea había sido declarada de utilidad pública en noviembre de 1871 por el Gobernador Civil de Vizcaya sin mayores problemas después de un informe favorable del ingeniero Ignacio Goenaga, con objeto de facilitar y acelerar las indispensables expropiaciones de los terrenos por donde estaba previsto que pasara el tendido. La nueva línea iría “de los montes de la Orconera y El Espinal hasta un fondeadero en Lutxana, con un ramal a la fábrica del Carmen”.

En otro orden de cosas, la Orconera desempeñó un papel fundamental en los conflictos sociales de Vizcaya y en el desarrollo del movimiento socialista. La famosa huelga de 1890, que terminó con la aceptación de las reivindicaciones obreras gracias a la decisiva intervención del general Loma, partió el 13 de mayo de un grupo de doscientos trabajadores de la Orconera que se extendió por las explotaciones colindantes de La Arboleda y bajó después a Gallarta y Ortuella, localidad en la que al día siguiente se concentraron entre 7.000 y 9.000 mineros. Cuando se sumaron las fábricas de Sestao y Baracaldo el número de trabajadores en huelga ascendió a 30.000. Fue entonces cuando el Partido Socialista, con Facundo Perezagua a la cabeza, asumió la dirección del movimiento reivindicativo, pero la llegada del ejército acabó con las intenciones de marchar sobre Bilbao. A cambio, Loma obligó a los patronos a firmar un pacto con los representantes obreros por el que se suprimía la obligatoriedad de los barracones y se rebajaba la jornada laboral en las minas al cómodo turno de diez horas. Aquella fue una ocasión célebre que se recordó durante años y que extendió la sensación entre los mineros de que la militancia organizada era innecesaria para lograr las mejoras deseadas, lo que dificultó la extensión de los sindicatos en la zona minera.

En la década de los 70 tras hacerse propietario de la sociedad Altos Hornos de Bizkaia cesó la actividad de la misma. Una década más tarde se eligió la ubicación de Orconera para construir un museo de la Técnica de Euskadi. Fue una iniciativa impulsada por el primer Gobierno vasco tras la dictadura y llego a tener director y proyecto arquitectónico ganador para hacer la implantación del museo en los terrenos de Orconera, con la siderurgia ya envuelta en la reconversión industrial y de capa caída.

Aquel proyecto se paralizó cuando todos los fondos destinados a cultura fueron a parar a un proyecto emblemático de mayor calado: el museo Guggenheim de Bilbao. Tras dicho parón, los pabellones pasaron a ser propiedad del ayuntamiento de Barakaldo. La idea del Museo de la Técnica de Euskadi sigue vigente y hay planes para poder llevarla a cabo en la futura isla de Zorrotzaurre, allá en el antiguo pabellón de Consoni. Esa, si algún día llega, será otra historia.