album amicorum

Hoy me he descargado mi historial de Facebook. Es una cuenta que abrí el 8 de noviembre de 2007 tras un viaje a EE.UU. En la universidad a la que fui, me hablaron de una herramienta social que permitía relacionarte con otros compañeros y compañeras. Estaba en la universidad, por lo que este tipo de cuestiones, naturalmente, llamaban la atención. Con el paso de los años, la herramienta evolucionó: ya no era solo cuestión de ver fotos o comentarios, sino que apareció el muro de publicaciones, la posibilidad de expresar afección a determinados contenidos, emisión en vídeo, etc. Años después mi sensación es haber pasado de hablar con mis amigos (como en los album amicorum de hace unos siglos) a estar hablando para cualquier persona. Es decir, he pasado de una esfera privada a una esfera pública. De ser un espacio donde enviar mensajes sin mayor relevancia a ser prácticamente un narrador de nuestras vidas. La diferencia con los album amicorum es que ahora hay una empresa por detrás, la quinta de mayor valor del planeta, con unas cuantías de dinero generadas al cabo del año espectaculares. Y sabemos que tiene ya más de 2.300 millones de personas conectadas en el mundo.

Por todo lo anterior, he decidido hacer uso de ese derecho que nos dio Facebook de descargar toda nuestra historia en la plataforma. En 2018, tras sus recientes escándalos y la entrada en vigor del Reglamento General de Protección de Datos, Facebook introdujo la opción de descargarse todo nuestro historial generado en la plataforma. Lo que me he encontrado tras la descarga me ha dejado perplejo. Doce años haciendo uso de un servicio que se traducen en 400 MB en una carpeta comprimida. Al descomprimirlo te encuentras con un número amplio de carpetas y archivos que tardan un buen rato en descomprimirse. Y te encuentras con muchos archivos .html que puedes luego exportar a PDF. Para entender la magnitud del asunto, he pasado por este proceso de exportación con varios archivos. Por ejemplo, el de “me gustas” (cosas que me han gustado), es de 687 páginas. El del histórico de localizaciones (con latitud y longitud y día), algo más de 1.000 páginas (!). El histórico de búsquedas que he hecho (con las palabras exactas), más de 714 páginas (!). El de los comentarios realizados, más de 600 páginas. Además hay carpetas de todo tipo: fotos y vídeos, la carpeta de los sitios que he visitado (increíble la precisión), mi histórico de conexiones a Facebook (espectacular todo lo que sale), los lugares desde los que me he conectado, la gente que he seguido, dejado de seguir y que ha hecho lo propio conmigo (!), etc.

Uno puede saber que Facebook hace de todo con nuestros datos, pero verlo me parece otra dimensión. Este ejercicio, más mental que material, te hace reflexionar. Supongo que la vorágine interactiva en la que nos han metido estas aplicaciones nos hace confundir los árboles con el bosque en muchas ocasiones. Pero tras ver las decenas de páginas documentales de likes y demás interacciones, uno se da cuenta de la gran trampa en la que ha caído en estos doce años. Imprimir esto en un libro, además de generar más de diez o doce mil páginas, generaría una sensación aun mayor de vigilancia.

Al ver la evolución de comentarios en doce años, uno también aprecia cómo se ha ido haciendo mayor. Facebook se ha convertido, para mi generación, en una herramienta tenebrosa para narrar el paso a la edad adulta. Lo que siempre me pregunto es cómo se contará esto dentro de cincuenta años. No creo que sea como con los album amicorum.

Facebook se ha convertido, para mi generación, en una herramienta tenebrosa para narrar nuestro paso a la edad adulta. Me pregunto cómo se contará dentro de 50 años