La Asociación de Industria Discográfica de Estados Unidos (RIAA de su acrónimo en inglés), ha publicado recientemente las cifras de ventas de discos de vinilo durante el primer semestre de 2019. Las unidades vendidas subieron un 6% y los dólares ingresados un 12,9% en comparación con el primer semestre del año anterior. Por contra, el formato de disco compacto (CD) permaneció estable. Los servicios de streaming, crecieron aún más que los vinilos. Es lógico y normal que algo cómodo y más barato crezca más rápido, dado que tiene más mercado potencial.

Estos datos nos recuerdan que los humanos nos resistimos a abandonar determinados formatos físicos. Son varios los motivos que pueden explicarlo. Quizás, el más relevante es el valor que damos a los formatos físicos en comparación a los digitales. Dos investigadores, Ozgun Atasoy de la Universidad de Basilea y Carey Morewedge de la Universidad de Boston, han publicado un artículo que recoge alguna evidencia sobre este fenómeno. La explicación se resume en que nos resulta complicado imaginar que poseemos algo que no podemos tocar. Michael Palm, de la Universidad de Carolina del Norte, expone otro argumento en otro artículo publicado recientemente. Más que el hecho de poder tocar aquello que compramos, cree que otro factor influyente pudiera ser la cultura y reputación alrededor de la empresa que comercializa el objeto. A estas alturas de la era digital, no creo que la reputación de empresas como Amazon o Apple las ayude a comercializar productos digitales. Éstas, ya están en la categoría de grandes corporaciones. Sin embargo, pequeños distribuidores luchan artesanalmente a diario por no perder la fabricación del vinilo de calidad. Los amantes de la música parece que esto lo valoran. Tampoco creo que los constantes escándalos de privacidad, seguridad y derechos fundamentales de la ciudadanía vayan a ayudar a resarcir y limpiar la imagen de estas gigantes empresas.

Esta lógica parece también aplicarse en el caso de los libros. En 2018, los libros de tapa aumentaron sus ventas en Estados Unidos un 6,9%. Por contra, los libros digitales, cayeron un 3,6%. En 2018, a la vez, hay más revistas físicas editadas que en 2009. Es un dato que puede sorprendernos en pleno 2019. De hecho, un 96% de los ingresos de la industria de las revistas todavía viene de las ediciones impresas. Dentro de éstas, las independientes (ajenas a las grandes corporaciones), crecieron un 5%. Estos datos parecen sustentar las tesis introducidas anteriormente por los investigadores.

Otro de los posibles fenómenos que pudiera estar ocurriendo es el eventual hartazgo de algunas personas (entre las que me encuentro) de las redes sociales. Al final, una revista o un periódico, son la alternativa a estar 45 o 50 minutos en redes sociales. Como el vinilo lo es a dedicar esos minutos a estar en Spotify o Amazon Prime Music. En sus primeros años, las redes sociales crecieron rápido y bien. Lo novedoso y masivo siempre nos ha llamado la atención. Pero según se va llenando algunos espacios digitales de contenidos cuestionables, los que apreciamos el placer de la lectura y la experiencia de la concentración, creo que pudiéramos ir gradualmente volviendo a nuestros entornos originales.

La regresión a la media en la era digital parece estar adelantando un tiempo en el que esto empiece a ocurrir de manera más acentuada. Preservar la creación y distribución de contenidos independientes en un mundo de entretenimiento digital en el que cada vez hay más concentración y corporación pudiera preocuparnos cada vez más. La cultura no es pasar una noche de hotel en Benidorm. Es más, incluso esta regresión a la media pudiera estar introduciendo un cuestionamiento de la falsa dicotomía entre los viejo y lo nuevo. Creo que es más un tema de experiencia y valor que de años que tenga el formato. Los contenidos para nuestro disfrute siempre los necesitaremos. En qué formato estén éstos dependerá mucho de cómo siga evolucionando esta industria digital.