Hija de la pesadilla

La basura blanca (white trash) se ha convertido en el filón donde los parroquianos de la extrema derecha yanqui extraen su carne de cañón. La basura blanca se nutre de los muertos vivientes del sueño americano, esos que en el día de la bandera se mimetizan de barras y estrellas y asisten jubilosos a desfiles patrióticos cuyo tiempo parece perdido en el pleistoceno. Sean Penn, el oscarizado actor de Mystic River (2003) y Milk (2008), peso pesado del star system de Hollywood si es que éste todavía existe, se ha fijado en ellos para retratar los delirios de una víctima de ese sueño, un iluso intoxicado por la llama(ra)da del éxito condenado a morir carbonizado por ese deseo de ambición.

Martillo de la política conservadora estadounidense, Sean Penn carga con una biografía densa e intensa, en la que su actividad profesional como actor y director difícilmente puede disociarse de su vida privada. A sus 61 años, Penn ha saltado a las primeras planas de la prensa, amarilla o no, por su cine, por su activismo político, por alguna metedura de pata y por sus matrimonios; primero con Madonna, luego con Robin Wright y, finalmente, con Leila George tras un tiempo emparejado con Charlize Theron.

Traer todo esto a colación obedece a que El día de la bandera (a)parece como una declaración de intereses de todo ello. Penn dirige e interpreta un relato inspirado en la novela de carácter autobiográfico de Jennifer Vogel y lo hace escogiendo como principal protagonista a su propia hija, Dylan, fruto del matrimonio con Robin Wright. Ambos, hija y padre, se ponen al servicio de un relato que teje la biografía de un superviviente, un buscavidas fuera de la ley de esos que, de vez en cuando, produce el caldo de cultivo de la cultura USA.

O sea, un nuevo-viejo retrato de uno de esos descendientes de los aventureros del siglo XIX. Son los últimos cowboys de un Oeste crepuscular que ya no pueden tirar del gatillo, pero que sobreviven a golpe de picaresca y timo. Jugadores sin cartas, soñadores sin reposo, a la vista de lo que El día de la bandera acaba siendo, se hace obvio que a Penn la película le interesa por ese cruce de afectos y resquebrajamientos que se producen entre un padre y su hija y por la posibilidad de regalarle a Dylan Penn, más modelo que actriz, un personaje llamado a no ser olvidado. Esa parecía ser la intención, algo que la película no acaba consiguiendo.

Estamos, argumentalmente, ante el momento de la ruptura del velo sagrado de mi padre, mi héroe, el tiempo en el que la relación filial debe madurar para asumir una verdad que no es ni blanca ni negra; que encierra paradojas, tiempos siniestros y parajes luminosos. Para Sean Penn el problema empieza a surgir desde el mismo momento en el que se entrecruza en la pantalla ese espejo tóxico en el que Sean Penn y Dylan Penn, asumen fundirse y confundirse con el padre y la hija del relato de Jennifer Vogel.

Da la impresión de que Sean Penn, más preocupado por encontrar ese equilibrio entre Jennifer Voge y John Vogel, forja el retrato de su propio personaje tamizado siempre por su figura como padre. Del tristemente famoso falsificador llamado John Vogel se nos suministran pocos datos y escasos gestos. De ese miembro de la basura blanca, víctima y verdugo de una sociedad en descomposición, apenas se nos desvela algo. Penn no se adentra en la complejidad del personaje ni en el caldo de cultivo que lo alimenta. Con ello pierde una buena oportunidad y al actor-director le han vuelto a llover palos. Probablemente, cuando el tiempo pase y esa vinculación entre lo biográfico y lo que el filme narra se haya perdido, la película podrá verse con menos presión. Entre otras cosas porque Penn no carece de oficio, tiene olfato y aunque se empeñe en perderse, no engaña a nadie salvo a sí mismo.EL DÍA DE LA BANDERA/FLAG DAY

Dirección: Sean Penn. Guion: Jez Butterworth. Libro: Jennifer Vogel. Intérpretes: Sean Penn, Dylan Penn, Miles Teller, Josh Brolin, Hopper Penn y Katheryn Winnick. País: EE.UU. 2021. Duración: 107 minutos.

Sean Penn vuelve a la dirección, para desdoblarse como protagonista del retrato de un vividor visto a través de los ojos y los recuerdos de su propia hija.

Adiós Asimov

DECIR Mattson Tomlin conlleva convocar el espíritu Netflix. Con apenas treinta años, Tomlin se ha convertido en el Vinicius jr. de la plataforma depredadora, una especie de neo-Messi de la masía del imperio de las series de ciencia ficción. De hecho, Madre/Androide ha conseguido un fenómeno del que no hay aquí espacio para analizar en toda su complejidad. La cuestión es que lo que en el cine se estrenó con escaso éxito y poco interés, en su formato doméstico se ha convertido en uno de sus mayores éxitos si es que los datos que se suministran son de fiar.

Ciertamente bajo el mandato del algoritmo nunca sabremos donde empieza la libre elección y donde termina la perversa inducción. Sea como fuera, hablemos de esta Madre que sirve para que debute como director un profesional cien por cien Netflix.

Adscrita al género de la ciencia ficción, deudora del espíritu robótico, nadie discutirá que si a Mattson Tomlin le dan a elegir entre Isaac Asimov y James Cameron, se queda con Terminator, saga sobre la que, por cierto, en breve presentará una serie de animación. Ese mismo leit motiv, la revolución de las máquinas, el día del robot-espartaco, atraviesa esta distopía que parece surgir de mezclar The Road, la película dirigida de John Hillcoat e interpretada por Viggo Mortensen, con títulos como A ciegas -también Netflix- o la más impactante y sugerente Un lugar tranquilo. Es decir, aquí se nos relata un periplo, una huida en un mundo en descomposición donde en este caso los robots han iniciado una guerra de exterminio contra el ser humano.

Como corresponde a una promesa juvenil, Tomlin deja claro desde el mismo inicio dónde va a situar su película y a qué público apela. Todo en Madre/Androide rezuma corrección política y oportunismo de mercado. Todo mima el perfil de ese consumidor al que se le elabora el producto más digerible. No es que carezca de interés el relato de Madre/Androide sino que carece de garra, de mala uva, de personalidad. Como si un robot la hubiera diseñado. Eso nos lleva a una enigmática contradicción y deja a su realizador ante una perversa paradoja digna de análisis freudianos.

MADRE/ANDROIDE (MOTHER/ANDROID)Dirección y guion:

Mattson Tomlin. Intérpretes: Chloë Grace Moretz, Raúl Castillo, Algee Smith, Kate Avallone y Owen Burke. País: EE.UU. 2021. Duración: 110 minutos.

Masterchef 1789

EN el tiempo en el que en París comenzaban a afilarse las guillotinas, 1789, tiempo de transformación y crisis, se ambienta este relato sobre un chef revolucionario introductor del concepto de los restaurantes burgueses. La mejor aportación, además de su cuidada recreación ambiental, estriba en los recovecos y el paralelismo que el guion establece en torno a la política y la gastronomía. Aquello que antes se denominaba tesis al hablar de un filme, aquí consiste en forjar un paralelismo entre el paso del viejo al nuevo régimen narrado desde el acceso al buen comer como derecho público.

El propio director y coguionista, Eric Besnard, daba a conocer cuál era la naturaleza e intención de su incursión en este tema cuando recordaba que si hace 50 años ser peluquero era lo más, hoy los cocineros son semidioses para añadir que Delicioso no es sino una manera de proclamar aquello de ‘Libertad, igualdad y fraternidad’ en el mundo de los fogones. Estaba claro pues, que en el tiempo en el que los programas de prime time los acaparan competiciones culinarias, un filme como éste no carecerá de espectadores.

Si la buena mesa es el telón de fondo, la venganza y la reparación suministran los asideros a un guion capaz de sostener la intriga y el interés muy por encima de lo que cabría esperar a priori. Lo mejor de Delicioso y del hacer de Eric Besnard, reside en esos pequeños detalles, en el escrúpulo con el que se va desarrollando un argumento que se inscribe en ese subgénero cada vez más transitado que es el del cine y comida. En ese terreno, Besnard trasciende de la aparente frivolidad del tema para arrojar algunas sombras sobre el poder decadente de la aristocracia francesa. El paisaje que Bernard dibuja crece sobre el rigor de los elementos y tropieza en la figura de su principal protagonista, un Grégory Gadebois cuya presencia física confiere tanta credibilidad aparente al personaje como escasa permeabilidad.

A su cocinero le falta la honda humanidad y el sentido del humor que Laconte aportaba en su retrato de la corte en Ridicule. También es evidente que Gadebois está lejos de Jean Rochefort, tanto como que con Rochefort, Delicioso hubiera sido mucho más convincente.

DELICIOSO / DÉLICIEUXDirección:

Eric Besnard. Guion: Eric Besnard, Nicolas Boukhrief. Intérpretes: Grégory Gadebois, Isabelle Carré, Benjamin Lavernhe, Guillaume de Tonquedec. País: Francia. 2021. Duración: 112 minutos.