fake news

El problema es que lo falso o poco cierto no termina en las piezas de información. Siguen proliferando los ámbitos que, al calor de la globalización de la información, nacen con la intención de faltar a la verdad. Uno de esos es el ecosistema de aplicaciones móviles. No me negarán que no piensan o leen mucho cuando tienen que instalar una aplicación. Si la encuentran, les hace gracia o se la ha recomendado algún amigo, la instalan. ¿Alguna vez se han informado del desarrollador o del vendedor de la app? ¿Alguna vez han leído algo relacionado con el uso de la información que ahí se tratará? Lógicamente, invito a trascender de las aplicaciones tradicionales de redes sociales que tantos comentarios generan sobre su invasión de la privacidad habitualmente.

Llevo años haciendo el paralelismo entre estas aplicaciones y los fármacos o alimentos. En estos últimos dos campos, cuando una empresa quiere comercializar un producto, debe pasar por numerosos procesos regulatorios. ¿Y en las aplicaciones? ¿Alguien controla lo que ahí se vende? Tenemos ya numerosas evidencias sobre lo que pueden provocar alguna de estas aplicaciones. También tenemos numerosos casos de empresas que respetan poco los derechos fundamentales de la ciudadanía. Y, sin embargo, ahí siguen esas apps.

En este contexto, y por coger un ejemplo muy claro y concreto, hablemos de las aplicaciones de salud mental. Es uno de los ámbitos donde la pandemia más daño ha producido (nuestra salud mental). Por ello, es lógico pensar que estén proliferando estas aplicaciones desde la irrupción de la pandemia. Se contabilizan ya más de 10.000 apps en las tiendas de aplicaciones de Google y Apple. Son aparentemente capaces de dar soluciones para todo tipo de situaciones. Lógicamente, no todas ellas con la rigurosidad y evidencia empírica de la mano. La pandemia ha traído que cada vez sean más demandadas; no lo tenemos ahora fácil para acercarnos a nuestros sanitarios como antes.

Dada la relevancia de este asunto, el Foro Económico Mundial y Deloitte han lanzado una serie de estándares que han llamado Global Governance Toolkit for Digital Mental Health. Es decir, un conjunto de recomendaciones y aspectos a tener en consideración para la salud mental en nuestra era digital. Recopilando la literatura disponible, ofrecen evidencia para que el paciente sepa qué le puede ayudar y qué no ante una contingencia de salud mental que tenga. El problema de controlar “a posteriori” el impacto de las aplicaciones es que el daño puede estar ya producido. En este punto, recupero lo que decía unas líneas más arriba: ¿por qué no incrementar los controles “a priori” para que sea más fácil delimitar qué aplicaciones sí pueden salir al mercado y cuáles no? ¿Hay algún ámbito administrativo con estos temas en cartera? Quizás sea desconocimiento mío, pero invito al lector al menos a pensar sobre ello.

Hablamos mucho de fake news pero muy poco de fake apps. La desinformación en todos los campos de la vida es una lacra con la que luchar. Por eso, iniciativas como esta, ayudan mucho a mi humilde juicio. Pero creo que deben sobre todo provocar el debate para que vayamos más allá de tener unos estándares sobre qué aplicaciones de salud mental utilizar y cuáles no. Porque la salud tiene más campo de actuación. Y también la educación o los servicios sociales. Campos de nuestras sociedades demasiado relevantes como para dejarlos en manos de unos mercados de aplicaciones de empresas privadas.

Siguen proliferando los ámbitos que, al calor de la globalización de la información, nacen con la intención de faltar a la verdad. Uno de ellos es el ecosistema de aplicaciones móviles