Quizás recuerden la película Mentes peligrosas. LouAnne (Miche-lle Pfeiffer), una marine retirada, comienza a trabajar como profesora en una escuela de Secundaria de California. Le toca un aula de adolescentes difíciles que, desde el primer día, no se lo ponen nada fácil. Son en realidad jóvenes con serios problemas, de las capas sociales más bajas. Un duro trabajo para la profesora. Sin embargo, en la película podemos ver cómo logra conseguir su motivación e implicación a través de su participación activa y crítica, lo cual permite que muchos descubran el talento que llevan dentro.

Es, quizás, una película un tanto hiperbólica en torno a la figura de la profesora como elemento que transforma la vida de muchas personas. En unos tiempos en los que las inversiones en educación están en boca de muchos, es quizás un buen momento para reflexionar sobre ello. Especialmente por la cada vez mayor presencia tecnológica en las aulas y la -aparente- necesidad de meter tecnologías para que todo mejore. Son muchas las preguntas: ¿es mejor introducir más tecnologías digitales en el aula? ¿Es mejor digitalizar los libros? ¿O mejor tener pizarras digitales interactivas?

La evidencia empírica nos dice que mayores niveles de gasto en educación no garantizan, ni mucho menos, mejores resultados. La clave está en cómo y dónde se gasta. Según Eric Hanushek, uno de los mayores expertos a nivel mundial en materia de economía de la educación, “ningún otro aspecto medible de las escuelas es ni de lejos tan importante para determinar el rendimiento de los estudiantes como la calidad del profesorado”. En 2011, Hanushek publicó un libro titulado Valuing Teachers: How Much is a Good Teacher Worth? (Evaluando los profesores: ¿cuánto vale un buen profesor?). En ese libro, y tras una elaborada investigación, llega a la conclusión de que los estudiantes con buenos profesores aprenden un 50% más de conocimiento que los que tienen profesores medios. Los que tienen la mala fortuna de tener profesores malos, por contra, ven mermado su aprendizaje hasta en un 50% igualmente. Ni el tamaño de las clases, ni el gasto por estudiante, ni el uso de ordenadores o tabletas son elementos que por sí solos ayudan y condicionan.

Es fácil concluir, con estos resultados, que si un niño o niña tiene la mala fortuna de encadenar varios malos profesores seguidos, su desarrollo podría no darse como debiera. Los profesores son cruciales. Sin embargo, un reciente informe de la OCDE señala que esto no se está teniendo mucho en cuenta. En Estados como Francia o los Países Bajos, las regiones con escuelas nutridas de los estratos más bajos de la sociedad tienen los profesores con menos experiencia (en comparación a las mejores escuelas, habitualmente situadas en los mejores barrios de las ciudades). En estos países, alerta el informe, las medidas están pasando por reducir las aulas o introducir más tecnología.

El problema, en muchas ocasiones, radica en el discurso comercial que se tiene con muchas de las herramientas tecnológicas en educación. Todas van a arreglar el mundo de la educación. Todas, aparentemente, hacen más eficiente el aprendizaje. Todas fomentan la autonomía y la creatividad. Y todas generan una motivación en el estudiante, porque aprenderá en su mundo, en el de la tecnología digital donde se ha criado. Quizás ahí radique precisamente el problema: que aprender es otra cosa, que esto no va de divertirse o estar donde están mis amigos. Desde 1970, hemos doblado el gasto en educación, pero los resultados académicos han permanecido estables.

Otro estudio de John Hattie, director del Instituto de investigación en Educación de Melbourne, ha obtenido resultados en la misma línea: buenos profesores y buen feedback al estudiante es lo que más ayuda al desarrollo de nuestros niños y niñas. El tamaño de las aulas y el número de tecnologías en el aula no tienen un efecto significativo.

¿Se acuerdan de LouAnne, la profesora del colegio de la película Mentes peligrosas? Quizás, su figura ya no es tan hiperbólica.