Esta migración de la que hablamos reúne varias particularidades: fue femenina, realizada únicamente por mujeres, que caminaban durante tres o cuatro días por el Pirineo cercano. Cuando pensamos en las migraciones de la primera mitad del siglo XX las imaginamos a Argentina, Suiza o Alemania, pero había migraciones minúsculas, de 50 kilómetros, que buscaban una realidad totalmente diferente, y sobre todo sustento en los difíciles años 20 y 30.

Las mujeres roncalesas, ansotanas y salacencas, y sus curtidas y habilidosas manos, se convirtieron en una mano de obra cualificada y muy valorada en la floreciente industria de la alpargata de Maule, la capital de Zuberoa. Eran años en los que no existían carreteras, ni comunicación, así que cruzar los Pirineos era una aventura empujada por la necesidad. Su marcha en otoño y su vuelta en primavera, sumadas a su vestimenta negra, les hizo recibir el cariñoso apodo de las golondrinas. Seis meses de migración cada año hizo que algunas formaran familia en la otra vertiente y otras se separan de sus hijos durante meses. La trashumancia y las golondrinas hicieron de las familias pirenaicas una sociedad migrante durante décadas.