Los Pirineos, afilados, abruptos, fijaron las reglas del Tour de siempre más pronto que nunca. Se impusieron las leyes de la canícula del juicio francés aunque el día era nublado, más oscuro que claro y amagaban los truenos y las centellas. El olor a napalm por las mañanas. El contacto con la montaña provocó el agobio de inmediato. Sólo de imaginarlo, la sensación de claustrofobia se entreveró entre los pensamientos de muchos.

No tienen piedad las montañas, que generan mitos y leyendas, que provocan miserias y conmoción. Carreteras asfaltadas de sufrimiento y de historia. Lugares en los que uno se siente frágil y vulnerable. La insoportable levedad del ser. Pasajes para siempre. También para el honor y la gloria.

Hace tres años en Laruns gritó su anunciación Tadej Pogacar. La Epifanía del ciclismo en el Marie Blanque. Aquel día de septiembre, el del Tour de la pandemia, se desenmascaró el esloveno que, después, estratosférico, mesiánico y metafísico conquistó París a través de la crono sideral de La Planche des Belles Filles.

El trono parecía predestinado para Roglic, pero lo perdió. El esloveno experimentado no está en el Tour, la carrera maldita para él. Eligió el Giro. La vida color de rosa para Roglic, campeón en Roma. Jonas Vingegaard, el relevista de Roglic, quiere serlo de nuevo en los Campos Elíseos, la avenida con las mejores vista del mundo.

Jai Hindley, victorioso en Laruns, nuevo líder del Tour. Efe

Jai Hindley, nuevo líder

En Laruns, inclemente, Vingegaard se acercó a París. Lo divisó con nitidez desde el Marie Blanque, el puerto que dinamitó el Tour. En el que estalló por dentro Pogacar, que concedió 1:04 respecto al danés, pletórico. Completó una obra maestra Vingegaard, que aventaja en 53 segundos al esloveno en la general, donde gobierna Jai Hindley, nuevo líder desde la fuga.

El australiano dio un paso firme hacia el podio, del que se alejó Mikel Landa, superado en el Marie-Blanque, la dama blanca. Perdió el murgiarra 2:55 en meta. Recordaba Borja Barba, que la montaña debe su nombre a Marie Asserquet, un plañidera de la región que en la primera mitad del XIX realizaba cánticos para los difuntos en los entierros.

Los grandes puertos tienen algo de camposanto. Recogen derrotas. Nadie esperaba la de Pogacar. Tampoco se esperaba eso en el Granon un año antes, cuando Vingegaard sepultó al esloveno. Todo comenzó en el Mont Ventoux dos años atrás.

Lo que en el gigante de la Provenza pareció una anécdota, se convirtió en categoría con el tiempo. El mismo libreto impulsa este Tour que fortalece a Vingegaard y deja grogui Pogacar en el cuadrilátero pirenaico tras el asalto inicial. "He sacado un buen tiempo a Tadej Pogacar y otros rivales, pero conozco a Tadej, es un corredor que nunca se rinde y vamos a tener pelea hasta París", apuntó el danés.

Pogacar, muy tocado

El carismático Pogacar, abrumado por la sobriedad de Vingegaard y su aspecto de eficiente contable. Un campeón de cuerpo entero. De punta a punta. Vingegaard, el jinete pálido, dejó lívido al esloveno, que perdió la sonrisa que lucía. El indescifrable Vingegaard se expresó en la carretera. Empequeñeció a Pogacar, con el rostro sin marco y los ojos hundidos de la derrota. "Ha sido un duro golpe, pero no está todo perdido", dijo Pogacar.

El pizpireto esloveno que cosechaba bonificaciones, no resistió la sacudida de Vingegaard. De nuevo humanizado. Pogacar necesitaba tiempo y lo buscó debajo de las piedras. El danés, el campeón en curso, le derribó de una pedrada certera en el Marie Blanque. Francotirador.

Pogacar, con Kuss a su rueda, persigue a Vingegaard. Efe

El capítulo pirenaico izó la bandera pirata. Al asalto. Hindely, campeón del Giro de 2022, y Ciccone encontraron una vía para generar incertidumbre. Hicieron palanca y se adentraron en una fuga ventruda después de un inicio fogoso. A chispazos. Electroshock en carreteras secundarias, estrechas y avejentadas que se deletrean entre montañas grandes, verdes valles, apagado el sol.

A media luz, se erigió una fuga enorme en la que también se presentó Omar Fraile. Van Aert, la tuneladora, horadó las montañas. Alma libre. En el Soudet, un coloso, Hors Categorie, (15 kilómetros al 7%) los costaleros de Pogacar impusieron la marcha. Hindley era un peligro. Un neón rojo.

El australiano es consciente de que en el vis a vis con el esloveno y con Vingegaard, planchado al dorsal de Pogacar, su recorrido es escaso. Inventó Hindley. Se anticipó desde las grandes distancias. Piensa en el podio. Jugada maestra. Un mal negocio para Landa, que desea el mismo espacio en París. El murgiarra conoce cómo se las gasta Hindley.

Después de llevarlo en la mochila en las alturas del Giro del año pasado, el australiano le laminó en la Marmolada con un desgarro. El escenario tampoco era idóneo para Gaudu y el resto de opositores al podio. La habitación de invitados del Tour se alquila. Las estancias principales aguardan al danés y al esloveno. Pogacar está obligado a remontar.

Una fuga de calidad

Soler se desprendió de la fuga. Rapeló para poner sus piernas al servicio de Pogacar. La niebla, el manto de la humedad, ceniciento, rodeó la cima del Soudet. Gall, el hombre que se alumbró en la Vuelta a Suiza, abrió con las tijeras la sabana blanca. Con el austriaco se alinearon Hindley, Daniel Martínez, Ciccone, Haig, Fraile, Neilands…. Pogacar, Vingegaard, Adam Yates, Landa y el resto de favoritos dejó huella en cumbre cuatro minutos después. El danés no se alteró.

Dejó que la responsabilidad doblara el espinazo del UAE, que llevaba a hombros la figura de Pogacar y la imagen de Adam Yates. El descenso, con piso húmedo y la niebla acariciando los rostros, lo resolvieron sin contar bajas. Un éxito en una carrera de supervivencia.

El col d’Ichère (4,2 kilómetros al 6,2%) era el escalón previo. Pogacar aprovechó para refrescarse la nuca mientras sus alfiles continuaban con el ritmo marcial. El grupo de Hindley disponía aún de una alforja de más de tres minutos.

Abrían la comitiva el omnipresente Van Aert, el reivindicativo Alaphilippe y Neilands. Todos iban al encuentro del Marie Blanque, la montaña que saludó Javier Otxoa en el 2000 en su heroica victoria en Hautacam. Las montañas, los gigantes, son recuerdos de aquella odisea que aún reverberan en el arcano de la memoria.

El puerto mostró su aire altivo y pendenciero, sobre todo, en su parte alta. A su terraza se accede por la portón del sufrimiento y la escaleras del padecimiento. Suave al comienzo, las rampas se erizan a falta de cuatro kilómetros para la cima, donde muta la montaña, cada vez más chulesca, los cuellos almidonados al 12%.

La fuga se fue desgranando. Cuentas de un rosario. Fraile desconectó tras el tajo para Daniel Martínez. Hindley respondió a Gall, dispuesto a la rebelión. Hicieron migas. Hindley se proyectó al liderato.

Vingegaard no perdona

Majka y Yates atendieron las órdenes de Pogacar. Vingegaard tenía a su lado a Kuss. El Jumbo se encorajinó. Van Aert se envalentonó. Llamada a la guerra. El ritmo de Kuss destempló a Landa, obligado a limitar pérdidas. El alavés perdió el hilo. Adam Yates tampoco pudo hacer pie. Lo mismo le ocurrió a Carlos Rodríguez.

El colibrí de Durango pastoreó a Vingegaard y Pogacar. Al resto le quedaba hacer equilibrios en una rampas infinitas, desasosegantes. Padecer era el verbo. Vingegaard no esperó. Se lanzó a degüello.

Interpretó la mueca de Pogacar, que se quedó sin aire, de repente encogido. La expansión de los días de Euska Herria fueron un espejismo. Se rompió el reflejo de Pogacar. Vingegaard es la criptonita del esloveno, que llegó con la nariz chata del esfuerzo, en un grupo que persiguió a Vingegaard.

En la cima, el danés manejaba una renta próxima al minuto. En el descenso del Marie Blanque hacia los tejados de pizarra de Laruns, donde la nariz se impregna del olor a cordero y queso de Ossau, Hindley se subió al liderato. En Laruns, camino de París, Vingegaard desnuda a Pogacar.