Prólogo
Boí, valle de Boí, noviembre de 2015
En las noches sin luna el único rey del valle es el silencio. Hoy el cielo es una sábana negra y flota en el aire una neblina turbia que oculta parte de la torre de la iglesia, siempre iluminada, como un faro de montaña. Desde la ventana del comedor, Marta tiene la impresión de que la parte superior del campanario está suspendida en el aire y siente el frío que desprende el vidrio al apoyar la mano en él. Un helor recio le sube por el brazo, hasta llegar al tatuaje del hombro en el que ella prefiere no pensar.
Se anunciaban nevadas para los próximos días, pero de momento solo se aprecia una tenue capa blanca en las cumbres que circundan el valle. Ahora que está a punto de partir, Marta se dice que la nieve, por hermosa que sea, supondría un obstáculo añadido. «Y eso es lo último que necesitamos», piensa.
Los nervios, que la han mantenido alerta durante todo el día, están dando paso al cansancio y a una desazón con la que lleva años conviviendo. Algo que a veces le provoca un vacío en el estómago, que en ocasiones incluso la marea y que solo logra apaciguar asegurándose de que su hijo está a salvo.
Sube deprisa la escalera hasta el cuarto de Daniel, donde el niño duerme completamente vestido, pese a sus protestas de que quería esperar despierto. Ella prefiere dejar que descanse mientras pueda. Verlo así le serena el ánimo.
Se acuesta a su lado, para sentir su cercanía, su olor. Los niños parecen dormir con la misma entrega con la que juegan, abandonándose al momento. Recuerda que cuando Daniel era solo un bebé, ver su cuerpecillo absolutamente inmóvil había llegado a asustarla. Luego se acostumbró: Daniel caía fulminado de repente, en mitad de un cuento o en cuanto rozaba la almohada. Siempre ha pedido acostarse con la luz de la mesilla encendida y ella nunca se lo ha impedido; por eso ahora ve la mochila llena de las cosas que él solo ha metido en ella, y el juguete que ha escogido para llevarse consigo. «Solo uno, mi amor. Lo siento mucho», le ha dicho hace unas horas, cuando le informó de sus repentinos planes.
Lo vio dudar durante un buen rato entre el flamante robot con luces, el regalo estrella de su último cumpleaños, y el viejo ciervo de peluche, antaño suave pero ahora tuerto y áspero, que le acompañaba desde que apenas tenía un año. Eso le ha entretenido las últimas horas y ha evitado el aluvión de preguntas que seguro que pasaron por la cabeza de su hijo a lo largo de esta tarde. Cuestiones para las que ella no tenía una respuesta fácil, aunque sí contundente. Debían irse. En algún momento de esta noche. Amanecerían en otro lugar y volverían a empezar de cero. Dirían adiós al valle, al colegio y al parque. Debían dejar atrás muchas cosas, entre ellas los juguetes que Daniel había ido atesorando durante los últimos cuatro años. No está segura de por cuál se ha decantado al final: el robot está de pie junto a la mochila y el niño duerme abrazado al peluche. Quizá sea su manera de despedirse antes de abandonarlo allí.
Marta mira el reloj que hay sobre la mesilla, en el que Mickey Mouse sonríe a todas horas, y ve que son las doce y veinte. No sabe a qué hora los recogerán; solo que deben estar preparados para salir en cuanto llegue el coche.
Es lo menos que puede hacer, sobre todo teniendo en cuenta lo inesperada que ha sido esa mano amiga que los llevará a un sitio seguro. Ella habría podido mentir al niño y decirle que se iban de viaje o lo que fuera, pero estaba harta de cuentos. A sus casi ocho años, Daniel no tiene edad para saber la verdad, pero su madre tampoco ayuda al intentar alejar el peligro con una maraña de embustes.
Ignora si algún día Daniel podrá saber cuál es su verdadero apellido -Folguera, como el suyo-, quién es su padre o por qué huyeron de esa casita de piedra donde habían vivido en paz desde que se instalaron en Boí. Su hijo es demasiado pequeño para acordarse de las mudanzas anteriores, de las huidas febriles que tuvieron lugar durante la primera etapa de su vida, en cambio en este pueblecito del Pirineo ha echado raíces. Tiene amigos. Y, pese a todas sus reservas, ella también.
Incapaz de estarse quieta, Marta se levanta. Sale del cuarto dejando la puerta entornada y baja hacia la cocina. Es grande para lo que son las dimensiones totales de la vivienda y está provista de una mesa de madera maciza. En ella han hecho deberes y dibujos, han batido huevos para preparar bizcochos; ahí es donde Daniel aprendió a leer. Ahora la superficie está despejada y Marta vuelve a pasar un trapo, como si quisiera eliminar así cualquier rastro de su existencia. Se pregunta qué dirán los otros padres a la mañana siguiente, cuando se reúnan junto a la iglesia a la espera de los taxis que llevan a sus niños al colegio.
Pensarán que se les han pegado las sábanas, la llamarán para avisarla. Es posible que alguien se acerque hasta aquí cuando se den cuenta de que nadie contesta al teléfono. Se encontrarán con una casa vacía y una ausencia inexplicable. Con un misterio que ocupará las conversaciones del valle durante medio invierno, cuando la nieve cerque los pueblos. «Marta siempre fue rara», dirán. «No se relacionaba mucho, nunca supimos casi nada de ella; ni de dónde venía, ni qué había hecho en la vida. Y nunca recibían visitas, ¿no os había extrañado eso?». «Un buen día se instalaron aquí, ella y el niño, y tal y como vinieron, se esfumaron sin despedirse, como si fueran delincuentes o fugitivos…».
FICHA
Título: ‘La hora del lobo’
Autor: Toni Hill
Género: Thriller. Trilogía
Editorial: Grijalbo
Páginas: 560
Espera que alguien los eche de menos, aunque sea solo un poco. ¿Cómo le explicarán a Quim que Daniel, su amigo del alma, se había marchado sin tan siquiera decirle adiós? ¿Qué dirá Eric de que se hayan ido sin más? Hizo bien en cortar con él, piensa ahora. Hay historias que ella no puede permitirse.
Es absurdo preocuparse por esas nimiedades cuando lo que está en juego es mucho más importante. Aun así, no logra evitar el zarpazo de la nostalgia anticipada. Desde que nació Daniel, este ha sido el único lugar que ha sentido como su casa. Entra en la cocina, vuelve a acercarse a la ventana y la abre solo un poco. Junto a ella su hijo descubrió la nieve: la vio caer en forma de plumas blancas, estupefacto, sin atreverse a salir a la calle para no estropear aquel manto impoluto. Ahora, el frío penetra por la rendija, le acaricia la mejilla y Marta nota que las lágrimas le anegan los ojos.
Respira hondo, como si quisiera tragarse todo el aire del valle, y siente unas inmensas ganas de gritar. De proferir un aullido que despierte al pueblo entero, que sobresalte a las aves nocturnas, que se cuele en las casas ajenas y horripile a sus habitantes. No lo hace. El grito se le deshace en la garganta dejándole una intensa sensación de vacío.
Está de camino al comedor cuando oye por fin un rumor que altera la paz nocturna y, al entreabrir la puerta principal, distingue el coche: avanza despacio con los faros apagados, tal y como habían acordado. Ha llegado el momento. Marta corre hacia la escalera para ir a despertar a Daniel.
De haberse quedado allí durante unos segundos más, habría visto que del vehículo no bajaba una sola persona, sino dos, y tal vez ese detalle la habría puesto en guardia.
Pero lo que hizo fue dar media vuelta y dejar la puerta abierta. A veces el futuro se decide en unos segundos de descuido.
SOBRE EL AUTOR
Toni Hill (Barcelona, 1966) es licenciado en Psicología, aunque desde hace años se dedica a la traducción literaria y a la colaboración editorial en distintos ámbitos. En 2011 inició con El verano de los juguetes muertos (Debolsillo) su popular trilogía protagonizada por el inspector Héctor Salgado, un éxito instantáneo de crítica y ventas, publicado en una veintena de países. Los ángeles de hielo (Grijalbo, 2016), Tigres de cristal (Grijalbo, 2018) y El oscuro adiós de Teresa Lanza (Grijalbo, 2021) consagraron al autor como uno de los maestros del género negro en nuestro país. Además, fue reconocido con el Premio Novelpol 2019 (ex aequo), el Premio Tormo Negro-Masfarné 2019 y el galardón a la Mejor Novela Negra del 2018 por la revista digital Llegir en cas d’incendi. Con El último verdugo (Grijalbo, 2023) su anterior novela, Toni Hill firmó su thriller más adictivo, y ahora continúa la trilogía con La hora del lobo.