El problema de los conservadores es su dificultad para el cambio. No saben, no pueden, no quieren cambiar. La televisión es terca y se limita a retocar el formato manteniendo su horizonte. ¿Varió en esencia la tele al pasar de blanco y negro a color? ¿Ha avanzado en su tránsito de analógica a digital? ¿Mejoró con los canales privados? Sigue siendo un artefacto de entretenimiento y un menguante poder de influencia social.

Ahora Telecinco, tras un año de resultados calamitosos, se dispone a hacer ajustes. Nadie ha respondido a esta pregunta: ¿Cuánto dinero ha dejado de ingresar en publicidad por la pérdida de liderazgo? Podría estimarse en varios cientos de millones de euros; pero el consigliere Vasile dio a ganar mucho más a sus accionistas en 25 años. Hasta que la vaca de la telebasura se quedó seca.

La nueva troika de Mediaset formada por Prado, Salem y Musolino (¡uf, menos mal que no acaba en i!) se muestra vacilante ante la herencia del estercolero. Les falta atrevimiento para suprimir Sálvame –corazón del viejo modelo– y enviar al desempleo a la tropa del veneno, a Belén Esteban, Matamoros, Patiño, Jorge Javier y semejantes, también a la plagiaria Ana Rosa. Antes de tumbarles deberán pasar una transición de credibilidad.

No es que Telecinco, caído del caballo de las audiencias, vaya a convertirse en La 2, pero podría superar a Antena 3 con concursos populares, culebrones de calidad, series atractivas, mejores informativos y menos realities. Y un espacio estrella que simbolice su transformación. Y nuevas caras. Renovar una programación tarda entre seis y dieciocho meses. No tendrá éxito si toma el camino reformista, propio de los conservadores.

¿No es mejor y más eficiente derribar una casa de cimientos podridos y hacerla nueva que aplazar su ruina con una tímida reforma?.