LA libertad, tanto a la hora de pensar, como de existir y de defender las convicciones propias de cada uno es el concepto e hilo conductor de La mujer que sabía leer, la ópera prima de Marine Francen. Tomando como referencia la novela El hombre semen, escrito por Violette Ailhaud, la cineasta francesa presenta una historia ambientada en un pueblo rural galo, en 1852.
Es ahí donde vive Violette, en las montañas francesas, donde su localidad está privada de todos sus hombres tras la represión ordenada por Napoleón III. Y cuando las mujeres han pasado meses en aislamiento total, desesperadas por volver a ver a sus hombres de nuevo, hacen un juramento: si aparece un hombre, tendrán que compartirlo.
El largometraje fue premio Kutxabank - Nuevos Directores en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Donostia. Y desde el reto que supuso enfrentarse a la dirección de su primer filme, Marine Francen afirma que se sintió muy libre tanto a la hora de tomar decisiones como de escribir el guion, ya que la novela de Ailhaud “parecía más un largo poema en prosa que un relato”. En ese sentido, opina que la esencia de la historia es “qué significa ser mujer una vez eliminadas las referencias sociales, culturales y de nacionalidad”.
Necesidad de amar y ser madres En palabras de la directora, la lucha que lideran las mujeres es una continuación de la batalla que iniciaron los hombres en el momento de derrocamiento del gobierno de Napoleón. Pero su rebelión, concreta, se expresa en “una especie de necesidad primordial de amar y ser madres para poder seguir creyendo en el futuro”. De ahí el pacto de compartir al primer hombre que llegue a su pueblo, que resulta ser Jean.
Él, de quien no se desvelan muchos datos, se convierte en la supervivencia psicológica y física de los personajes femeninos, como una lucha contra la muerte que les acecha. Todo ello planteado desde el suspense que tiñe el guion, como “el miedo a lo desconocido”, a ese futuro sin hombres que muestran las mujeres a través de sus ojos.
Porque las protagonistas, empujadas por la fuerza de la vida, se dejan llevar por su instinto más primario. Todo ello sin entenderlo como algo sucio ni negativo, reivindica la directora, sino como “un ansia vital normal”. En ese sentido, continúa, el reto consistía en “mostrar lo que se puede llegar a sentir en una situación así, sin hacer ningún juicio moral”. Para ello la cineasta estuvo trabajando junto al grupo de actrices en plena naturaleza y campo, viviendo las mismas condiciones que las protagonistas de la historia, “para que pudiesen sentirlas en sus cuerpos”.
La lectura, vía para el amor Dentro de este trabajo, también se adaptaron al vestuario de la película, como los corsés o prendas de época reales. E incluso muchas de ellas aprendieron a usar las herramientas agrícolas, ya que no se trabajó con ninguna extra.
En esta particular relación de Jean con las habitantes del pueblo, cobrará protagonismo su encuentro con Violette, la única mujer que sabe leer. Así, la literatura y los libros serán un acercamiento entre ambos, hasta el punto de enamorarse, sin poder romper el pacto realizado. “Esos sentimientos de amor que surgen son, precisamente, la belleza de la historia”, señala Francen, ya que aunque Violette siente celos por compartir a Jean, respeta y entiende sus necesidades. “Todas las mujeres logran encontrar su lugar”, concluye, ya que el hecho de que estas se acuesten con un extraño está ligado al buscar la supervivencia común.