El director sueco Roy Andersson cierra con esta película ‘La trilogía viva’
LA HISTORIA DE DOS COMERCIALES DE ARTÍCULOS DE FIESTA Y LAS HISTORIETAS INTERCALADAS DE OTROS PERSONAJES COTIDIANOS COMPLETAN UN FRESCO EN EL QUE QUEDAN RETRATADOS LOS CONFLICTOS INDIVIDUALES Y COLECTIVOS DE NUESTRA SOCIEDAD
EL sueco Roy Andersson arranca su película proponiendo al espectador un divertido juego que invita a la reflexión. Se trata de tres pequeñas escenas en torno a la comicidad de la muerte: un hombre fallece tras realizar un esfuerzo excesivo al descorchar una botella, mientras su mujer continúa preparando la cena sin inmutarse; una anciana ingresada en un hospital se aferra a un bolso lleno de joyas del que también tiran sus hijos mientras le intentan convencer de que en el cielo le darán joyas nuevas; y un pasajero de un ferry muere justo después de pagar su consumición, tras lo que la cajera que acaba de cobrarle pregunta alzando la voz si alguien quiere quedarse con la comida de la bandeja, “es gratis”, dice.
Pero la historia que hilvana toda la película es la que protagonizan dos comerciales, Jonathan (Holger Andersson) y Sam (Nils Westblom), que se dedican a vender grotescos artículos de fiesta, que viven en un triste albergue y que se pasan la vida discutiendo.
Sus productos estrella son los colmillos de broma, el saco de la risa y la máscara del hombre con un diente.
Son dos tristes figuras incapaces de ver vida más allá del micromundo en el que viven atrapados. Una extraña pareja en la que Sam es el fuerte, el cerebro pensante del negocio, un personaje pomposo encantado de conocerse, y Jonathan el débil, el que se deja manejar, un personaje siempre al borde de las lágrimas.
En Una paloma se posó en una rama para reflexionar sobre la existencia caben otras historias. Como la del rey sueco Carlos XII y su ejército, que, inexplicablemente, irrumpe en un bar de nuestros días para calmar su sed camino de la batalla de Poltava contra los rusos, librada en 1709. A la vuelta, derrotados por la falta de caballos, dicen, vuelven a visitar el bar, esta vez para que el rey pueda realizar una visita al baño.
O la historia de la profesora de flamenco que entabla una relación inapropiada con un alumno de la academia; o la de un anciano casi sordo que visita a diario el mismo bar y que se confiesa infeliz porque en su vida no ha dado a los otros lo suficiente; o la representación teatral en un centro de niños y niñas con síndrome Down; el arrebato de una pareja en la playa; ? Historietas, en principio inconexas, que juntas completan un retrato de los males individuales y colectivos de nuestra sociedad.
cierre de una trilogía Una paloma se posó en una rama para reflexionar sobre la existencia es la película que cierra la trilogía sobre el absurdo existencial titulada La trilogía viva que el director sueco Roy Andersson inició con Canciones del segundo piso (2000) y continuó con La comedia de la vida (2007). La película que llega ahora a los cines, la más cómica de las tres, se llevó el León de Oro en la última edición del festival de cine de Venecia. La filmografía de este director sueco nacido en Gotemburgo en 1943 es corta, pero de gran prestigio. Su irrupción en el panorama cinematográfico internacional no pudo ser más exitosa. Obtuvo 4 premios en el festival de Berlín de 1970 con su primer largometraje
Pasaron 6 años hasta que presentó su segundo largo Giliap, que no tuvo tanta repercusión como el primero.
Pero su prestigio se debe también a su carrera como realizador de anuncios. Llegó a ganar ocho Leones de Oro en el Festival de Cannes de Publicidad.
El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le dedicó una retrospectiva en 2009 en la que se pudieron ver sus películas largas, cortometrajes, documentales y sus anuncios más laureados.
la pintura en el cine Roy Andersson ha manifestado que encuentra su inspiración en la pintura (Otto Dix, Georg Scholz, Van Gogh, Brueghel el Viejo). Las 39 escenas de la película son cuidadísimas representaciones suprarrealistas rodadas con planos amplios y cámara estática que a ojos del espectador se aparecen como recuerdos o ensoñaciones.
Una escenografía que busca la precisión fotográfica milimétrica dejando a los actores desenvolverse lacónicamente por el espacio. También ha señalado que lamenta que en el cine actual no haya excesivo compromiso por falta de tiempo y dinero con la imagen y que sean los hombres de negocios, en vez de los artistas, los que se hayan apoderado del medio de expresión cinematográfico.
Huye de las palabras a la hora de retratar al hombre porque desde su punto de vista “el retrato del ser humano, tanto en la pintura como en el cine, nos dice mucho más de la condición humana de lo que lo hacen las palabras”. No sorprende que se muestre admirador de Beckett y de Esperando a Godot, más concretamente: “Lo que viven los personajes de Becket, que hablan poco y no se entienden, es lo real, lo trivial”.
También ha señalado a El Gordo y el Flaco como fuente de inspiración para dibujar a la pareja de su película, al igual que a la formada por Don Quijote y Sancho Panza.
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