El sendero de Cantabria que une el ‘Infierno’ con un paraíso frente al mar
Algo menos de cuatro horas bastarán para recorrer uno de los tramos más dramáticos de la costa del Cantábrico en Asturias
Salir a pasear al campo, hacer senderismo resulta una actividad de lo más placentera, se encuentra al alcance de la mayoría de las personas y, como la mayoría de las actividades al aire libre, nos ayuda a recuperar el equilibrio y la paz mental que una ajetreada vida moderna tiende a alterar y a acelerar en demasía.
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Por este motivo son muchas las personas que en solitario, en familia o con un grupo de amigos salen de casa para pasar unas horas en la naturaleza, conociendo nuevos paisajes y pueblos y disfrutando del comienzo del otoño. Aunque de momento se mantiene una climatología bastante aceptable, en la costa ya se puede empezar a apreciar la fuerza del viento y las olas contra las rocas, algo que aumenta notablemente el atractivo de la excursión.
Desde Ribadesella
Para estos primeros días de otoño, la costa asturiana ofrece el que para muchos es uno de los mejores senderos que se pueden encontrar en la península. Aunque cada excursionista es un mundo y los absolutos pueden resultar exagerados, hay que reconocer que este camino costero entre Ribadesella y la playa de Guadamía, en Llames de Pría, recorre uno de los paisajes cantábricos más impresionantes de esta costa. Aquí se unen la fuerza desatada del mar contra las estribaciones de la cara norte de los Picos de Europa. Se trata de los Acantilados del Infierno, una sucesión de altas paredes rocosas en las que las olas, las mareas y el viento han tallado espectaculares formaciones geológicas.
Este recorrido, de unos 12 kilómetros y algo menos de 3 horas (dependiendo de la forma física de cada cual y de las paradas que se hagan para disfrutar del paisaje y tomar unas fotos), parte de Ribadesella por la playa de la Atalaya. Desde aquí va atravesando parajes espectaculares que no son demasiado conocidos por muchos viajeros. Entre monte bajo, del que destaca por su abundancia el tojo o cotoya como nombre local, vacas y cabras pastan en los prados a un lado del recorrido y pequeños pesqueros faenan capturando el pescado que se venderá en las lonjas al otro lado del camino.
Siguiendo la línea de la costa, y manteniendo una prudente distancia con el borde del acantilado —que, a pesar de la poca dificultad del recorrido, presenta un cierto riesgo—, son varias las playas, además de la de Atalaya, que van saliendo al paso del excursionista, entre las que destacan la de Arvidel y la de Arra. El acceso a esta última no es fácil, por lo que si se quiere disfrutar de un baño en el mar casi es mejor esperar a otras más adelante.
De ruta por el alto Oria, donde la historia se oculta tras un manto verde
Son numerosos los senderos que se pueden seguir, aunque algunos se adentran en tierra alejándose de la costa y perdiendo el contacto visual con el mar. Y eso puede ser una pena, ya que a partir de aquí se van sucediendo accidentes naturales, desde arcos de roca a bufones y pozos que se abren directamente sobre las olas.
La primera parada oficial puede hacerse en el área recreativa del Infierno, un mirador perfectamente equipado para pasar una mañana o una tarde mirando el mar y disfrutando del paisaje. Cuenta con paneles explicativos y una zona de barbacoa. A sus pies se puede ver la playa Tomasón.
Hacia Guadamía
De nuevo en marcha tras la pausa para el bocadillo o la tortilla, la vista de los senderistas se sigue fijando en los nuevos perfiles rocosos que se van desgajando de los farallones, y así, desde Punta Canto de Palo Verde se ve asomar sobre las aguas la isla de Palo Verde y el islote de Palo Pequeño.
El camino sigue hacia el este bordeando la costa hasta el pozu de Tuerba, una oquedad entre las rocas que se abre vertiginosa sobre las agitadas aguas cantábricas, pero que, si se tiene la oportunidad, se puede acceder a su interior en una embarcación para oír el sonido de las olas reverberando hacia arriba en un eco único.
Si el andariego visitante se siente audaz, puede llegarse hasta Tanovial, una punta rocosa cercana que se adentra en el agua y permite una espectacular vista hacia los acantilados que hemos dejado atrás.
El último hito de esta ruta pueden ser los bufones de Pría, al otro lado de la desembocadura del río Aguadamía, donde la fuerza del mar eleva el agua por tubos naturales excavados en la roca. Para ello es necesario llegar hasta la playa de Guadamía, que con la marea baja puede permitir cruzar a pie al otro lado. Si no se quiere seguir adelante, el área recreativa de Guadamía puede ser un buen punto final donde descansar.