DESPUÉS de tres años de investigaciones en diferentes archivos (Ayuntamiento de Bilbao, Diputación Foral de Bizkaia, Colegio El Salvador. Maristas de Bilbao, etc.), Patxi Paliza presentó su tercer libro, Para educar hay que amar, en el que cuenta cómo han transcurrido los cien años que los Hermanos Maristas han estado educando en la villa de Bilbao desde 1918 hasta 2018, primero en la Plaza Nueva y luego en la calle Iturribide.

Exalumno marista y padre de otros dos exalumnos del centro, considera que la educación es uno de los pilares de cualquier sociedad, "lo que invirtamos en ella, con total seguridad, se nos devolverá con creces", dice sonriente Patxi, rememorando su época de colegial, al tiempo que reconoce que la ubicación del colegio en los años 60 en Iturribide dio al barrio de Santutxu mucho empaque, y sus piscinas un prestigio notorio. Estas fueron todo un acicate para los barrios de Begoña, Santutxu y el Casco Viejo que ayudaron a que el nombre de los Maristas se acabara de unir al de Bilbao. "Ya no era solo un gran colegio, ya que además aportaba al vecindario otras actividades deportivas y culturales fuera del horario lectivo, incluso los sábados y domingos: piscina, gimnasio, cine, salón, etc.", explica.

Recuerda cuando llegaron los primeros ordenadores al colegio, "aquello parecía algo superfluo, que a lo mejor era útil para la secretaría o para gestionar el comedor, pero solo los más avispados fueron capaces de avanzar las posibilidades que nos depararía en el futuro. La dirección de aquel momento hizo una apuesta arriesgada pero firme por dotar cada aula, cada espacio, de máquinas que nos obligaron a trabajar de una manera diferente y que fueron transformando poco a poco la forma de relacionarnos, entre nosotros y con las familias", explica sonriente, consciente de que hoy no sabríamos vivir sin las nuevas tecnologías, sin wifi, sin tabletas, etc. "que nos resuelven la vida aunque, en ocasiones, también nos la complican, como ocurre con todo lo que vale la pena", recalca.

A lo largo de estas décadas el equipo humano también ha cambiado. "No solo los laicos sino también los Hermanos. Y este es uno de nuestros principales retos. Ahora sabemos que todos somos maristas porque compartimos tarea y misión", sostiene Patxi, "porque la presencia de los hermanos cada vez es menor; nos toca a nosotros los laicos -profesorado y familias- llevar el testigo de Champagnat, conservar el espíritu de familia, el espíritu de trabajo y el amor a María. Pero eso no es algo que surja "per se" sino que se transmite por contagio y por formación".

Con los nuevos tiempos, el colegio cambió y, casi sin querer, se encontró con una realidad que le empujaba a salir de su zona de confort. "El aprendizaje cooperativo se ha convertido ya en una de las señas de identidad del colegio, lo mismo la interioridad o la protección del menor como tantos otros elementos que nos hablan de una juventud que necesita ser solidaria, saber compartir su trabajo, ser fiel a sus principios éticos, proactiva y creativa", apostilla.

En este didácticamente largo e intenso siglo también la figura del maestro ha cambiado. Antes, el profesor, salvo excepciones, entraba en el aula con su programa, soltaba lo que tenía que decir y listo. "Ahora ya no, por fortuna. Internet llegó para quedarse y revolucionó el acceso a la información sobre cualquier cosa en cualquier momento. y lugar. Pero hay algo que nunca podrá ser sustituido por una red o una máquina y que yo definiría como la esencia del maestro: el aprendizaje para la vida y el acompañamiento en el crecimiento como persona. Ahora hablamos de educador, coach, acompañante y no tanto de transmisor de conocimientos".

¿Dentro de 150 años, habrá maristas recordando lo que fuimos como hace en su libro? "Quiero pensar que sí; en ello nos empeñaremos por el bien de la villa", sentencia Patxi.