BRUTALES rodillazos en el estómago y en la zona de los genitales. También en la columna. Luego, encierro a oscuras sin aire ni comida". Son las palabras que Natascha Kampusch escribió en su diario a escondidas el 24 de agosto de 2005, en pleno secuestro. Su captor la dejó entonces sin alimentos, le rapó la cabeza y la obligó a limpiar la casa semidesnuda, con el objetivo de quebrar por fin su voluntad, de terminar de convertirla en su esclava. La joven austriaca recoge ahora su martirio en 3096, una autobiografía sobre los 3.096 días que pasó cautiva en un sótano y que saldrá mañana a la venta en Alemania. Natascha fue secuestrada en marzo de 1998, cuando tenía sólo diez años. Consiguió escapar en agosto de 2006.
El libro es mucho más que un viaje a la cámara de los horrores creada por un psicópata: también es una descripción analítica de la vida y desafíos de una adolescente que tuvo que afrontar lo inimaginable. Son 284 páginas en las que Natascha Kampusch narra la violencia, los abusos y las humillaciones a las que le sometió una mente demente. Pero ella evita el papel de víctima y asume el de un narrador fuerte en primera persona, aunque distanciado de los hechos. "Abandonaba mi cuerpo y veía desde muy lejos lo que se hacía conmigo". Así explica la chica austriaca, de 22 años, su actitud durante los episodios de violencia que padeció durante su interminable martirio.
El libro, por el que algunos medios especulan que Kampusch ha cobrado 1,2 millones de euros, hace un repaso a su infancia, sus años de encierro y su fuga. La joven explica que su secuestrador, Wolfgang Priklopil, afirmó que su intención era entregarla a "los otros" y luego desentenderse, una afirmación que reabre las especulaciones de que hubiera más implicados en el caso.
Sobre su primera noche de encierro en un sótano de una casa de las afueras de Viena, recuerda con claridad cómo perdió el sentido del tiempo y explica que su raptor le dio un delgado colchón y la misma manta en la que la envolvió en el momento de secuestrarla. "Era frío, húmedo, repugnante", describe. Kampusch rememora que le preguntó a su secuestrador: "¿Vas a abusar de mí?", y él dijo: "Eres demasiado joven para eso".
Sus intentos de alertar a la Policía fueron respondidos con violencia por parte de Priklopil. "Me agarraba brutalmente, me estrangulaba y me pegaba", narra Kampusch. En una entrevista que publica el diario Kurier, la joven se refiere al pasaje del libro que cuenta la "humillación" y cómo Priklopil la trató "casi como una leprosa" cuando tuvo su primera menstruación. También le hizo pasar hambre. "Quería impedir que me desarrollara como adulta. Era paranoide, enfermo, pobre. De lo contrario, no habría necesitado secuestrar a una niña", cuenta Kampusch de su secuestrador, que se suicidó la noche que la joven logró fugarse en agosto de 2006.
En un infierno de cinco metros cuadrados, ventilación deficiente, luz regulada por un temporizador e intercomunicadores que permitían al secuestrador controlar cualquier movimiento en la casa, Priklopil la bautizó como Bibiana e intentó que borrara su vida anterior. A veces jugaban juntos. En otras ocasiones, él la dejaba sola durante días o la golpeaba salvajemente. Con los años, Priklopil fue permitiéndole hacer las tareas del hogar e incluso breves salidas, aunque siempre bajo una estricta vigilancia y la amenaza de matar a todos si la joven pedía ayuda. Era un riesgo improbable: "Estaba tan metida en el cautiverio que el cautiverio se metió en mí". La relación con el psicópata, entre tanto, se volvió compleja y llena de matices. "Si sólo hubiese sentido odio por él, ese odio me habría carcomido tanto que no habría tenido ya fuerza para sobrevivir". Y aun así, cuenta Kampusch, siempre quiso escapar al control absoluto del captor, lo que incluyó un intento de suicidio fallido.
Para superar sus brotes de violencia agresiva, la joven aprendió a separarse todo lo posible de su propio cuerpo. "Estaba muy lejos", admite. Aún hoy sigue sin experimentar emociones al recordar las horas más oscuras. El aprendizaje de la libertad es todavía un proceso en marcha para Natascha. "Sigo trabajando en ello", confiesa.